Hilda Alejandra Sánchez Sierra, “More”, como le nombran sus familiares, compañeras jugadoras y afición, heredó de su padre no sólo este apodo cariñoso que viene de la acotación “morenita”, sino también el amor por el básquetbol. Con una carrera deportiva de 35 años, se recuerda a sí misma siendo una niña y acompañándolo junto a su madre y hermanos a cada partido. Ahí conoció del trabajo en equipo, la perseverancia, el esfuerzo, pero, sobre todo, el compromiso y la lucha cotidiana de quienes se dedican en cuerpo y alma a este deporte. De aquí que venga a su mente la imagen de la pequeña “morenita” anhelando ser como esos hombres que entraban a la cancha para encestar el balón. También, aparece entre esas imágenes de ensueño la de su mamá, jugando con ella entre partido y partido “porque no se iba a quedar en casa a esperar”.Tal vez por eso, cuando sorpresivamente se convirtió en madre a los 20 años, absolutamente nadie pudo detenerla para continuar con su meta de ser una basquetbolista profesional: “jugué hasta los seis meses de embarazo con mi primera hija, porque no es algo que puedas dejar tan fácil”, confiesa. Hoy es mamá de tres y desde hace 10 años juega basquetbol de manera profesional. Durante todo este tiempo, reconoce, no ha sido sencillo conciliar su vida como mujer, como jefa de familia y como deportista. La idea de “la mala madre”, siempre aparece mezclada con los prejuicios de una sociedad heteronormada y machista que, en algún momento, buscó ponerle un alto definitivo a su carrera. Empezó con “a dónde vas”, “no puedes dejar a tus hijos”, “dónde los vas a dejar”, “mejor dedícate a atenderlos” y luego se convirtió en una pelea interna con su familia y consigo misma, asegura; no obstante, tras poner todo en una balanza, decidió apostar por ella y su más grande sueño: “tanto tiempo he luchado por jugar y hacer lo que me gusta, así que cuando me llegó la oportunidad, no pude desperdiciarla". Esta sería la primera batalla ganada, puesto que, las brechas de género que polarizan y dificultan el camino de las mujeres en el deporte no tardarían en aparecer. Al ser una de las primeras jugadoras de la liga femenil mexicana de basquetbol, “tocó picar piedra” para conseguir que las empresas les patrocinaran: “aún cuando las mujeres demostrábamos en los campeonatos un poquito más que los hombres”, afirma More. Si bien, ahora el sector empresarial ha vuelto la mirada hacia las jugadoras, hace falta reeducar a la afición, pues ésta todavía adeuda mucho a estas mujeres que dejan el corazón y la vida en la duela. La competencia más emblemática en la carrera de More, como mujer basquetbolista, ha sido, de manera contrastante, la que más la ha llevado a cuestionarse qué hubiese pasado si en lugar de ser ella, hubiese sido él. Era 2015, jugaba para las Mieleras de Guanajuato y se disputaban la copa con el equipo de Vallarta, quienes habían resultado invictas durante todo el torneo. More y su equipo jugaron con tanto corazón que el triunfo fue suyo. Ese momento fue inolvidable, pues a la par, quedaría como jugadora dentro del “cuadro ideal”. Sin embargo, cuando llegó el torneo siguiente, nadie lo recordaba: “¿si yo hubiera sido hombre, hubiera sido diferente?”, se pregunta More, pues asegura que, en la industria del deporte, este tipo de logros “aumentan la plusvalía” de la persona jugadora, pero parece que “con las mujeres no pasa”. “Cuando eso me pasó a mí, pensé que tuve que haber luchado. Si en ese momento yo hubiera dicho yo valgo más, no hubiese aceptado lo que me venían dando de siempre”, señala la basquetbolista. Lo cierto es que no tuvo que ser así. Como sucede en otros deportes, el tope salarial vinculado al género impide que las mujeres en el basquetbol puedan dedicarse sólo a jugar. More y sus compañeras de equipo tienen un empleo distinto que les permite subsistir a ellas y a sus familias después de que se termina cada torneo -dos o cuatro meses-. Así que esta campeona, lleva a torneos, prácticas y descansos su computadora, herramienta que le permite mantener su trabajo de oficina a la distancia. More, no sólo es basquetbolista y madre, sino también, encargada del área administrativa de una empresa. Sólo así puede sostener su sueño y su vida, algo que no tienen que hacer sus compañeros varones. “Cómo que no te dedicas nada más al basquetbol”, le preguntó un jugador, ella respondió “no nos da para vivir sólo de esto”. La anécdota, señala, no puede contarse sola, debe ir acompañada del cuestionamiento que se hizo a sí misma después: “¿será cierto que ni ellos sepan que a las mujeres no les pagan lo mismo?”. More, es originaria de Irapuato, Guanajuato y su carrera ha estado enmarcada por equipos del vecino estado; recientemente fue llamada a jugar en la primera liga femenil del equipo Astros de Jalisco. Con 40 años y un proyecto deportivo que todavía tiene mucho camino por andar, pues “en el corazón no hay fecha”, reconoce todo lo que aún hace falta, pero, especialmente, los obstáculos que, junto a sus compañeras, han tenido que derribar para que las nuevas generaciones de mujeres deportistas puedan disfrutar de la pasión del juego de manera digna y remunerada. “Me llena de gusto haber abierto la puerta a las nuevas generaciones, que sueñen con estar donde nosotras, que vean que sí se puede y que las únicas que nos podemos poner un alto somos nosotras mismas”.El sueño de More comenzó con un hombre, su padre, hoy sus hijas y muchas otras niñas, jóvenes y mujeres pueden reconocerse en ella, como mujer y como basquetbolista.