Estamos a punto de regresar al planeta después de vivir en este espacio sideral con elevador y dos recámaras. La maniobra es compleja, la atmósfera densa. El Presidente se pone una sonrisa junto con su corbata de gala para presidir el regreso. 10, 9… semanas, días, muchos menos de lo que diagnosticó y recetó el doctor… 8, 7, ¿serán justo los que dictaminó Trump?... 6, 5. El verbo es alucinante: “regresar”. Nos fuimos sin dejar nuestras casas. Cerramos las ventanas y le dejamos a un virus invisible nuestras calles, nuestras playas y nuestras montañas. ¿A dónde fuimos si seguimos en casa? ¿A dónde vamos a regresar si no hemos salido? Después de más de 60 días orbitando nuestras vidas —boca abajo y boca arriba, ida y vuelta de la recámara a la cocina—, por fin se observa nuestra Tierra: insignificante, diminuta. Tal vez siempre fue así. Hay que encender los motores y aplanar la curva de la trayectoria para no estrellarnos contra la atmósfera. ¡Houston, Houston, tenemos un problema! La curva es una recta en 90 grados apuntando hacia el cielo, la única forma de verla plana es acostando de lado la pantalla o, de plano, acostando la cabeza. El impacto es inminente. En la confusión entre científicos y políticos, Freud le toma la lengua al Secretario de Salud y se la enrolla en un acto fallido para que, muy a su pesar, nos diga: “Pues vayamos hacia esa nueva mortalidad”.La “nueva normalidad” es un concepto que se acuñó después de la crisis económica del 2007-2008.Lo que quiere decir es que el contexto cambió, que el mundo como lo conocíamos se esfumó y que a lo que nos enfrentamos es a un mundo nuevo, a una realidad distinta a la que tendremos que aprender a llamar “normal”.También la podríamos denominar “posnormalidad”, esa en donde ponemos en duda todo aquello en lo creíamos antes de que nos hubiéramos ido a este gran viaje sin maletas y a ningún sitio. Y es posnormalidad porque recuerda a los pensadores posmodernos que, como haría el filósofo francés Jean-Francois Lyotard, negaron los grandes relatos, las grandes creencias en las que se sostenían nuestros conceptos de “desarrollo” y de “modernidad”. En ello está la actriz Juliette Binoche y el físico Aurélien Barrau, pero también Madonna, Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Penélope Cruz, Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y muchos más. Cuestionar la guerra y el consumismo y la búsqueda universal de objetivos. En concreto: cuestionar el modelo de sociedad en el que vivimos y la crisis ecológica que esto ha provocado. Elegir no regresar a lo que conocíamos como normalidad. Metanormalidad, supranormalidad. La gran duda radica en descubrir cuánto añoraremos lo normal. La nostalgia de esa normalidad por momentos deforme, pero propia, esa a la que estábamos cosidos.También puede ser el regreso a un mundo por debajo de nuestras expectativas. Eso que podríamos llamar la entrada a la subnormalidad, a la infranormalidad, a la anormalidad. Una normalidad que no llega a ser normal, que nos queda a deber. Esa que ni siquiera se antoja decodificar de tan poca cosa que parece ser. Esa en la que los niños no saldrán juntos al recreo. No habrá salones llenos de estudiantes. No habrá bufetes en los cuales antojarse y deambular, ni cartas con las cuales elegir y ordenar. No habrá revistas para distraerse en los salones de belleza y las peluqueras solo podrán hablar a través de los espejos. No habrá barbas ni bigotes ni tampoco anillos o collares. No habrá voleibol ni futbol en la playa. No habrá cruce de gente en ninguna entrada ni tampoco en las salidas.No habrá conciertos en donde cantar con un mundanal a coro. No habrá audífonos en los museos que nos expliquen los cuadros y las esculturas. No habrá agua bendita en las iglesias. Y si acaso sucede que en esta triste normalidad tenemos la mala suerte de ahogarnos en el mar, el rescatista tendrá prohibido darnos respiración de boca a boca para salvarnos la vida. En 1439 el rey Enrique VI prohibió los besos en las mejillas para intentar con ello frenar la peste que se extendía por Inglaterra. La medida, que también estaba diseñada para que tampoco lo besaran a él y así no contagiarse, no logró que la epidemia de las pústulas pestilentes se detuviera, pero sí que Inglaterra se convirtiera en el país de Europa en el que la gente menos se besa para saludarse. Con ello, Enrique VI se convirtió en uno de los posibles padres forjadores de la frialdad y la llamada “cortesía negativa” de los ingleses. Lo que nos lleva a preguntarnos ¿qué tan sana será la distancia entre nosotros? Normalidad distópica, normalidad apocalíptica, normalidad compleja. Una normalidad mitad presencial, mitad tecnológica. Normalidad híbrida, eso es. Mezclada: añorada y deseada. De carne y de pixeles. Una normalidad enferma en donde todos deberemos llevar cubrebocas y será difícil conocernos y reconocernos. Imposible siquiera pensar en besarnos con la rigidez de una mascarilla N95, esa de los polímeros sintéticos que filtra hasta el deseo, pero que tampoco será posible con cualquier otra mascarilla de más humilde funcionamiento. Todas nos embozarán y convertirán en bandidos enfermos incapaces siquiera de robarse un beso. Todas nos intimidarán. Si reconocer al otro hecho de pixeles será difícil, reconocerlo sin la mitad de la cara será casi imposible. Decía el filósofo coreano-alemán Byung Chul-Han, que la vocación de los occidentales por el individualismo nos hace rechazar los cubrebocas y preferir la cara destapada, una “desnudez” que hoy a Han le parece casi “obscena”. No es difícil descubrir la provocación en su declaración y, sin embargo, me reconozco como una occidental lamentando que hoy lo que diga se lo tendré que decir a un cubrebocas. Que mis palabras tendrán un eco tibio y húmedo y que jamás estaré segura si la intención de mis dichos libró la triple capa protectora o si se quedó atrapada entre tanto polímero. Normalidad virulenta que nos rechaza y nos aleja. ¿Cómo recobrar la solidaridad en la distancia?Normalidad forzada, mientras los contagios suben y los muertos no bajan. Normalidad a ciegas, hecha con discurso: “Declaro inaugurada mi propia y muy personal normalidad...2…1”.¿Qué puede hacer Twitter con la vida de una persona? ¿Qué sucede cuando un tuit se convierte en tendencia, salta a la vida «real» y determina la suerte de alguien? Memes, bots, hilos, trolleo, tren del mame: palabras que utilizamos coloquialmente, pero que en este ensayo sirven para comprender la naturaleza de las redes: somos actores sociales, víctimas y también verdugos.¿Dónde termina la burla y comienza el acoso?En un mundo regido por los likes y por la necesidad de reconocimiento y de validación, ¿quién determina lo que es correcto y lo que no? ¿Cuál es el límite de la libertad de expresión?Ana María Olabuenaga, una de las mentes más brillantes y creativas de la publicidad en el ámbito mundial, aborda casos como los de Nicolás Alvarado y Marcelino Perelló para estudiar el fenómeno social más controversial de nuestra era: los linchamientos digitales.Licenciada en Comunicación. Cuenta con estudios de posgrado en Letras y Ciencias Políticas. Con maestría en Sociología con especialización en Estudios Digitales.Fundó Olabuenaga Chemistri, la cual llegó a ser la agencia de publicidad más efectiva de México. Ha colaborado en la creación de por lo menos 3000 comerciales.Es la primera mujer en el Salón de la Fama de la Publicidad Iberoamericana y también ha sido reconocida por su relevancia en los negocios por Forbes, Expansión, Líderes y Mujer Ejecutiva.JL