Para definir el espectáculo que tuvo lugar el martes en la Cámara de Senadores, en ocasión de la comparecencia del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, ante la representación popular, existe un vocablo muy castizo, aunque de uso no tan generalizado: rifirrafe, definido por la Real Academia como “contienda o bulla ligera y sin trascendencia”.-II-El vocablo aplica, muy probablemente, para el ejercicio en que se buscaban las respuestas del funcionario público que más reflectores ha concentrado desde que el covid-19 apareció en escena, a dudas razonables, inquietudes pertinentes y críticas fundadas de las senadoras y los senadores que tuvieron la oportunidad de confrontarlo.Aunque el propio López-Gatell calificó de “positiva” la experiencia -“da mucho gusto que la mayoría (de sus interlocutores) ha hecho propuestas críticas”, diría más tarde-, el ejercicio en cuestión, como consta en actas, se significó más por las ironías (“pequeño virrey del país de las camas vacías y los muertos en casa”...), las descalificaciones (“exceso de ineptitud”, “exceso de soberbia”...), y aun las ofensas (entre las cuales el epíteto de “Doctor Muerte” para el compareciente) que por los argumentos.-III-Si era previsible, inevitable incluso, que la polémica pudiera enturbiarse por las asperezas propias de un problema de interés público del que aún no se vislumbra la solución y que ya ha costado ochenta y tantas mil muertes (reconocidas oficialmente) en todo el país, cabía esperar, al menos, por respeto a la representación que ostentan, un mayor esmero por parte de los senadores y senadoras que participaron en el ejercicio, por el cuidado de las formas, al efecto de dar a la discusión el nivel de civilidad que permitiera llegar a ciertas conclusiones; a señalar, por parte de los legisladores -debidamente asesorados, se supone-, las imperfecciones que probablemente ha habido en el manejo de la pandemia, y reconocer, por la de los funcionarios de la Secretaría de Salud, los errores que seguramente se han cometido... pero que no por ello los convierte en responsables -ni, mucho menos, en culpables- de las muertes ocurridas....Sin dejar de reconocer, por lo demás, que muchos contagios corresponden a circunstancias de riesgo -la imposibilidad de llevar el confinamiento social hasta sus últimas consecuencias, por razones económicas, o los factores de comorbilidad de los enfermos, que en manera alguna pueden atribuirse a las autoridades-, o la insuficiente aplicación, a nivel individual y colectivo, de las medidas profilácticas insistentemente recomendadas por las mismas autoridades.
