Actualmente, en cada rincón del mundo, la gente gasta más en comida y combustible, rentas y transporte; sin embargo, la inflación no afecta a todos por igual. Para los migrantes con familiares que dependen del dinero que envían a casa, los precios más altos golpean a las familias dos veces: en casa y en el extranjero.Los trabajadores migrantes que envían efectivo a sus seres queridos en otro país a menudo ahorran menos porque el alza de los precios les obliga a gastar más. Para algunos, la única opción es trabajar más, con turnos de fin de semana y de noche, o asumir un segundo empleo. Para otros supone recortar en productos básicos como carne y fruta para poder enviar lo que queda de sus ahorros a sus familias, que en ocasiones viven bajo la amenaza del hambre o la violencia.Al respecto, el Fondo Monetario Internacional estima que la inflación global alcanzará el 9.5% este año, pero la cifra es mucho más alta en países en desarrollo.“La gente más pobre dedica mucho más de sus ingresos a comida y energía”, dijo Max Lawson, responsable de lucha contra la desigualdad en la organización antipobreza Oxfam. La inflación, señaló, “aviva las llamas” de la desigualdad: “Es casi como si los pobres fueran una especie de esponja que tiene que absorber el golpe económico”, explicó.Así mismo, se estima que las familias de bajos ingresos en los países en desarrollo dedican en torno al 40% de sus ingresos a comida; incluso, teniendo en cuenta los subsidios del gobierno, indicó Peter Ceretti, analista de seguridad alimentaria en la consultora de riesgos Eurasia Group. “Antes ahorraba yo más que ahora, honestamente. Yo antes ahorraba 200 dólares semanales sin falta. Ahora no ahorro a veces ni 100. Va uno al día”, dijo Carlos Huerta, un inmigrante mexicano de 45 años que trabaja como conductor de limusinas en Nueva York.Al otro lado del Atlántico, Lissa Jataas, de 49 años, envía cada mes unos 200 euros (195 dólares) de su trabajo de oficina en Chipre a su familia en Filipinas. Para ahorrar dinero busca comida más barata en la tienda y compra ropa en una tienda benéfica: “Se trata de ser resiliente”, comentó.Mahdi Warsama, de 52 años, llegó a Estados Unidos desde Somalia cuando era adolescente. Ahora es ciudadano estadounidense, trabaja para la organización sin fines de lucro Somali Parents Autism Network y envía entre 300 y tres mil dólares al mes a familiares en Somalia. En ocasiones pide préstamos para enviar dinero que necesitan sus parientes para facturas médicas y otras emergencias.Warsama, que vive entre Columbus, Ohio, y Minneapolis, estima que el mes pasado envió mil 500 dólares para ayudar a sus familiares a asumir gastos básicos como comida y agua para ellos y su ganado. Miles de personas han muerto en una sequía que asola Somalia, y Naciones Unidas estima que medio millón de niños corren peligro de morir debido a la malnutrición o una situación de casi hambruna.“Igual que tenemos inflación en Estados Unidos, en Somalia es aún peor”, afirmó. Los sacos de arroz, azúcar y harina que antes costaban 50 dólares ahora valen 70 dólares.Él ha cambiado sus hábitos de consumo, busca formas de ganar más dinero y sigue de cerca las subidas de las tasas de interés y la inflación, algo que nunca había hecho hasta este año.“Estoy más decidido a trabajar más y ganar más dinero”, dijo Warsama. “Tengo que tener más presente el hecho de que tengo que ayudar a mi familia en casa”, agregó. Cabe señalar que las economías ya maltrechas por el impacto de la pandemia del COVID-19 y los efectos del cambio climático volvieron a sufrir un revés con la guerra de Rusia en Ucrania, que disparó los precios de la comida y la energía.Esos costes sumieron a 71 millones de personas en la pobreza en todo el mundo en las semanas tras la invasión de febrero, que interrumpió las cruciales entregas de grano de la región del Mar Negro, según el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas. CT