Hoy celebramos el día de la Sagrada Familia. A veces corremos el riesgo de idealizar el término “Sagrada Familia” y pensar que la familia en la cual nació nuestro Salvador fue perfecta, carente de dificultades o riesgos. Empecemos por recordar la huida a Egipto estando María encinta, y qué decir de la búsqueda angustiosa de José por encontrar un lugar digno para que su esposa pudiera dar a luz, y cuál no sería el apuro de María y José cuando no encontraban a Jesús en la caravana de regreso a casa después de las fiestas y María le llama la atención a su hijo preadolescente por la angustia causada a sus padres. Y así podríamos imaginarnos otras escenas familiares muy cotidianas mientras Jesús seguía creciendo en edad y sabiduría.Esta festividad nos invita descargar nuestras angustias muy humanas al comparar nuestra familia con la de Jesús. ¿Acaso hay alguna familia perfecta? La historia familiar de Jesús hoy nos invita a sentir y gustar nuestra propia familia con sus cosas buenas y con sus fallas. Si descubrimos que nuestra familia ha estado o atraviesa por malentendidos, dificultades económicas, de salud, espirituales, o de cualquier otro tipo… ¡buena noticia! Jesús se hace solidario con nosotros.Es una bella fiesta que nos recuerda el valor sagrado de cada familia.Precisamente este es primer lugar de ecología espiritual de nuestra existencia donde hay cabida y espacio para las imperfecciones humanas. De ello aprendemos que al abrazar nuestra propia fragilidad y la de cada miembro de nuestro sistema familiar reconocemos que somos vasijas de barro frágiles y que Jesús, con su llegada al mundo, viene a restaurar.Esto nos lleva a experimentar la alegría de la unidad en medio de las diferencias y desafíos existentes al interior de nuestros hogares. Gracias al proceso de maduración humana y espiritual absorbido por los largos años de enseñanza recibidos de María y José, Jesús se acerca a nuestra humanidad agobiada para traer paz a nuestros corazones y esperanza a nuestras familias.- Juan Enrique Casas, SJ - ITESO.PRIMERA LECTURA: Is 60, 1-6 “La gloria del Señor amanece sobre ti”.SEGUNDA LECTURA: Ef 3, 2-3ª. 5-6. “También los gentiles son coherederos”.EVANGELIO: Mt 2, 1-12 “Venimos de Oriente para adorar al Rey”.“Hemos visto su estrella”El día de hoy la Iglesia se engalana con la solemnidad de la Epifanía del Señor, fiesta que congrega a todos los creyentes en torno a la figura de los sabios de oriente de los que nos habla la Escritura, que por la tradición les hemos dado el nombre de “los tres reyes magos” cuya devoción se ha extendido a través de los años como signo de la ciencia, de donación, de docilidad y de apertura.Esta solemnidad que celebramos se encuentra dentro del marco de las llamadas “fiestas de la luz”, fiestas que nos remiten inmediatamente que Cristo es la luz que ilumina nuestras tinieblas, es la luz que nos guía en el camino de la santidad, es Cristo la luz que nos ayuda a vernos con una visión positiva, tal como Dios nos ve.En este domingo contemplamos a ese Dios que no solo se nos revela, como si fuera algo ajeno, lejano, que desde su pedestal nos observa y nos atrae hacia sí, sino que se manifiesta, es decir, que se introduce a nuestra realidad y asume nuestra condición para no solo conducirla, sino que, al tomar nuestra condición nos eleva junto con él, se vuelve de verdad en un compañero de camino.Manifestarse es resplandecer, es irradiar, es iluminar a todos lo que entran en contacto con nosotros, es ser una estrella como la que guio a los sabios hacia la verdadera luz, hacia la fuente de la vida; ser una estrella implica desgastarse poco a poco, pero irradiar a su paso cada vez más luz, pues cuando estos astros poco a poco van muriendo porque han alcanzado su madurez, la luz que emiten es más hermosa y llena de matices.Lo mismo sucede en aquellos que estamos llamados a ser estrellas para los demás, nuestras manifestaciones de fe se convierten en esa pequeña luz que conforme madura se hace más hermosa y llena de matices que guían a los demás en medio de la navegación oscura de la vida. La estrella no está sola, sino que es parte de una constelación, así nosotros debemos unirnos a otras estrellas que, como nosotros iluminan, con el solo hecho de existir, a quienes navegan por el mar del desconsuelo y la pena.Al recordar a estos sabios, indudablemente vienen a nuestra mente los regalos presentados al Mesías niño: Oro como a verdadero Rey, que para nosotros hoy nos llama a ser hombres y mujeres desprendidos de nosotros mismos, una actitud de verdadera donación; Incienso como verdadero Dios, que nos invita a hacer de nuestra vida espiritual el centro de nuestro actuar, y de la oración, nuestro dialogo constante con el Señor; Mirra como adelanto de su preparación para la muerte; que en estos tiempos tan convulsionados nos invita a ser ese consuelo y bálsamo en el dolor de aquellos que sufren por la pérdida de seres queridos. Seamos luz, estrellas y regalos, para nuestros hermanos en este año que comienza y encomendemos a Dios todas nuestras acciones.