Tener casa propia es, vía de regla, el sueño de todo trabajador. Por desgracia, en la práctica, con mucha más frecuencia de la deseable, ese sueño se vuelve pesadilla.-II-“El Tema” de ayer en EL INFORMADOR (pp. 2 y 3-A), sobre el Programa (gubernamental) de Responsabilidad Compartida orientado a renegociar los créditos para vivienda del Infonavit -a semejanza del programa “Punto Final” diseñado para atenuar los efectos de la crisis financiera de 1994-, tiene bondades evidentes: descuentos hasta de 55% en los adeudos, más un esquema de pagos a tasa fija que “congelará” las mensualidades por el resto del contrato; por contrapartida, sólo beneficiará, al menos en el primer año, a cerca de 195 mil de los más de 700 mil trabajadores acreditados; es decir, menos de la tercera parte del universo de potenciales beneficiarios…, aunque se pretende favorecer a la totalidad en el resto del sexenio.El caso es que, en 2018, el Infonavit registró más de 58 mil viviendas -adquiridas mediante créditos del organismo- abandonadas en todo el país. Jalisco, en ese rubro, ocupa el nada envidiable primer lugar, con cerca de seis mil casas deshabitadas: viviendas cuyos propietarios prefirieron abandonar, porque muchas de ellas carecen de los servicios básicos -electricidad, agua y drenaje, transporte…-, y no han conseguido rentar o siquiera prestar a algún familiar o conocido; viviendas, pues, que, por su lejanía con respecto a las escuelas o centros de trabajo de sus moradores, lejos de representar el deseable satisfactor de una de las necesidades básicas (casa, vestido y sustento) de todas las personas, representaban, como se apuntó líneas arriba, una pesadilla insufrible para sus dueños.-III-El abandono de viviendas fue atribuido por el director general del Infonavit, Carlos Ramírez Velázquez, a que el organismo “siguió un modelo expansivo de vivienda en el que se hicieron desarrollos (pretendidamente habitacionales) alejados de los centros de trabajo”. Ese modelo propició, incluso, que se construyera “en lugares donde no debió haberse puesto una piedra, porque eran -y siguen siendo, obviamente- zonas de riesgo”.Para decirlo en mexicano, se construyó a lo tarugo; se embaucó a los trabajadores con el espejismo de la casa propia; se les hizo firmar contratos ruinosos, por donde quieran verse… Así, considerando que “no tiene tanto la culpa el indio cuanto el que lo hace compadre”, parece justo que este último pague, parcialmente al menos, las barrabasadas derivadas de “programas sociales” confeccionados (literalmente) con las patas.