Convertido en el principal representante de la literatura albanesa, Ismail Kadaré falleció ayer a los 88 años dejando una obra extensa que, cargada de lirismo y a través de la alegoría, denunció la corrupción del poder y soñó con una Albania libre, con la razón y el arte como banderas.Por estos méritos fue en numerosas ocasiones aspirante al premio Nobel, un galardón que no consiguió finalmente: “He sido candidato tantas veces que hay gente convencida de que me ha sido concedido”, solía bromear al respecto.Traducido a más de 40 idiomas en todo el mundo, sí obtuvo el primer Man Booker Internacional concedido en 2005, desbancando a otros aspirantes como el colombiano Gabriel García Márquez o el alemán Günter Grass, así como el Príncipe -hoy Princesa-de Asturias de las Letras en 2009.El jurado de esta importante distinción destacó de él su capacidad para recoger la tradición de los viejos mitos de Homero y otros autores helenos y “narrar con lenguaje cotidiano, pero lleno de lirismo, la tragedia de su tierra, campo de continuas batallas”.“Soy un autor de los Balcanes, una parte de Europa que se ha conocido durante mucho tiempo sólo por noticias sobre perversidad humana”, reconoció él mismo a ese respecto, deseoso de que, en adelante, “la opinión europea y mundial” también viesen en esa región sus logros en campos como el arte o la literatura.Miembro de la Academia de las Artes de Berlín y distinguido con la Legión de Honor Francesa, desempeñó un papel fundamental en el esclarecimiento a nivel internacional del drama de los albaneses de Kosovo.Nació en 1936 en Arigirocastro, una pequeña aldea del interior de Albania, en el seno de una familia musulmana, y estudió Historia y Filología en la Universidad de Tirana, comenzando a escribir poesía a mediados de los años cincuenta.Su primer éxito lo obtuvo en su país con el libro de poesía “Lírica y ensoñaciones”, mientras que el reconocimiento internacional llegaría en 1962 con la edición de su primera novela, “El general del ejército muerto”.Durante la dictadura estalinista de Enver Hoxha publicó diferentes novelas como “Dasma” (1968), “Los tambores de la lluvia” (1970) y “El largo invierno” (1977), así como “¿Quién se ha llevado a Doruntine?”, “Abril quebrado” y “El año negro”, en 1980.Mantuvo una relación ambigua con ese régimen y así pasó del elogio en algunas de sus obras a manifestar su oposición por no permitir reformas democráticas, huyendo de Albania en 1990 e instalándose en Francia tras conseguir el asilo político hasta 1999, cuando comenzó a alternar su residencia entre París y Tirana. A ese respecto, declararía que todas las dictaduras “son como un agujero negro del que no se puede salir fácilmente” y que, “además del terror, tienen la característica de saber calcular muy bien, de actuar como un hombre de negocios”.Un episodio que ilustra a la perfección este tránsito en su relación con el viejo régimen de su país tuvo como protagonista su libro “El gran invierno”, en el que relata la ruptura de las relaciones del pequeño país balcánico con su “hermano mayor”, la antigua Unión Soviética, liderada por Nikita Jrushchev.En julio de 2012 denunció a la viuda del dictador Hoxha, quien fuese presidenta del Frente Democrático de Albania durante el comunismo, por poseer ilegalmente el manuscrito original de esta obra durante 40 años.Nexhmije Hoxha negaba esa situación con el pretexto de que el texto le había sido regalado por el propio autor, entonces ex vicepresidente de la citada formación, y mostró como argumentos a su favor cartas de simpatía del escritor dirigidas a su marido. Igualmente, sólo unos meses después un tribunal decidió restituirle a Kadaré el manuscrito.“He escrito durante 30 años bajo la tiranía comunista y otros 22 en gran libertad”, afirmó el autor, que opinaba que “bajo el miedo no se puede crear nada” y que decía de su labor como escritor que él durante años hizo “literatura normal en un país anormal”.Ironizaba en este punto sobre los críticos que pensaban “que quizá escribía mejor bajo la dictadura”. “Igual habría que encerrar a los escritores en la cárcel para hacerlo mejor”, comentaba con humor.“Las dictaduras son pasajeras, pero la literatura es eterna y tiene las mismas leyes, con libertad o sin ella”, advertía Kadaré, para quien la “única” misión del escritor era “escribir, hacer literatura”, pero no “investigar” ni plantear “análisis sociológicos” de la realidad en la que se desenvuelve. CT