Despierto sin saber cuántos días de distanciamiento social han pasado, y despierto temprano porque ahora que no hay horarios a mi cuerpo le dio por sentirse responsable frente a no sé quién, ya que hace mucho que dejé de responderle a alguien todo el tiempo. Desayuno como he desayunado casi todos los días de mi vida pero ahora lo hago sin prisa porque no tengo que llegar puntual al gimnasio, no tengo que subir al coche y conducir veinte minutos porque el gimnasio cerró desde el 18 de marzo y ahora cada hueco de mi casa es un gimnasio. Mientras desayuno me llegan a mi celular las notificaciones de todos los sitios de noticias a los que me he suscrito en los últimos días para saber qué tan rápido va avanzando el coronavirus por el país y por el mundo. Hay un encabezado en un periódico de España que recuerda a los lectores que pronto tocará adelantar las manecillas del reloj por el horario de verano, se lee «A las 2 serán las 3, y da igual» y levanto mi taza de café frente al celular para brindar con quien sabe quién. Ahora que no se puede salir de casa no hay nadie con quien brindar. Me siento frente al escritorio para trabajar en mi novela, pero sólo escribo un par de palabras antes de que mi cabeza se comience a cuestionar cuántos casos más han sido detectados desde la última vez que recibí algún mensaje. Entro al mapa mundial interactivo que se actualiza constantemente. 10,000 casos más, casi todos ellos en Estados Unidos, y yo que tengo la frontera a un poco más de dos horas. Miro por la ventana del estudio porque la hoja en blanco me ha secado los ojos pero por ese hueco no se ve más que la pared sin pintura del vecino, aunque si saco la cabeza por la ventana y me asomo hacia abajo puedo ver a mi perrita en el patio comiendo un poco de jícama recién cortada y por unos minutos me olvido de todo. Parece una maldición que una vez que regreso a la computadora ese sentimiento, junto con mi inspiración, desaparecen.Y como si fuera una maldición, justo en ese momento me llega un mensaje de mi amigo que pregunta cómo va la novela en tiempos de COVID-19. Las personas podrían pensar que estar todo el día encerrado en casa me ayudaría a trabajar día y noche en ella pero la realidad dista mucho de aquella utopía laboral. Mi amigo pasa de una maldición a ser la voz de la razón cuando me dice que tenemos que tener una conexión con la realidad, dice: “Todo lo que podamos crear está desconectado del mundo en el que ahora existimos porque este mundo es nuevo”. Y vaya que se siente como un mundo completamente nuevo y diferente. Me alegra leer que alguien me entiende, que los que suben historias a Instagram en las que se les ve trabajando con una computadora portátil frente a un hermoso jardín son unos, pero también estamos nosotros. Esto que escribo no es más que una forma de conectarme con la realidad. Escribir porque me gusta escribir y escribir porque es mi trabajo, aunque este texto es algo diferente a la ficción a la que estoy acostumbrado, porque ahora mismo, en este mundo nuevo, lo único que domina es lo real.He escuchado durante muchos años que los jóvenes nos la vivimos pegados a una pantalla y ahora esa afirmación se siente más real y justa. Intercambio mensajes con mis amigos desde que despierto hasta que me voy a dormir y todos parecemos más atentos a esas conversaciones porque ahora no son interrumpidas por las interacciones que se daban. Yo que siempre he sido de amores a distancia, me alegra saber que hoy y quizá también mañana, todos los amores son a distancia. A las siete en punto abro Twitter para seguir por ahí la transmisión diaria que informa sobre las acciones que el Gobierno está tomando para controlar la pandemia. Informa cuántos casos nuevos se han detectado y confirmado en las últimas 24 horas, también cuántas personas más han muerto. Dan ganas de aventar el celular, de sobarse la frente o de jalarse el cabello al escuchar las cifras, al escuchar a los funcionarios, al escuchar a los periodistas que no están escuchando a los funcionarios. Le echo un último vistazo a las estadísticas actualizadas porque es mejor ver cómo cada hora se van sumando cinco mil personas contagiadas que esperar al día siguiente y ver de golpe todas las que se han acumulado. Dan ganas de no enterarse de nada, pero ahí estaré mañana de nuevo a las siete en punto, cumpliendo con esta nueva rutina que apenas va tomando forma. Ahora me siento más regiomontano que hace unas semanas, en casa cenamos carne asada un día sí y un día no. Queremos compensar con estos nuevos rituales de convivencia familiar aquello que no podemos obtener del exterior. Si algo tuviera que agradecerle a la desgracia, sería esto: la convivencia obligada pero grata. El ir y venir de la vida que vivía en el mundo viejo sólo me permitía saludar y despedirme, ahora todo el tiempo es nuestro. Pero esa alegría egoísta desaparece al recordar que tampoco puedo ir a la casa de los abuelos, que no puedo comer con ellos en quién sabe cuánto tiempo. Ojalá estuviéramos frente a un virus empático, uno que no fuera tan duro con quienes más nos han cuidado.El aislamiento social que estamos moralmente obligados a cumplir me ha ido manipulando poco a poco mis horarios, ahora duermo menos. Aunque despierto temprano me acuesto más tarde… pero no importa cuántas horas duerma, sigo soñando de la misma manera porque los sueños no nos los arrebata nadie. Quizá mañana pueda ir a comer a casa de los abuelos.Por Alberto VillarrealSinopsisSantiago se enamoró de Valentina como un loco, sin saber que ella tenía otros planes y él no estaba incluido. Pero eso pasa cuando te enamoras: Tocas fondo y te das cuenta de que descuidaste a tus amigos, te olvidaste de quién eres y creíste que todo sería para siempre. La realidad es que el amor es muchas cosas, como un beso con la ciudad de fondo, la bebida favorita de tu persona especial, pero también un viaje con tus amigos y, claro, un corazón roto, un mensaje en visto y un recuerdo que duele a ciertas horas de la madrugada.Otras publicaciones “Anoche en las trincheras” (2018)Sobre el autorAlberto Villarreal es un lector que dice lo que piensa de los libros en su canal de YouTube “Abriendo Libros”. Esta pasión lo ha llevado a presentarse en diferentes ferias del libro -nacionales e internacionales- y a hacer clubes de lectura, donde comparte con los asistentes la magia de la literatura y el extraordinario viaje que ha recorrido como booktuber.