Estremecedora paradoja de la vida: el mismo día que en todo México se celebraba -con todo lo que el vocablo encierra- la fiesta del Día de los Muertos (“de los fieles difuntos”, se matiza en el calendario litúrgico), una de las pocas noticias que en el curso de la semana pasada rivalizaron con los ecos de las “mañaneras” alusivas al “Caso Culiacán”, hermanaba los dos aspectos indisolubles de la celebración aludida: la tragedia que toda muerte implica, con la alegría que la esperanza de vida y salud puede representar para muchas personas.Son -como decía la publicidad de cierto antigripal- dos historias contrastantes, que “se toman juntas”...La primera fue el atentado, el martes, contra Francisco Tenorio Contreras, alcalde de Chalco. El homicida, al parecer, fue un joven que se tomó una “selfie” con el político, posteriormente le pidió “aventón” y finalmente, a bordo de la camioneta, le asestó en la cabeza el balazo que segaría su vida. Hasta ayer, al menos, el asesino no había sido identificado ni detenido, pese a que la fotografía que se tomó al lado del alcalde circuló profusamente en los medios y las redes sociales.El sábado, una vez que se declaró la muerte cerebral de Tenorio, su joven esposa, Jessica Rojas Hernández, a las afueras del hospital en que la ciencia médica acababa de darse por vencida, hizo el anuncio. Lo hizo con una entereza rayana en el estoicismo: “Se toma la decisión, por ser mi esposo una persona sumamente bondadosa; una persona amada por todos; por esa razón se toma la decisión, en familia, de que el milagro que estábamos pidiendo, el milagro que nosotros estábamos esperando que sucediera, pues fuera para las otras personas que también están esperando un milagro… Él ahorita está en el quirófano dándole esperanza a otras personas”.Así, de conformidad con alguna expresión que acaso Tenorio Contreras hizo acerca de la que sería su voluntad, llegado el fatal momento que ocurrió el martes, sus riñones, las córneas y la piel fueron utilizadas para mejorar, casi seguramente, las condiciones de vida de personas que esperaban un donador y el correspondiente trasplante para aliviar sus penas y las de sus familiares.Fue, en estos tiempos en que la ruindad humana parece ser la constante, una lección de grandeza moral de los deudos del munícipe asesinado. Fue un ejemplo de cómo hasta de un crimen las almas nobles pueden sacar beneficios para el prójimo.