Viernes, 22 de Noviembre 2024

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- Gestos papales

Por: Jaime García Elías

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El axioma de que “El estilo es el hombre”, acuñado por Buffon con admirable economía de palabras (“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, sentenció Baltasar Gracián), aplica también, por lo visto, para los papas.

-II-

Vienen al caso dos escenas contrastantes…

La primera, que muy probablemente recordarán muchos mexicanos, tuvo lugar el 31 de julio de 2002. En ocasión de la canonización de San Juan Diego, en la Basílica de Guadalupe, en México, el papa Juan Pablo II hizo un ostensible gesto de fastidio y un ademán de rechazo ante un grupo de indígenas participantes en la ceremonia, cuando éstos, provistos de ramas y un sahumerio, le dedicaban uno de sus ritos ancestrales: una “limpia”. La imagen fue difundida en vivo y en directo por todos los canales de televisión que transmitían el acto. Fue presenciada, pues, por millones de personas. Es probable que muchas de ellas, a la fecha, sigan sin definir claramente la opinión que les mereció… o, al menos, el impacto que causó en su ánimo.

La segunda es más reciente. El mes pasado, en una de las audiencias públicas en El Vaticano, el papa Francisco inclina su cabeza para que una indígena mapuche -originaria de Chile, país que próximamente visitará el Pontífice-,  sonriente, ensortijada y ataviada con su indumentaria multicolor, le toque la cara con ambas manos y practique -como los indígenas mexicanos con Juan Pablo II- uno de sus ritos; como si tratara -dice una de las notas periodísticas que consignaron el episodio- “de transmitirle el espíritu de sus dioses ancestrales”.

Allá, el rechazo. Acá, la aceptación.

-III-

Javier Pérez Royo, glosando la frase de Buffon consignada en el  primer párrafo, escribió que “El estilo es lo que nos hace ser lo que somos; es la expresión de nuestra individualidad en cuanto seres sociales; es el resultado del ejercicio reiterado de la libertad personal ante las innumerables circunstancias, independientes de nuestra voluntad, en las que hemos tenido que ir definiendo lo que queremos ser”.

Respetar las creencias y las expresiones culturales ajenas -los ritos, por ejemplo- no significa, en ningún caso, claudicar o avergonzarse de las propias. Después de todo, nadie puede ostentarse como dueño absoluto de la verdad. Y aunque alguien pudiera pretenderlo, al final de cuentas el mismo derecho que tiene un creyente a considerar paganos a quienes profesan creencias distintas a la suya, lo tiene un agnóstico a considerar que todos los ritos religiosos tienen algo -o mucho- de superchería…

Sin embargo, ni el creyente ni el agnóstico pueden abrogarse el derecho de rechazar o humillar a quienes piensan diferente… si todos lo hacen de buena fe.

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