Si antes de El Debate —así, con mayúsculas— había, según las encuestas, un candidato (López Obrador), dos comparsas (Anaya y Meade) y dos extras (Margarita y “El Bronco”), después del mismo, al decir de los entendidos, hay dos candidatos: López Obrador y Anaya… Lo que sugiere, hablando en plata, que el ejercicio reanimó una contienda que, por el amplio porcentaje que llevaba a su favor “ya saben quién”, parecía la clásica “carambola hecha”.-II-Hasta donde alcanza a vislumbrarse, 72 horas después de la oportunidad que tuvieron los cinco candidatos a la Presidencia de la República de quitarse un poco la careta y mostrar un poco de sus cartas ante un público que se había mantenido distante, tres de los candidatos vieron reducirse aún más sus escasas posibilidades: Margarita, porque no dio señales de estar equipada con las herramientas conceptuales necesarias para seguir los ejemplos de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina o Hillary Clinton en Estados Unidos, de intentar ocupar el cargo en que acompañaron a sus respectivos maridos. “El Bronco”, porque, lejos de mostrar las dotes del estadista necesarias para gobernar un país tan complejo y tan cargado de rezagos como México, se limitó a dar la razón a quienes lo conocen, más que por su nombre de pila, por el apodo que lo retrata de cuerpo entero. Y Meade, porque lleva en sus espaldas la herencia maldita de un partido con cuyo ADN no se identifica plenamente, pero con el que tampoco consigue distanciarse, y que parece haber llegado (“Sic transit gloria mundi”: así pasa la gloria del mundo…) a la hora más aciaga de su desprestigio histórico.-III-Puesto que, a diferencia de lo que ocurre en el deporte, en el debate no hay criterios objetivos para señalar un ganador, lo que los simpatizantes de López Obrador le abonan como acierto, sus críticos se lo reprochan como pifia: su decisión, según aquéllos, o su incapacidad, según éstos, para dar respuesta a cuestionamientos muy concretos que Anaya y Meade le dedicaron; principalmente, el haber convertido a Morena en una empresa familiar y haberse rodeado de no pocos indeseables.En cuanto a Anaya, el contraste entre el cuidado que tuvo para preparar sus intervenciones en El Debate, contrastó con el evidente desinterés del puntero de las encuestas para hacer lo propio. Con lo cual, hay leves indicios de que pudiera reeditarse la vieja fabulilla de La Liebre (“ya saben quién…”) y La Tortuga.