Jueves, 28 de Noviembre 2024

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- ¿A clases…?

Por: Jaime García Elías

- ¿A clases…?

- ¿A clases…?

A ver: una cosa son las buenas intenciones, y otra muy diferente la posibilidad o la pertinencia de que se cumplan…

-II-

Concretamente: el deseo de estudiantes, maestros, autoridades educativas y, por supuesto, padres de familia (¡madres, sobre todo…!) por volver a las clases presenciales, es comprensible… De hecho, sicólogos y demás analistas de la conducta humana estiman que en cuanto se vuelva a la normalidad, por relativa que ésta sea, deberá evaluarse la huella que los meses de confinamiento haya dejado en la personalidad de los alumnos, y, de hacerse necesario, restañar los daños. Como se ha apuntado reiteradamente desde que las circunstancias impusieron la modalidad “en línea” en casi todos los niveles de la educación, está demostrado que la convivencia cotidiana de los educandos con sus compañeros y mentores, la interacción -conflictos y divergencias incluidos- con ellos, incide en la formación de su personalidad tanto o más que los conocimientos que reciben en las aulas.

En Jalisco, las autoridades educativas y los directores de los centros escolares, atentos a la evolución de la pandemia y a las sugerencias de entendidos y responsables en cuestiones sanitarias, dicen estar listos para aplicar, en su momento, las medidas profilácticas que se consideren pertinentes. De entrada, acatar la disposición de las autoridades federales, de solo dar ese paso cuando los contagios hayan disminuido al punto de que la entidad sea declarada en semáforo verde; (algo que, hasta ahora, a nivel nacional, solo ha ocurrido en Campeche). A continuación, aplicar filtros sanitarios, propiciar un mayor espaciamiento físico mediante la reducción de los grupos; establecer fechas y horarios alternativos; privilegiar el uso de los espacios abiertos sobre los cerrados; sanitizar con frecuencia aulas, mobiliario e instrumental escolar, etc.

-III-

Sin embargo, el regreso de los estudiantes a las aulas implica, necesariamente, el incremento súbito y significativo de la movilidad social, el desplazamiento de los adultos que llevan a sus hijos a la escuela o el incremento de pasajeros en el transporte público. Y aunque los menores, en teoría, están menos expuestos que los adultos o los adultos mayores a enfermarse, son y seguirán siendo potenciales transmisores del virus.

En vista de lo cual, mientras la mayor parte de la población no esté inmunizada, y, sobre todo, mientras las alarmas sigan encendidas, quizá lo mejor sea, siguiendo el ejemplo de Sancho Panza -modelo de prudencia donde los haya, en contraste con la no siempre plausible temeridad de Don Quijote-, “no menealle…”.

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