SinopsisDos hombres labran su destino en el juego oscuro e inmisericorde de la política mexicana. Después de varios años al servicio del senador Óscar Luna, Julio Rangel quiere mostrarle su valía. Las elecciones se aproximan y, con ellas, la oportunidad de seguir trepando la pirámide del poder. Nada lo detendrá. Por su parte, Martín Ferrer ha estado por mucho tiempo obsesionado con el senador. Una vieja disputa familiar impulsa sus deseos de venganza y reivindicación. Las vidas de Julio y Martín se encuentran en una encrucijada que no sólo los confronta entre sí, sino consigo.Fragmento del libro Tenebra (Seix Barral), © 2020, Daniel Krauze. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.JulioLlego a El Cardenal a las nueve en punto, dejo el coche en el valet parking y me trago un Advil y unos Tums. No tomé una gota y de todas maneras estoy frito. Llega una edad cuando la cruda es más por no dormir bien que por alcohol. A mi dolor de cabeza mutante no le ayuda que El Cardenal es un restaurante enorme, atascado de gordos ruidosos. Uno pensaría que los políticos hacen tratos en voz baja, escondidos en su oficina, como en House of Cards. No en México. Acá se cierran negocios a gritos, donde cualquiera puede ver el apretón de manos. Senadores del PAN saludan a senadores del Verde y los del PRI cachondean con los de Morena. Una gran familia. La gente se queja de que no hay transparencia, cuando según yo la política mexicana es la más transparente. Basta ir a los lugares adecuados para ver quién come, platica y hace deals con quién.El senador está en su mesa de siempre, al fondo, lejos de la ventana. Le gusta sentarse ahí para recorrer el lugar, saludar, ver y ser visto. Catalino Barrientos, el periodista con el que vamos a desayunar, preferiría que nos viéramos en un lugar menos popular. Debe tener décadas escribiendo sobre política y sigue sin entender que, con nosotros, para hablar en privado hay que estar en público. Cada vez que le echo un grito por teléfono escucho como sale al balcón de la oficina y me pide que le avise antes de marcarle, para evitarse pedos. Como si la mitad de México no supiera que desde hace años lo tenemos aceitado con un chayote mensual.Le doy los buenos días a Catalino y al senador. Espero a que me invite a tomar asiento y saco una libreta del portafolio.—Ya estuvo, Julito —me dice el senador, mientras limpia los restos de comida en su plato con la punta de un bolillo—. Quedamos acá con Catalino que le vamos a dar cinco más al mes. Cinco, ¿verdad?Catalino voltea a las mesas de junto. Creo que, si se tratara de otro político, ya le hubiera pedido al senador que baje la voz. Es el único periodista que se pone nervioso cuando hablamos. Los demás se llevan de piquete de ombligo con nosotros y con la oposición. La chinga es que Catalino también es el más conocido. Hasta ayer tenía 200 mil seguidores en Twitter, además de salir en la radio y publicar una columna diaria, donde los loquitos de izquierda entran a mentar madres. El éxito no se le nota en la cara. Sus ojos están hundidos entre ojeras y hueso, y siempre miran con resignación, así estén viendo un cheque o unas enchiladas suizas. El senador, en cambio, se ve fresco. Su loción atraviesa el olor a comida, tortillas y aceite. Su voz también parte el ruido del restaurante. A diferencia de Catalino, que tiene manchas de salsa verde en la camisa, el senador está más limpio que un monaguillo en domingo. Quiero creer que he aprendido algo de él, que yo también puedo sentarme a comer unos tacos de chicharrón prensado y no mancharme ni los dedos.Catalino dice que sí como si estuviera aceptando una liquidación y no un aumento de sueldo. Supongo que se debe sentir de la chingada haber soltado madrazos contra el PRI de los ochenta y los noventa, y luego terminar cerrando tratos con nosotros. Llega el capitán de meseros, haciendo reverencias japonesas, para ver si se nos ofrece algo más. El senador le aprieta el codo.—Nada, capi, muchas gracias. Mándeme la cuenta, si es tan amable.—Claro que sí, senador. Un placer. Encantado. Ahorita se la mando. Muchas gracias. Muy amable. Con permiso.Catalino revisa la hora en su reloj chiquito y chafa. Yo subrayo el monto, $5000, en el cuaderno. El senador se limpia el bigote con la servilleta.—¿Ya conocías a Julito, entonces? —pregunta el senador. Pasa José Luis Moreno González, editor de un periódico en línea, y Ernesto Covarrubias, un diputado de Morena que cuando está pedo se queja de que la Ciudad de México apesta a pobre. Los dos se despiden de mano de mi jefe, sin pelar a Catalino o a mí—. Julito es como de la familia.Ver a Catalino sonreír es un espectáculo de veras horrible.—¿Sabías que estudió la secundaria y la prepa con Óscar chico? Compadres desde escuincles, estos dos. Cuatazos. Julito siempre dormía en la casa. Ya hasta le teníamos su cuarto, pero prefería dormir junto a mi hijo, aunque fuera en la alfombra.El senador se ríe. Yo también me río. Catalino echa un ojo a la puerta.—Luego estudiaron juntos en el ITAM. Bueno, tú estudiabas, ¿verdad, Julito? El huevón de mi hijo nomás se la pasaba correteando faldas.—El acento del senador es una mezcla de todo México. Nació en Quintana Roo y por un rato vivió en Mérida, así que de repente se asoma un ritmito yucateco. Luego le sale un tono norteño, tal vez porque estudió la carrera en Monterrey—. Julito se metió a Derecho como yo. Un estudiante de puro diez. Beca completa desde el primer semestre hasta el último.Daniel Krauze estudió la carrera de Comunicación en la Universidad Iberoamericana y la maestría en Dramatic Writing en la Universidad de Nueva York (NYU). Es autor de “Cuervos” (Planeta, 2007). Actualmente es coeditor del sitio de Internet de Letras Libres.