Para los términos en que se produjo el regreso a clases presenciales -anhelado por unos, temido por otros- en la educación básica en México, hay un vocablo a la medida: desgarriate. Es un mexicanismo que retrata lo que se vio ayer... y probablemente se seguirá viendo los siguientes días: “Situación en la que predomina el desorden y la confusión”.-II-Más allá de los buenos deseos de las autoridades, basadas en que buena parte de la educación, entendida como el proceso de formación del carácter y la personalidad, se consigue en la escuela, a despecho de las obvias y hasta escandalosas deficiencias del sistema educativo en este país; más allá del respiro que para los padres de familia -y en particular para los que trabajan- fue volver a la modalidad tradicional, para no tener que estar con un ojo al gato (su actividad profesional) y otro al garabato (apoyar a los hijos, desde casa, en la modalidad virtual impuesta por las circunstancias desde hace 17 meses), el desorden y la confusión fueron la tónica en la vuelta a las aulas.En algunos estados -Michoacán, concretamente-, el incremento en los contagios de COVID-19 impidió, por decisión de las autoridades civiles y consenso de los padres, acatar la disposición de reanudar clases “lloviera, tronara o relampagueara”. En otras entidades -varios municipios de Veracruz...-, el deterioro o el vandalismo que sufrieron muchos planteles, frustraron asimismo la buena intención de regresar a algo parecido a la vieja normalidad. En otras latitudes, muchos alumnos (o sus padres) optaron por las modalidades en línea o híbrida. En otras más, prefirieron la cautela a la audacia, y decidieron, prudentemente, esperar a que en las próximas semanas se conozca el impacto de la medida -la evolución en la cifra de contagios y la posibilidad de que las autoridades educativas suspendan clases en algunos grupos y aun cierren escuelas en casos extremos-, antes de tomar una decisión más o menos definitiva.-III-Por supuesto, todas las decisiones, por extremas que parezcan, son respetables. Además de que se viven circunstancias insólitas, es legítimo el derecho a entender como valores supremos la salud y la vida, no solo de niños y adolescentes sino de las personas de todas las edades que pudieran contagiarse al incrementarse la movilidad y -por ende- los riesgos.Había que dar el paso que acaba de darse, sí..., pero sin temeridades y sin renunciar a la posibilidad de meter reversa si el buen juicio así lo exige.