Tiempos hubo, Señor Don Simón, en que si algo le sobraba a Jalisco eran timbres de orgullo... “La cuna del mariachi”; “La tierra del tequila”; “La tierra de los hombres más machos” (cuando aún no se inventaba la homofobia, por supuesto); “La tierra de las mujeres más hermosas” (¿quién ignora que “no hay ojos más lindos en la tierra mía / que los negros ojos de una tapatía...”?); la cuna del primer cardenal (José Garibi Rivera) y del primer campeón mundial de boxeo (José Becerra) orgullosamente mexicanos; el solar natal de Pepe Guízar, Consuelito Velázquez, Ana Bertha Lepe, María Victoria, Guillermo González Camarena -el inventor de la televisión a color, por si alguien lo ignora- y una lista interminable de figuras de las artes y la ciencia.-II-Unos tiempos traen otros, por desgracia. Así, actualmente “Jalisco lidera las atrocidades en México, lo que incluye el hallazgo de fosas clandestinas, descuartizamientos y destrucción de cadáveres, masacres, feminicidios y calcinamientos, entre otros delitos” (EL INFORMADOR, VII-24-21, pp. 1 y 2).“El Museo de los Horrores”, que antaño aparecía como novedad de temporada -como el circo-, se esperaba con cierto morbo, sí..., pero también, por la ley de los contrastes, con cierta alegría: como una señal de que aquellas atrocidades ocurrían en otras latitudes; no en la que se jactaba de ser “la tierra de Dios y de María Santísima”. Ahora, la organización “Causa en Común” elaboró la Galería del Horror, basada en los crímenes registrados en los medios periodísticos, y ubica un altísimo porcentaje de ellos en Jalisco.-III-Aun en el entendido del subregistro sistemático en esa materia, porque la mayoría de las notas policíacas se originan en las actas ministeriales y muchas agencias del Ministerio Público se abstienen de registrar o difundir información sobre los homicidios dolosos que ocurren en el país, las cifras, en efecto, son aterradoras: las de esos episodios, que se han vuelto cotidianos, sí..., pero principalmente -como se ha señalado infinidad de veces- los correspondientes a la impunidad; es decir, a la ostensible incapacidad de las autoridades para ir, en el mejor de los casos, más allá de la identificación de las víctimas (y no siempre, como lo demuestra la creciente acumulación de cadáveres anónimos en el Servicio Médico Forense), sin llegar, como no sea excepcionalmente, al esclarecimiento de los delitos y la aplicación de “todo el peso de la ley” (“whatever that means”, diría Shakespeare) a los delincuentes.