Que, finalmente, la traída y llevada Reforma Educativa haya pasado la aduana de las cámaras, a tiros y tirones, no es motivo suficiente, por sí mismo, ni para lanzar cohetes… ni para desgarrarse las vestiduras. Ni garantiza que la educación en México vaya a dar, en el mediano plazo, un salto cualitativo que se traduzca en una mayor capacidad de los educandos no sólo para el ejercicio de una profesión sino, en general, para la vida, ni condena a las nuevas generaciones a contagiarse de la mediocridad e insuficiencia profesional que caracteriza a un porcentaje significativo de sus mentores y -por ende- hipotéticos modelos.-II-Que entre los cambios aprobados al Artículo 3º. de la Constitución se contemple la inclusión de materias y disciplinas tales como matemáticas, lectoescritura, literacidad (“conjunto de competencias que hacen hábil a una persona para recibir y analizar información en determinado contexto por medio de la lectura y poder transformarla en conocimiento posteriormente para ser consignado gracias a la escritura”) y educación sexual y reproductiva, no necesariamente significa -¡brincos diéramos...!- que vaya a mejorarse significativamente, a la voz de ya, en esas materias. Ni puede interpretarse, tampoco, como ominoso indicio de que la educación en México seguirá siendo por mucho tiempo todavía, una de las más rezagadas del mundo, según parámetros como la Prueba Enlace o las evaluaciones de la OCDE.Que se comprometa al Poder Ejecutivo Federal a implementar una Estrategia Nacional de Mejora de las Escuelas Normales (así, con mayúsculas) y un esquema que propicie una mejoría continua de la capacidad de los mentores, tampoco asegura la disposición de los dirigentes de las secciones más combativas del gremio magisterial a sacrificar las “conquistas sindicales” en aras de la calidad intrínseca de la educación.-III-El interés superior de la Reforma Educativa debería ser la capacitación de los educandos para insertarse, con razonables perspectivas de éxito, en un mundo cada vez más competitivo; no mantener, a cualquier precio -y mucho menos al amparo de un Gobierno, el de la cacareada Cuarta Transformación, que ha hecho de la declarada guerra contra la corrupción una de sus banderas-, las prebendas y canonjías de un sindicato (el más poderoso del país) que en México ha sido, desde hace generaciones, mero instrumento para ganar elecciones… y propiciar, en consecuencia, la institucionalización de aparatos gubernamentales de los que ha sido beneficiario, valedor y cómplice.Moraleja de la historia: “Del dicho al hecho…”.