La más reciente novela del escritor nicaragüense José Adiak Montoya (Managua, 1987), “El país de las calles sin nombre” (Seix Barral, 2021), es tanto la narración de un viaje de transformación como una exploración emotiva de la memoria y las consecuencias de “recuperar” sucesos de un pasado que, como sucede con frecuencia en los países de Latinoamérica, representa una marca profunda en el destino de su protagonista.A pesar de tratarse de un narrador omnisciente en tercera persona, lo cierto que la lectura se percibe extrañamente “familiar”, algo que -nos dice Adiak Montoya- “tiene sentido porque se cuenta acerca de una familia y, precisamente, requiere un narrador así, que no demeritara cariño y empatía para con los personajes”.De esta forma, continúa en entrevista con EL INFORMADOR, “si bien se trata de un narrador que puede meterse, literalmente, en cada rincón de este mundo, ve más en el interior de las personas, en los paisajes internos, que en lo que mira de los ojos para afuera. Ahí fue, creo, donde encontré el tono narrativo; uno que tiene que ver con el interior de los personajes y cómo se transforman a partir de los hechos que ocurren en la novela”.En este sentido, explica el escritor, “para no revelar cosas que se develarán en esta historia, creo que el narrador en tercera persona, aparte de ser un ‘pequeño dios’, no puede revelar justamente secretos que Alice Miller (personaje central) va a ir descubriendo por sí misma. Esos secretos pueden contarse en primera persona a través de la confesión. Yo sospecho que este narrador a veces es sorprendido por las circunstancias de lo que ocurre y, entonces, puede parecer sencillo pero es un recurso que demanda una pericia técnica que espero haber logrado”.Frente a la narizAdemás, en torno a los personajes femeninos, comenta Adiak Montoya que “hay dos partes cuando uno escribe: una consciente y una subconsciente, que se aprecia cuando los lectores te entregan ‘revelaciones’ sobre tu propia obra que uno no se planteaba”.Por eso, expresa el autor, “al pensar que se trata de una novela sobre una transformación emocional, pues es un personaje al que le pasan cosas y debe asumirlas, expresarlas y ver cómo va cambiando, pensé entonces que debía ser una mujer, porque son más abiertas a la transformación emotiva, y los hombres no solemos expresar nuestras emociones. Un personaje masculino se habría desplomado ante todo lo que le sucede a Alice Miller”.De acuerdo con Adiak Montoya, quizá lo más interesante de la protagonista es que “pasa por una transformación que ella no pide. Ella viaja, se dirige hacia la acción porque necesita hacer un trámite, pero empiezan a sucederle cosas, va a ir cambiando pero sin que se lo proponga; su viaje no es de búsqueda sino que esa búsqueda llega a ella, sucede frente a su nariz, y se da cuenta de que es resultado de muchas cosas que desconocía. Al final, somos testigos de una transformación que es involuntaria”.Este “interés literario” por la memoria, relata Adiak Montoya, lo tiene “porque precisamente es muy tramposa, puede jugarte malas pasadas y convencerte de que pasan cosas que en realidad no ocurrieron; por eso dejar un testimonio es necesario. Pienso que la memoria, como tal, puede ser tergiversada de muchas maneras, una sería la literatura porque a veces recordamos más los hechos gracias a un escritor y no a un historiador, precisamente porque nos adentramos en el drama humano y no en las cifras que marcan una fecha”.Como ejemplo de lo anterior, establece el escritor, “a veces resulta más verídico cómo Víctor Hugo narra la batalla de Waterloo en Los Miserables que leer un parte de guerra. Ese poder de la literatura es hermoso pero igual tramposo, porque cuando trata sobre la memoria, no busca dar una respuesta fija. La literatura tiene la virtud no de dar respuestas sino de hacer las preguntas adecuadas”.Radicado en México desde hace cuatro años, Adiak Montoya refiere que su novela, también, “ahonda en la historia en doble sentido; porque trata de una historia de la que yo soy resultado, de una guerra que no viví pero que se supone se hizo para mí, porque debimos ser la primera generación que viviera en una Nicaragua libre y luminosa. Luego, en esta nueva etapa de represión, que viene del ejercicio del poder del mismo presidente, Daniel Ortega, que lleva más años en el poder que cualquiera de los Somoza”.Y esa es la razón, hace énfasis el autor, por la que esta novela “trata sobre ese ‘morderse la cola’, ese bucle de violencia donde un gobierno promete eliminar la pobreza y no lo consigue en 40 años, lo que es un enorme fracaso. Retomo un contexto histórico porque tengo derecho a juzgarlo puesto que se llevó a cabo para mi generación. Y eso es una forma de afirmar la memoria, porque sé cómo ocurrieron los hechos y si ahora el discurso oficial deseara tergiversarlos, pues me gustaría volver en tres décadas a esta novela escrita por un joven que fui, con la intención de que no se perdiera esa memoria”.