Nunca antes había tenido esta conciencia de la vulnerabilidad aparejada con la edad. Será porque cuesta sincronizar la cronología del cuerpo con la de la mente. Mientras en mi cabeza yo sigo bailando “I cant’ get no satisfaction” de los Rolling Stones, mi cuerpo está a punto de reclamar que ha llegado a la edad de la jubilación, ostenta su tarjeta del Inapam y accede con gusto a algunos privilegios en transporte público y viajes, lo que ahorita importa muy poco o nada. Resulta que, si uno se vanagloriaba de esas pequeñas conquistas como un saldo positivo del paso del tiempo, ahora sólo queda el lastre de una cabeza que no se serena habitando un cuerpo forzado a mantenerse a raya de los otros. Porque una cosa es quedarse en casa y otra pensar que no sólo los niños (¡ayyy mi nieto!) sino los jóvenes (¡mis hijas! y mis alumnos) son una amenaza para nosotros, que en su lozanía pueden transportar al virus y nosotros sufrir graves consecuencias de ello.Uno no quiere tener miedo, uno ahuyenta el insomnio, uno se procura rutinas de trabajo, de ejercicio, cocinar y hacer platillos curiosos, pues hay tiempo de ver recetas, videos, pedir a domicilio, probar vinos. Por fortuna soy escritora y el autoexilio, irse un mes a escribir a algún lado de tiempo completo, ha sido práctica benéfica para la concentración escritural, para vivir la escritura de tiempo completo y eso es algo positivo de este mundo que se ha detenido allá afuera (sólo que como en la canción de Víctor Manuel, “Paren el mundo, que yo me bajo”, no es posible apearse). Pero una cosa es encerrarse como deseo, como opción para el trabajo creativo, desconectarse del mundo y las personas, y otra cosa que lo externo te lo imponga, que no haya más que acatar lo único que está en nuestras manos (además del jabón) para evitar el contagio y la gravedad hospitalaria y la escasez de camas para otros con otras enfermedades: el encierro. Pues resulta que estoy en la edad de canción de los Beatles y yo me hacía más joven. No tengo dolencias visibles y aunque me canso más que antes con los traqueteos de la vida, los aguanto.Resulta que me pinto las canas que ahora tendrán oportunidad de ser las rebeldes del cuento y que los jóvenes con los que intercambio visiones del mundo, experiencias y asombros, relación con la realidad y memoria, son contrapartes virtuales pero no experiencias cotidianas. Son palabras y no cuerpos cuando entramos a google classroom o cuando contesto un correo o un whatsapp. “Will you still feed me”, plantea la canción de Lennon y McCartney.En los años sesenta, 64 era edad de viejitos… ¿me querrás todavía?, ¿me alimentarás? Te voy a tejer un suéter junto a la chimenea mientras deshierbas el jardín. Pero en 2020, la tercera edad no se puede dar el lujo del retiro como en otros países, (tal vez en ciertos estratos no quiere dárselo) para morir en la quietud de esta era coronavirus donde nos hemos vuelto dependientes. ¿Me trae el súper?, ¿la farmacia?, ¿el pan?, ¿los lentes que olvidé?, ¿el libro que no me traje? ¿Le puedo encargar un algo de risas de comidas de familiares, o de amigos? Tal vez las vendan enlatadas. Cuando lleguen a casa, las desinfecto, las dejo reposar una hora y ya las puedo abrir. Capaz de que estos momentos empersianados nos hacen pensar en cómo queremos emplear nuestro tiempo no laboral cuando salgamos de esta, el valor de la reunión con algunos, de las confidencias con otros. También en la necesidad de pasar tiempo con nosotros.El poeta antillano Derek Walcott lo dice muy bien en el poema “El amor después del amor”. Tiempo de mirarse a uno mismo, ese extraño con el que hemos estado largo tiempo y no lo conocemos. Amarás de nuevo al desconocido que eras tú./Da vino. Da pan. Devuelve tu corazón/ a sí mismo, al desconocido que te ha amado/ toda tu vida, a quien ignoraste/ por otro y que te conoce de memoria. Aunque Walcott se refiere al fin de una relación amorosa, ¿no es acaso el encierro una forma de ruptura ante la amenaza de muerte en que se han convertido los espacios y los otros?Yo he cumplido con el verso de dar vino y dar pan, de dedicar el tiempo a los rituales de mesa y sostenimiento del cuerpo que, caprichoso, no solo quiere sus nutrimentos, sino hacer de las comidas del día un espacio celebratorio. Voy a ver que sale de esa extraña que he sido conmigo. No respondo a lo que habrá de suceder al tiempo pasado. Me alegro de que ni los niños ni los jóvenes sean los más afectados por este virus imparable, y he aceptado —como si jugara a las vencidas con la realidad— que estoy en edad de riesgo. La realidad te devuelve esa radiografía fría y concreta del organismo: corazón que ha bombeado sangre 768 meses, pulmones que han oxigenado la sangre durante 23, 360 días… en la cuenta sobra decir que las imágenes de lo vivido también son muchas y oxigenan el alma, producen endorfinas y también serotonina, que paso de la alegría a la tristeza como adolescentes en furor hormonal.Pero tengo 64 años y, paradójicamente, la novela que publiqué el año pasado, “Todo sobre nosotras” (Planeta), trata sobre un grupo de amigas que cumplen 60 y se van a “encerrar” a una finca del Alentejo portugués y reviven las que han sido y las que serán. Era un proyecto literario, ahora es una realidad de la que abrevar para cuando se abran las puertas y la conversación abanique las glorias de estar vivo y de abrazarse y de tocarse y de tomarse de las manos para no dejarse ir nunca. Subrayaré entonces, como lo hago en la novela, que tener más de sesenta es una forma de vida con voz, energía y vitalidad. Y que ninguna edad es inmune a los sueños, la compañía y la felicidad. Por Mónica LavínSobre la autoraNació en la Ciudad de México, el 22 de agosto de 1955. Narradora. Bióloga por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha sido investigadora en el Instituto de Ecología; jefa del Departamento Editorial de Difusión Cultural de la UAM; conductora del programa de radio “Muy Interesante”; coordinadora de talleres de narrativa en el Centro de Comunicación y Desarrollo; maestra de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Presidenta de la Asociación Iberoamericana de Escritores; guionista de Canal Once; conductora del programa radiofónico “Palabras al oído”. Pertenece al SNCA desde 2003. Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1996. Premio del Club de Periodistas 1997 por el programa radiofónico de divulgación de la ciencia “Muy Interesante”. Premio Nacional de Narrativa Colima para obra publicada 2001 por “Café cortado”. Parte de su obra aparece en diversas antologías nacionales como “Cuentos eróticos mexicanos”, “La luna de miel según Eva”, “Historias para sentir”, entre otras.Novelas: • “Café cortado” (2001) • “Hotel Limbo” (2008) • “Yo, la peor” (2010) • “Las rebeldes” (2011) • “La casa chica” (2012) • “Doble filo” (2014) • “Cuando te hablen de amor” (2017)JL