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“Yo vi tres luces negras”, un camino al más allá
Protagonizada por Jesús María Mina, la cinta se estrena este 17 de abril en Guadalajara

El protagonista de la cinta es interpretado por Jesús María Mina. ESPECIAL
“José de los Santos” es un hombre que se encarga de los rituales funerarios de su comunidad en el Pacífico colombiano. Un día, lo visita el espíritu de su hijo para informarle a “José” que va a morir, y que debe recorrer la selva inmensa para encontrar el lugar de su descanso eterno.
Entonces, el protagonista emprende el viaje hacia su propia muerte, sin saber que lo más difícil no le será fallecer, sino mantenerse vivo en una selva profunda y peligrosa donde abundan los paramilitares con sus armas terribles y sus tácticas del horror, que han desatado una guerra dejando un reguero de desaparecidos, y que poco a poco acaban con la selva y los recursos en un ecocidio al parecer irreversible.
El protagonista se adentra en el último viaje, buscando la sanación, en la búsqueda de su sitio de despedida, en una selva amenazada por el crimen organizado y los buscadores del oro.
De eso trata “Yo vi tres luces negras” es el segundo largometraje del director colombiano Santiago Lozano Álvarez que, en coproducción con México, llega a los cines de Guadalajara el próximo jueves 17 de abril. Una cinta que no solo explora los saberes ancestrales de las comunidades de la región del Chocó en Colombia, con hombres y mujeres que se dedican a los rituales mortuorios y cuyos cánticos fueron declarados patrimonio material cultural de la nación.
La película también es una manera de resistir y protestar contra la devastación de la selva colombiana, la violencia que ha dejado incontables desaparecidos, que acaba con los recursos naturales, violencia encarnada en guerrillas, paramilitares y bandas criminales, y una ambición desmedida que ha modificado la relación con la muerte, la tierra y la selva misma.
En conversación con EL INFORMADOR, el director Santiago Lozano Álvarez comparte cómo la película nació a través de la experiencia que el mismo cineasta vivió en la selva colombiana, donde se adentró en los saberes y conocimientos de las comunidades del Chocó —al Norte de ese país—, y cómo su manera de entender la vida y la muerte y su relación con la tierra es una manera de resistir en una región geográfica complicada donde abunda el crimen y la inseguridad.
Un diálogo con el pasado
“Llevo 20 años haciendo distintos proyectos con las comunidades del Pacífico colombiano en diferentes territorios”, comparte Santiago Lozano Álvarez al hablar de la creación de esta cinta.
Recuerda que “hace ocho años, participé en un proyecto del Ministerio de Cultura en el norte de la región del Pacífico en el Chocó, un proyecto sobre los rituales mortuorios, y los cantos que entonan en los funerales las comunidades afrodescendientes, los cuales fueron denominados patrimonio inmaterial cultural en Colombia”.
“Me invitaron a que viajara y conversara con sabedores, que son hombres que se dedican a esta ritualidad y esta espiritualidad en sus comunidades, como una forma de habitar los territorios. Fue ahí que descubrí cómo la espiritualidad y el rito ancestral de las comunidades afro en el Pacífico colombiano han sido formas de resistencia en los territorios desde los tiempos ancestrales de la esclavitud”.
La experiencia fue decisiva para Santiago Lozano Álvarez, pues le hizo entender que esta espiritualidad y estos saberes son una forma de resistencia en una región de su país en donde abunda la biodiversidad y la naturaleza, pero que enfrenta todo tipo de retos.
“A partir de ahí empecé a pensar en ese vínculo tan fuerte que hay entre la tradición, la ancestralidad y la espiritualidad con un territorio en conflicto. Con un territorio con el que el resto del mundo ha tenido una relación extractivista, tanto de los recursos minerales y naturales, como también de las propias comunidades”.
“Ahí empecé a configurar a este personaje que con esos saberes, que habita la selva y la selva lo habita, y que nos sirve de puente para crear ese viaje espiritual, político, social, pero también de resistencia”, apunta.
La cinta cuenta con las actuaciones de Jesús María Mina (“José de los Santos”), Julián Ramírez (“Pium-Pium”), Carol Hurtado (“Teresa”) y John Alex Castillo (“Comandante”).
Rodaje sumergido en la selva
El equipo de grabación estuvo cinco semanas en las selvas de Chocó, al Norte de Colombia, para la grabación de “Yo vi tres luces negras”.
Esto implicó distintos retos para el director, los actores y el resto del conjunto. Retos tanto cinematográficos y narrativos, como de la misma experiencia de estar en lo profundo de la naturaleza colombiana.
No era intención de Santiago retratar una guerra de la que ya se ha dicho mucho en su país, sino dialogar con las propias narrativas de las comunidades del Pacífico, que también coexiste y resiste en un entorno de violencia.
“El primer reto principal en términos cinematográficos era cómo abordar la guerra en Colombia, pues no era mi interés explicar el conflicto como tal, uno del que se ha hablado muchísimo y que sigue socavando las capas del tejido social en mi país. Yo quería entrar en correspondencia con las maneras en las que las comunidades del Pacífico cohabitan con el territorio en un equilibrio con la naturaleza sin intentar imponerse sobre ella y la selva. Queríamos dialogar a través del lenguaje cinematográfico con su música, con su tradición oral, con su literatura”.
Un puente entre dos países heridos
El estreno en México este 17 de abril entusiasma al director, pues permitirá puntos de encuentro y conexión entre ambas naciones que, a pesar de sus respectivas problemáticas, comparten situaciones similares: en México también hay gente que lucha por la tierra, desplazada por el crimen organizado, con naturaleza devastada y desprotegida, y con incontables desaparecidos cuyo paradero desconocemos.
Una situación que ha cambiado para siempre la manera en la que nos relacionamos con nuestro entorno, y sobre todo con la muerte: ya no hay cuerpo al que llorar.
“Hay que contraponernos a toda esta idea de posmodernidad donde el tiempo es oro, donde todas las funciones del ser humano están en función hacia el capital. Los seres humanos que habitan en la selva están muy presentes en el aquí y el ahora, por eso tienen esa relación tan fuerte con los muertos. Es un ejercicio y una lección muy bella porque también es la forma en la que podemos encontrar salidas a esa intención que tiene el humano de quererse imponer siempre sobre la tierra, esta idea antropocéntrica del humano como centro del mundo. Y creo que romper con eso es vital”.
CT
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