Lunes, 16 de Diciembre 2024

Una tradición para saborear

Siete décadas dedicadas a la venta de artesanías y dulces tradicionales es lo que ha hecho de Dulcería El Paisano un destino para que los visitantes se lleven de Guadalajara un buen sabor de boca

Por: Gabriela Aguilar

La empresaria pertenece a la tercera generación dedicada al negocio. EL INFORMADOR/ A. Navarro

La empresaria pertenece a la tercera generación dedicada al negocio. EL INFORMADOR/ A. Navarro

Quien visita Guadalajara no puede perderse una escala en el Mercado Libertad, por todos conocido como San Juan de Dios, en ese lugar que inició su historia en el siglo XIX se puede encontrar todo tipo de artesanías, alimentos, trajes y dulces típicos, y en los locales 1575 y 1576 en el acceso de la puerta 18 por la calle Dionisio Rodríguez les da la bienvenida Dulcería El Paisano, un negocio familiar que ha crecido junto con el mercado como hoy lo conocemos. 

“Mis abuelos iniciaron cuando el mercado era un tianguis. Los papás de mi padre iniciaron vendiendo verduras, cuando empiezan a construir empiezan con el dulce típico. Con el tiempo se lo dejaron a mis padres y luego lo adquirí yo”, comparte Karen Siordia Mora, quien al igual que su padre y sus abuelos vive de las tradiciones. 

“Para mí es un honor tener el lugar que le ha dado a toda mi familia, desde 1950, es un orgullo. Vendemos todos los dulces típicos y artesanías, todo lo que representa nuestras raíces. Eso me hace sentir orgullo porque es de mi país”, señala Karen, quien pertenece a la tercera generación dedicada al negocio. 

En Dulcería El Paisano se puede encontrar todo tipo de dulces y recuerdos para llevarse un pedacito de Guadalajara: llaveros, tazas y canastas con dulces surtidos o sus versiones originales de cada uno. Los más populares son el rollo de guayaba, el dulce de leche, los tamarindos, borrachitos, ate de membrillo y cocadas con variantes de pistache, nuez o rompope. 

En sinergia y evolución

El negocio familiar inició elaborando sus propios dulces. Karen comparte que su abuela Ana María preparaba el ate de membrillo, con el tiempo y la demanda buscaron proveedores para tener mayor variedad y eso generó una cadena efectiva de empleos. El Paisano cuenta actualmente con cuatro colaboradores y los locales trabajan de 9:00 a 19:30 horas. 

El buen momento que atravesaba la dulcería tradicional le permitió a Karen abrir otro negocio al que llamó La hija del paisano, una empresa dedicada al mismo rubro, sin embargo nadie contaba con que la pandemia pondría a prueba a todas las empresas en 2020 y tuvo que cerrar porque fue imposible sostener ambos negocios y apostó por el de más arraigo. “Me quedé con el de mi papá. Él como adulto mayor corría riesgo y ya no podía asistir al negocio y yo me tuve que quedar con él. El negocio sobrevivió porque Dios es muy grande; los proveedores apoyaron mucho, hubo mucha gente que nos apoyó”. 

Hace dos años otro lamentable suceso colocó en una situación vulnerable a muchos de los locatarios con un incendio que afectó parte del inmueble. “Se quemó una parte del mercado y también llegó un bajón grande; aunque mi negocio no se vio afectado (por el fuego), si se afecta uno nos afectamos todos. Recibimos mucho apoyo de la gente”.

Orgullo y valor

“El negocio familiar se sostiene porque es muy noble. Los productos artesanales son hechos a mano y siempre llevan el cariño de quien los fabrica. No es lo mismo comprar algo hecho a mano que algo hecho en fábrica, en máquinas, el artesano se luce en hacer su producto”, señala Karen quien reconoce el trabajo de los artesanos. 

Desde su punto de vista ese trabajo tan importante se va perdiendo entre las nuevas generaciones. “Ya no quieren hacer muchas cosas a mano porque te tardas mucho en hacerlo, se está perdiendo” y no sólo se trata de jóvenes desinteresados en el negocio de la artesanía, también consumidores que no están interesados en los productos artesanales. "Antes teníamos seis metros de puro dulce cubierto como las colaciones, las naranjitas, los barrilitos para las posadas y los bolos, y ahorita ya no conocen esos dulces y me parece importante que las nuevas generaciones conozcan las tradiciones de sus abuelos”. 

Karen sabe que su empresa vende calidad, por lo que afirma que los dulces se venden solos, también reconoce que, como muchos otros locatarios del mercado dependen del turismo. “Mi abuela decía ‘Gracias a Dios y a San Juan de Dios’, porque ese mercado es muy bendecido, la gente que visita Guadalajara va al mercado; dependemos totalmente del turismo”. Y para hacer la diferencia con sus clientes ofrecen degustación de todos sus productos para que la gente conozca lo que va a llevar. Aunque ha visto altas y bajas, mejores y peores momentos, Karen y su familia ha sabido adaptarse y está convencida que no lo cambiaría por nada. “Es un negocio muy noble y quiero seguir ahí hasta que el cuerpo aguante”.

Historia y tradición 

El Mercado San Juan de Dios se ubica entre Cazada Independencia y Javier Mina en uno de los barrios más tradicionales de Guadalajara, a un costado del Instituto Cultural Cabañas. 

Su primera construcción se remonta a 1888; en 1925, durante el gobierno de José Guadalupe Zuno se tiró el viejo mercado y se construyó uno nuevo que en los años cincuenta Agustín Yáñez mandó demoler durante su gobierno para edificar el Mercado Libertad.

CT

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