Tepiteño de cepa, narrador multipremiado, publicista por necesidad y tuitero de arraigo, Gabriel Rodríguez Liceaga se enfrentó al inicio de la pandemia de una manera diferente. Cuando llegó la crisis de salud, su libro “La felicidad de los perros del terremoto” se lanzó en febrero del año pasado, días antes de que la vida como la conocíamos.En plena promoción de su primera novela con una editorial trasnacional, las librerías cerraron y su libro entró en una pausa.“Estuve esperando 10 años para que una editorial como Penguin Random House se fijara en mi trabajo y cuando le dan el sí y el libro llega a todas las mesas de novedades de las librerías de país, cierran las librerías. Al principio fue muy frustrante porque creo que lectores que no me conocían no pudieron acercarse de esa forma. Y lo que uno anhela: verse en novedades y ser reseñado, y a mí me tocó pura…”, señala entre risas Rodríguez Liceaga.“Obviamente es más relevante entender que estamos en medio de una pandemia que otra cosa. Fueron meses muy tremendos donde un libro de un escritor mexicano a quién le iba a importar”, agrega.Pese a ello, su libro tuvo eco entre lectores habituales de su obra y nuevos. Una forma de tener el pulso de las lecturas son las redes sociales, donde el narrador se desenvuelve muy bien.“Ha sido muy emocionante; siento que sí se ha leído y reseñado. Con cierta constancia me mandan fotos del libro y es un privilegio que tenemos los autores de esta generación: hay una comunicación directa con nuestros lectores. Yo trato de no enterarme si se vendió bien o no, porque si sí se me va a subir y al contrario, si no hubo ventas me voy a deprimir. Pero sí he sentido una recepción por parte de lectores muy chida, ha sido constante”, comenta.“La felicidad de los perros del terremoto” parte de una broma en Twitter convertida en un absurdo: una campaña de promoción de refrescos llevará al reguetonero de moda a la ciudad más votada. Y como la realidad siempre va un paso más adelante que la ficción, gana Alaska, que tiene más osos que habitantes.Sobre esa premisa es que Rodríguez Liceaga ahonda en la melancolía de una generación llena de fracasos y anhelos delirantes.“‘La felicidad de los perros del terremoto’ la escribí a manera de divertimiento mientras a la par escribía ‘Aquí había un frontera’. Lo que me gusta es que creo que me quedé corto en el personaje del reguetonero, al final acaba siendo muy fresa. Mi personaje es un reguetonero de la vieja guardia, casi como un cantante pop, muy caduco. Responde a la necesidad de narrar con las herramientas que nos dan las redes sociales. Las primeras páginas son la historia de un retuit, en otra parte el narrador se mete al Facebook de un personaje. Quiero entender el entorno en el que estoy, porque yo crecí sin internet, ni redes sociales, ni likes… me doy cuenta de estos momentos históricos que tienen que ser narrados”.Ser artista o creador en México es como tener una pasión poco recompensada en cuestiones económicas. Pocos viven de lo que publican y casi siempre hay que trabajar en otras áreas. Además, implica quitarle horas al sueño para poder escribir, y publicar, con constancia.“En este país no se puede vivir de la literatura, yo creo que sólo 1% de la gente que escribe vive de ello y no por sus regalías, sino de dar talleres, tener puestos (en el Gobierno). Pero los músicos y los pintores están igual. Eso orilla a la gente como yo a llevar una vida doble en donde escribo cuando puedo y soy un “sucio” publicista todos los días del año. Y no se trata de venderse o no, pero es cierto que pierdes las dos cosas que tiene el ser humano: su libertad y su tiempo”.Además, una vez publicado no significa ser leído, ya que la distribución de los ejemplares es otra cuestión que se debe saltar si se apuesta a las editoriales estatales o independientes. En el caso de Liceaga, que ha ganado premios nacionales de cuento y novela, la ruta para llegar al lector final ha sido compleja.“Todos los libros que he publicado, los de editoriales estatales y los que han ganado premios, han sido un suplicio. La aparición de un libro es una especie de bendición porque pasa por una serie de complicaciones. Por ejemplo, mi novela que ganó el premio Sor Juana, ‘Aquí había una frontera’, la publicó el Estado de México y el libro está secuestrado en una bodega y no se distribuye en ningún lado. Me agarraron a billetazos (con el premio) y el libro les terminó valiendo tres kilos. Cuando gané el Bellas Artes cometí el error de darle el libro a una editorial chiquita. Yo nunca vi dos ejemplares juntos. El camino es angustiante y cuesta”, advierte divertido.Publicista por oficio, Rodríguez Liceaga fue uno de tantos que trastocaron sus hábitos laborales y, por tanto, de vida con el inicio de la pandemia. La llegada del virus al país, y las medidas de distanciamiento, impusieron el trabajo a distancia y con ello una nueva rutina no siempre mejor.“Con el formato del home office al principio yo estaba trabajando de nueve de la mañana a nueve de la noche y conectado a videollamadas, mi cerebro estaba aturdido. Fue un inicio muy terrible, aunque parece que ahora ya agarramos la onda. Siempre he sido muy disciplinado en tener mis horas de lectura. Antes leía a la hora de la comida y después de trabajar. Ahora estoy tratando de pararme diario a las nueve de la mañana para leer de hasta las 10 y media, y ya por la tarde me doy un espacio de una hora más”.JL