¿Cancelar o no cancelar a “Dumbo”, “Vaselina” o cualquier otro personaje, película o tema? Ese es el dilema en la nueva normalidad de la opinión pública. Además, del uso léxico de “cancelar” como sinónimo velado de “censurar”, en unos casos, o de “boicotear”, en otros, la discusión debería llevarnos a la reflexión de las actitudes señaladas en la vida (y no tanto en los personajes, cuando son seres de ficción).Para entender esta nueva “cultura de la cancelación”, Guillermo Vega, profesor de la Escuela de Pedagogía de la UP (con materias relacionadas al área de neuropsicología y perfil psicométrico), señala en entrevista que el debate se distrae en “Dos corrientes que chocan y hacen más difícil entender cuál sería el valor de reflexión sobre actitudes que tenemos algo normalizadas y ahora se ven desde otra óptica. Primero, hay un sector en la población altamente resistente a reformularse algunas cosas, si antes tenían sentido y valor genuino o eran parte de la cotidianeidad. Tratan de ridiculizar a quienes reclaman esas actitudes llamándoles ‘la generación de cristal’, algo que demuestra una incapacidad para tener un pensamiento autocrítico. Por otro lado, hay gente que hace un discurso frívolo de sus demandas: en lugar de hacer una reevaluación con el propósito de mover las reglas morales, utilizan las causas para mostrarle a los demás que tienen una superioridad moral, entre más indignación reflejen. Son cosas que terminan por hacer esta discusión más confusa”.El mote peyorativo de “generación de cristal” presenta varias singularidades. Por un lado, como apuntó Guillermo, de parte de quienes lo utilizan “Es una verdadera demostración de fragilidad, de no tratar de entender o no poder repensar los temas. Nos dice que hay gente habituada a ver el mundo de cierta manera, incapaz de modificarse”. Por otro lado, no se ciñe a un grupo etario: “Parcialmente sí es un tema generacional, porque muchas cosas que se mueven en esta crítica dependen de las redes, de cómo se generan agendas a partir de allí. Hablar de un comportamiento generacional simplifica la conversación”.Sumando a la idea anterior, hoy en día vemos cómo la espada de Damocles de la opinión pública se yergue sobre dos rubros: sujetos que cometen delitos o personajes de ficción que retratan acciones similares.En el caso de las historias (sean libros, óperas, videoclips musicales, caricaturas o películas), la problemática podría vincularse con otras discusiones, como aquella de si los videojuegos violentos generan jugadores violentos en la vida real o la de si la música puede provocar suicidios o asesinatos en masa (tan populares en Estados Unidos).Sobre los casos recientes, como la “cancelación” de personajes animados, Guillermo comentó que “El pensar que un producto cultural en específico genera un cambio radical de comportamiento es un miedo infundado. No creo que el problema sea de las caricaturas. Se ha discutido qué tanto se influencia el comportamiento de la gente, en muchos casos, pero por sí mismo un producto cultural no cambia el comportamiento, es ingenuo”.Sin embargo, destaca que en casos como la normalización del acoso, lo que sí generan las ficciones que lo retratan sin reflexión es un ambiente donde se ve como algo cotidiano. Es allí donde debe llegar la capacidad de discernir y hablar del tema: “Si nos resistimos a ponerle nombre a eso, nos podemos resistir a otras cosas, ¿cuál es el problema de decir las cosas como son? Es discutir a otro nivel, sin rasgarnos las vestiduras por si ‘Pepe le Pew’ es increíble o si promueve el acoso”.La línea entre la cancelación y el boicot es muy delgada. Sobre este punto, Guillermo explica que “El boicot es una herramienta, que puede ser muy útil si se aplica de manera adecuada, pero no es la única herramienta a la que podemos recurrir como una estrategia para modificar los principios del contrato social”.Cabe señalar que el llamado a boicotear artistas no ha impedido que dejen de producir, como Roman Polanski y Woody Allen, ambos cineastas acusados de violación y que han continuado filmando sin problema (aunque Allen publicó sus memorias no sin antes sortear el rechazo de editoriales); o escritores acusados en el #MeToo gremial quienes ya publicaron nuevos libros. Sin embargo, hay casos donde sí ha funcionado, como el de Milo Yiannopoulos y su libro cuya publicación fue cancelada por sus discursos de odio (ultraderechista, seguidor de Trump y un largo etcétera): en el caso de Milo el boicot vino desde dentro de Simon & Schuster, la editorial, ante la amenaza de renuncias masivas si se publicaba.Un ejemplo de boicot mal encausado, según Guillermo, son las críticas que ha recibido Paul McCartney por ser vegetariano y no vegano: “No es lógico pensar que la mejor estrategia de promover una causa es boicotear a un señor de 80 años, que lleva 40 años siendo vegetariano. Si lo único que tomamos como estrategia es boicotear a quienes no ‘respetan’ los principios que creemos que son importantes, no quedará mucho, pues ninguno de nosotros cumple con los estándares morales… Nadie alcanza el 100% de valores. Si boicoteamos a quienes no estén dentro de cierto ideal, no quedará nadie”.Además de boicotear para no consumir cierto producto cultural, otra alternativa ha sido acudir a los eventos públicos y manifestar el desagrado frente a los acusados, comúnmente llamado “escrache” (palabra cuya etimología se discute entre el italiano “schiacciare”, “presionar”; el genovés “scracâ”, “escupir”; y el inglés “to scratch”, “marcar”).Sobre ello, Vega apuntó: “El ‘escracheo’ se vuelve necesario porque las metodologías formales para hacer una denuncia no funcionan. La gente lo que hace es enojarse con quienes hacen estos ‘escracheos’ por no tomar los caminos institucionales, sin ver que no funcionan (por la alta tasa de impunidad). La mayoría de personas que lo hace es porque el contrato social les falló, se ven en la necesidad de recurrir a mecanismos que exponen que no funciona”.A través de la plataforma Change.org se comenzaron a recaudar miles de firmas para rescatar al personaje. El usuario que levantó la petición señala que Pepe Le Pew no debería quedar fuera de los proyectos de Warner Bros. De ser así, sería el primer personaje de Looney Tunes en ser víctima de la “cultura de la cancelación”. Al final, la decisión es de la compañía de continuar o no con el personaje.JL