Viernes, 22 de Noviembre 2024

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Messi: Su agridulce paso por París

En medio de muchas idas y vueltas, la novela de este paso complicado por París parece estar próxima a acabar

Por: EFE

La casaca número 30, que tantos millones le hizo ganar al PSG, dejaría de llevar el nombre de Messi desde el mes próximo. EFE/Archivo

La casaca número 30, que tantos millones le hizo ganar al PSG, dejaría de llevar el nombre de Messi desde el mes próximo. EFE/Archivo

Ha pasado mucha agua debajo del puente desde que, en agosto de 2021, Lionel Messi fue recibido por miles de personas en el aeropuerto de Le Bourget, era aclamado como un dios y sobrevolaba la sensación de que el Paris Saint-Germain entraba en otra dimensión.

"Fichamos al mejor jugador de la historia", aseguraba entonces el presidente del PSG, Nasser Al-Khelaifi, que ni en sus mejores sueños podía pensar en contar con esa pieza en el puzzle de estrellas que era su club, asociando al astro argentino con Neymar y Kylian Mbappé.

La sensación no era la misma en la mente del jugador, quien acababa de llorar su adiós al Barcelona, su club de toda la vida, del que salió arrojado en contra de su voluntad y la de toda su familia; y que estaba obligado a reinventarse futbolísticamente a sus 34 años.

A regañadientes aceptó la única oferta a la altura de su categoría y que, al mismo tiempo, le permitiría seguir en el máximo nivel.

El balance, dos años más tarde, cuando el jugador está a punto de jugar su último partido con el PSG, es que ni el club encontró al mito que perseguía ni el futbolista la plataforma que buscaba para potenciar su brillo.

La sensación es de amargura, porque el club quería comprar el pasado del jugador en el Barça y Messi el futuro prometedor de nuevos horizontes.

En dos años, Leo no ha conseguido marcar la diferencia, no ha podido con un público esquivo y no ha establecido con el club y con la ciudad un vínculo afectivo, ni siquiera remoto al que cultivó con Barcelona y que nunca se ha roto. París aparece como un adulterio en esa historia de amor.

Estos dos últimos años, el argentino ha vivido algunas de las emociones más fuertes de su carrera, pero ninguna ligada al PSG.

En París recibió en 2021 su séptimo Balón de Oro (sobre todo por haber ganado con Argentina la Copa América) y fue elegido mejor jugador de la FIFA en 2022 (como respuesta a su triunfo en el Mundial de Qatar). En esos mismos dos años, con la selección argentina, Messi se consagró campeón de América, campeón de la Finalissima y campeón Mundial.

En el club parisino, su hoja de servicios no da para ensalzar su paso por el Parque de los Príncipes. Los dirigentes pensaban que Messi les permitiría dar el salto definitivo en la Liga de Campeones, el único objetivo por el que respira el club. Pero no.

 

¿Poco aporte deportivo?

En sus dos campañas en la capital francesa, el aporte ha sido vago. Ningún gol y ninguna asistencia en los cuatro partidos de octavos de final de esa preciada Liga de Campeones, cuando de verdad las grandes figuras tienen que aparecer. El PSG cayó el primer año frente al Real Madrid y este, contra el Bayern Munich.

Los mismos aficionados que lo aclamaron en su llegada en aquella calurosa mañana de agosto, empezaron a cansarse del mejor jugador de la historia, al que durante el primer año le costó decir adiós a su asentado entorno barcelonés.

Instalado durante meses en un lujoso hotel a dos pasos del Arco del Triunfo, la familia no comenzó a respirar hasta que tomó posesión de una mansión a las afueras, que se convirtió en el centro de gravedad de una parte del vestuario.

Messi empezó de a poco a adaptarse bien al club, a convertirse en un elemento discreto en el vestuario, consciente del peso que en el mismo iba tomando la figura de Mbappé, con quien fue creando una sociedad cada vez más productiva.

El francés acaparaba todos los focos mientras Messi iba a rueda, lo que lo convertía, junto a Neymar, en el perfecto cabeza de turco de los fracasos.

Para entonces, toda una parte de la afición parisina había olvidado el pasado del futbolista y considerado su fichaje como una operación de márketing sin aporte deportivo.

Las ventas de camisetas crecieron un 50% en solo un mes y el PSG usaba su nombre como carta de presentación para elevar los contratos de patrocinio, lo que justificó ampliamente los 30 millones de euros (unos 32 millones de dólares) netos de su contrato.

No tardaron en aparecer silbidos en la grada, murmullos incómodos en el Parque de los Príncipes y, como momento culminante, insultos de un grupo de ultras a las puertas de la sede social del club.

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Aunque la segunda temporada fue mejor, con 16 goles y otras tantas asistencias, la falta de vínculo estaba consumada y la ruptura parecía una evidencia.

Cuando recibió la copa mundial de manos del emir de Qatar en diciembre pasado, parecía que la aventura podía continuar. Pero el retorno a la cruda realidad fue inapelable. Un nuevo fracaso europeo y luego una sanción "ejemplarizante" por faltar a un entrenamiento que acabó por convencer al futbolista de que su futuro estaba lejos de París.

Consumado el divorcio, Messi buscará otro camino por el que seguir su carrera, consciente de que su huella en París no estará a la altura de su currículum.

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