Domingo, 06 de Octubre 2024

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- Histeria

Por: Jaime García Elías

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Aún no se extinguían los ecos del intercambio de dimes y diretes derivado del mensaje en que el Parlamento Europeo -representante de 446 millones de habitantes de 27 países del Viejo Continente- externaba su “preocupación” (sentimiento por demás legítimo... y en manera alguna “injerencista”) por “las duras y sistemáticas críticas formuladas por el Gobierno mexicano contra los periodistas y su labor”, y solicitaba “proteger tanto a periodistas como a defensores de derechos humanos”, considerando los recientes y frecuentes asesinatos de comunicadores y activistas, cuando Armando Linares se convirtió, el martes, en Zitácuaro, en el octavo periodista mexicano asesinado en lo que va del año.

La noticia compitió, en todos los medios nacionales, con el encarcelamiento de Jaime Rodríguez Calderón, ex gobernador de Nuevo León, por el supuesto desvío de recursos públicos para impulsar su candidatura a la Presidencia de la República en 2028.

-II-

Al día siguiente -ayer-, decenas de periodistas realizaron una marcha en las calles de Morelia, “para exigir el fin de la violencia contra el gremio”. En un pronunciamiento dirigido a las autoridades federales y estatales, los periodistas michoacanos expresaban su rechazo tanto a “condolencias gubernamentales” -rutinarias, de machote- como a la hueca “solidaridad” en redes sociales. Exigían, en cambio, “asuman sus responsabilidades y dejen de usarnos como carne de cañón para sus disputas políticas”.

Tanto Linares como su colega Roberto Toledo, asesinado dos semanas atrás en la misma ciudad, habían denunciado públicamente haber sido objeto de “amenazas” de las autoridades municipales. El meollo del asunto estriba precisamente en que los asesinatos de periodistas se parecen a los de los mortales comunes -tan comunes como ellos, por lo demás-, en que en la inmensa mayoría de los casos (el 95%, para ser exactos) quedan impunes.

En esas circunstancias, casi siempre quedan en el misterio tanto los nombres de los autores intelectuales y/o materiales del crimen como sus móviles. Casi nunca llega a saberse si tal o cual periodista fue asesinado, verbigracia, por vulgares rencillas personales, cuestiones económicas o motivos pasionales, o como represalia por el ejercicio valiente y honesto de su profesión.

-III-

Y encima de todo, al final de la película, las marchas que se realizan, las consignas que se emiten, los “pronunciamientos” que se difunden y las “exigencias” de justicia y cese a la violencia que se proclaman, han servido hasta ahora -“y seguirán sirviendo”, diría Don Teofilito- exactamente para tres cosas (lo mismo que los “injerencistas” mensajes de los eurodiputados): para nada, para nada... y para nada.

jagelias@gmail.com
 

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