Miércoles, 27 de Noviembre 2024

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- Abusos

Por: Jaime García Elías

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Decía Castiglione -escritor y diplomático italiano del Siglo XVI- que “Perdonando demasiado a quienes cometen faltas, se hace una injusticia a quienes no las cometen”...

La sentencia, por supuesto, aplica al pie de la letra para delitos que claman al cielo, como suele decirse..., pero quedan impunes por la ineptitud o la corrupción de las autoridades teóricamente encargadas de perseguirlos; botones de muestra, los asesinatos, robos, secuestros, extorsiones, desaparición de personas, etc., etc., que se perpetran por miles en este país de todos nuestros pecados, pero solo excepcionalmente se esclarecen y se castigan. Pero aplica, también, para quienes incurren en faltas que ciertamente no alcanzan el rango de delitos, ni siquiera de infracciones administrativas, pero son, por donde se les mire, actitudes de desprecio por la ética -entendida como la disciplina que regula la bondad o maldad de la conducta de los seres humanos-... y por los semejantes; (por el prójimo, diría un creyente).

-II-

Ha sido, por desgracia, el caso de quienes, en circunstancias especiales, en tiempos difíciles como los de la pandemia del coronavirus, teniendo la posibilidad de ser solidarios -que no precisamente generosos, altruistas o desprendidos-, prefieren ver, en esas situaciones, ocasiones propicias para el abuso y el lucro desmedido.

Ahí están, para probarlo, las historias (EL INFORMADOR, XI-1-20) ocurridas a raíz de las medidas dispuestas por la autoridad desde el pasado fin de semana, para tratar de reducir los contagios de COVID-19. Al llevarse al extremo -erróneamente... pero esa es otra historia- las restricciones en el transporte público, se suponía que los conductores de taxi (la penúltima opción para quienes no tienen automóvil: la última es el consabido “golpe de calcetín”) aplicarían una “tarifa solidaria”, que fluctuaría entre 35 y 45 pesos por viaje.

Era “demasiado bello para ser cierto”. Entre las historias que ilustraron la nota periodística, están la de un trabajador que porfió hasta que un taxista, “de mucho favor”, accedió a cobrarle “solo” cien pesos... por un recorrido de menos de siete kilómetros, y la de una empleada de una farmacia, a la que querían cobrarle 130 pesos por un viaje de menos de tres kilómetros.

-III-

Habrá, seguramente, muchas historias en que la filantropía sea la tónica; habrá, probablemente, ocasión de conocerlas... En tanto, es lamentable que los difíciles tiempos que nos tocó vivir, propicien que la vileza de unos haga resplandecer la generosidad y el espíritu de solidaridad de otros... aunque quizás aquéllos sean mayoría.
 

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