De los Presidentes que ha tenido -o soportado- este país, los ha habido, desde la perspectiva de la locuacidad, desde parcos como Lázaro Cárdenas (“La Esfinge de Sahuayo”), Miguel De la Madrid o Ernesto Zedillo, hasta verborreicos en grado superlativo como Luis Echeverría, José López Portillo, Vicente Fox... o Andrés Manuel López Obrador.La locuacidad, por sí misma, no es ni virtud ni defecto. Cuando de figuras públicas -y más particularmente de gobernantes- se trata, es probable que el punto medio, en que es fama se encuentra la virtud, como escribiera Don Daniel Cosío Villegas en “El Estilo Personal de Gobernar” (Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1974), esté a la mitad del camino entre la parlanchinería y la mudez.-II-Cuando López Obrador, en el arranque de su administración, anunció que daría una conferencia de prensa diaria, como cuando fungió como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal, hubo aplausos; además de sus partiquinos o simpatizantes, muchos ciudadanos de a pie vieron en esa promesa la perspectiva de una mayor transparencia del gobernante, y, en consecuencia, de una mejor comprensión de sus decisiones por parte de los gobernados.Tres años y pico después, cuando quedó muy atrás la etapa del “noviazgo” entre el gobernante y los electores que en 2018 le dieron un triunfo aplastante en las urnas, podría intentarse un balance global de las más de mil “mañaneras” registradas desde entonces: colocar, del lado del grano, la información o los comentarios sobre los actos de gobierno que en verdad han sido de interés general: las acciones dispuestas para hacer frente a la pandemia de COVID-19 y a la crisis económica social derivada de la misma; del lado de la paja, las respuestas a los críticos que sostenían que en México se cometieron errores garrafales y se mintió sistemáticamente, minimizándola, acerca de la mortandad ocasionada por el virus, por ejemplo. O la sombría percepción generalizada de inseguridad -apuntalada por la información cotidiana sobre incidencia delictiva y criminal- y crisis económica, y los “otros datos” del discurso oficial, que nunca son exhibidos.-III-Hablaba Cosío Villegas (op. cit.) de “el aturdimiento que provoca la imposibilidad, no ya de digerir sino de deglutir diariamente un largo sermón, y a veces dos y aun tres”. Y si a las insoportables pausas entre palabra y palabra se suman las cotidianas diatribas y cuchufletas a los adversarios imaginarios, se explica el hartazgo resultante del que quizá quiso ser ejercicio democrático, pero ha degenerado en vil chismorreo de vecindad.jagelias@gmail.com