¿De quién es la responsabilidad de enseñar a leer a un niño? ¿La escuela, los padres de familia? A Gabriela Alatorre no le importó indagar por qué un niño de nueve años, del barrio Colinas de los Robles de Zapopan, no sabía leer. Con sus recursos logró que ese pequeño lograra identificar las letras, a leer las nomenclaturas que cuelgan en cada esquina, a leer un cuento por sí solo.Hace dos años, Gabriela y su mamá, Amparo López, educadora social, fundaron “Patita Chupada” un Día del Niño, y lo que comenzó con actividades en el parque leyendo y jugando con diversos talleristas voluntarios, poco a poco se transformó en un proyecto dispuesto a convertirse en una biblioteca de barrio.“A veces para los niños, los libros se refieren solo a la escuela, que son aburridos y yo tenía esa inquietud de hacer algo, saber qué podíamos hacer con arte, cultura y lectura, que esto tuviera un objetivo. Cuando me mudé a este barrio, me di cuenta que los niños aún salen a la calle a jugar, que no tienen tanto acceso a la tecnología y van al parque”, explica Gabriela, quien es artista y bibliotecaria.Gaby recuerda días sentada en el parque junto a su material didáctico, esperando que tan solo un niño se acercara. Hasta una hora esperó sin que nadie llegara, pero en los días buenos, uno que otro infante se acercó para descubrir las intenciones de esa mujer que, de vez en cuando, lleva el cabello de colores que hacen juego a sus tatuajes y perforaciones.“Había días en que me quedaba sola, algunos niños comenzaron a acercarse, después conseguimos hamacas y eso generó más interés. Uno de los problemas es que muchos niños no sabían leer y llegaban con esa idea de que el libro es aburrido. Los niños invitaron a otros, las mamás se acercaban, y quizá por mis malas fachas como que eso no les gustaba, pero vieron de qué se trataba de esto y se corrió la voz”.Los retosAnte la suspensión de actividades presenciales a raíz de la pandemia por el COVID-19, “Patita Chupada” suspendió las reuniones que Gaby organizaba en la cochera de su casa. Aunque las redes sociales son una opción para compartir actividades, Gabriela señala que de poco sirve, pues de las 30 niñas y niños que participaban habitualmente en sus sesiones, aproximadamente cuatro cuentan con herramientas para seguir las lecturas y manualidades que se comparten desde Facebook.“La pandemia sí nos acabó. Muchos de los niños que venían no tienen acceso a una computadora, quizá tres o cuatro siguen los videos por redes, pero con los demás ya no se ha podido trabajar. Siento que se perdió mucho”.“Patita Chupada” se bautizó así en honor a “Chencho”, el perrito que Gaby tenía por mascota y que tenía la manía de lamerse la pata hasta dejarla pelona. El perro murió y lo que Gaby destinaba en ese animalito lo enfocó en comprar material para que los vecinitos tuvieran una actividad diferente en el barrio.Gabriela señala que la burocracia para conseguir apoyos que permitan, por ejemplo, acondicionar con luz y sanitarios el foro que tienen en el parque la ha hecho desistir de ese camino, y recuerda que también hubo políticos que en campaña se ofrecían a fortalecer el proyecto; sin embargo, para Gaby las reglas eran claras: los políticos tendrían que llegar sin reflectores.“En su momento, se acercaron personas que estaban en campaña, pero les decíamos que tendrían que venir sin camiseta, sin bandera y sin cámaras, que tendrían que enseñar y compartir con los niños algo que fuera de provecho, que solo se llevarían la experiencia. Eso no les gustó y ya no regresaron”.Gaby hace hincapié en que las actividades de “Patita Chupada” son gratuitas y cuando el clima lo permitía o los vecinos no peleaban la ocupación del parque, para participar en las dinámicas los niños tenían la opción de “pagar” recogiendo cinco basuritas del parque que, ante la falta de aseo constante, ella y los niños se ponían a limpiarlo para disfrutar de un entorno digno.A través de los libros, Gaby también impulsa la responsabilidad de los niños: enseñarlos a cuidar el material que se les ofrece y otros los puedan disfrutar, así surgió el préstamo de libros para que los pequeños puedan llevarlo a sus casas y después regresarlo. Con uno que otro tropezón, la dinámica ha funcionado también para sensibilizar a los padres de familia sobre la confianza.“Hasta el momento todos los libros han regresado. Nos pasó que un niño no sabía dónde lo había dejado y le dábamos tiempo para que lo buscara, hasta que llegó su mamá y me dijo que cuánto me había costado esa chingadera para pagármela. Le dije que el libro me había costado 10 pesos, la cuestión era que el niño se había comprometido, que si siempre le resolvería así los problemas, se enojó, pero buscaron el libro y lo regresaron”.JL