Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Cultura | II Domingo Ordinario

El testimonio del Bautista

Juan el Bautista apunta a lo central de la presencia de Jesús entre nosotros: que viene de Dios, que es el Cordero, que nos precede y nos amó primero

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios» WIKIPEDIA/Bautismo de Cristo, de Juan Navarrete

«Yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios» WIKIPEDIA/Bautismo de Cristo, de Juan Navarrete

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

IS 49, 3.5-6.

«El Señor me dijo:

"Tú eres mi siervo, Israel;

en ti manifestaré mi gloria".

Ahora habla el Señor,

el que me formó desde el seno materno,

para que fuera su servidor,

para hacer que Jacob volviera a Él

y congregar a Israel en torno suyo

–tanto así me honró el Señor

y mi Dios fue mi fuerza–.

Ahora, pues, dice el Señor:

"Es poco que seas mi siervo

sólo para restablecer a las tribus de Jacob

y reunir a los sobrevivientes de Israel;

te voy a convertir en luz de las naciones,

para que mi salvación llegue

hasta los últimos rincones de la tierra"».

SEGUNDA LECTURA

1COR. 1, 1-3.

«Yo, Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes, mi colaborador, saludamos a la comunidad cristiana que está en Corinto. A todos ustedes, a quienes Dios santificó en Cristo Jesús y que son su pueblo santo, así como a todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor nuestro y Señor de ellos, les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor».

EVANGELIO

JN 1, 29-34.

«En aquel tiempo, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: "Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo he dicho: 'El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo'. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel".

Entonces Juan dio este testimonio: "Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: 'Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo'. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios"».

El testimonio del Bautista

Luego de las fiestas navideñas, queda la sensación de que el nacimiento de Jesús ha sido un gran evento. Nos hemos concentrado tanto en la fiesta -al punto en que ahora nos pesa la “cuesta de enero”- que nos hemos ido perdiendo algunas cosas importantes. Por eso Juan el Bautista apunta a lo central de la presencia de Jesús entre nosotros.

Fundamentalmente, Juan da testimonio de Jesús. Cuando testificamos hablamos de aquello que hemos visto y escuchado, de aquello que hemos presenciado. ¿Qué es un testimonio? Podemos decir que se trata de dar fe de la validez de una situación. Es decir, quien da un testimonio afirma algo que es digno de ser creído. Puesto que se da fe de algo, también podemos decir que el testimonio nos permite tener confianza en aquello que afirma. El testimonio de Juan el Bautista implica su fe: confía en que Jesús viene de Dios, confía en que es el Cordero de Dios. Y dado que confía, lo anuncia. ¿Pero sólo eso?

Todo el evangelio de Juan se puede sintetizar en pocas afirmaciones. Una de ellas es que Dios nos amó primero. El testimonio de Juan el Bautista dice: “existía antes que yo”. No se trata de una certeza metafísica. La afirmación del Bautista quiere decir que Jesús es el signo del amor de Dios que nos amó primero. Que sea signo (cordero) quiere decir que Jesús consiste en ese amor.

¿Y qué pasa con nosotros, por qué tendríamos que creerle a Juan? Simplemente, porque Jesús, como signo del amor del Padre, hace referencia a todas las personas que amamos, de las cuales nosotros mismos somos el testimonio. Los padres testifican amor por sus hijos -y viceversa-, un amor que es digno de ser creído. Juan dice que “él tiene precedencia sobre mí”. El Padre tiene precedencia sobre nosotros. Su amor nos precede, nos funda, nos hace capaces de amar.

Creemos en este testimonio porque, de una manera u otra, lo hemos vivido. Igual que Juan el Bautista, los cristianos somos quienes damos testimonio de Cristo en el mundo.

Rubén Corona, SJ - ITESO

No rendirse ante el pecado

Nuestras opciones de vida no pueden ser con base en el pecado; como católicos no podemos optar por el pecado, no podemos rendirnos ante él, porque nuestra dignidad va más allá de lo material y mundano. Somos llamados a vivir plenamente nuestra vocación a la santidad y para ello, es necesario abrir el corazón y el oído a la escucha de la palabra de Dios y a la vida de sacramentos, tan necesaria para fortalecernos en este camino hacia el encuentro del amor de Dios.

Tristemente, nos encontramos en un tiempo crítico de fe y de compromiso espiritual.  Ya nada tiene valor y pocos viven una fe madura y coherente. Es una invitación a renovar nuestro ser cristiano, nuestra filiación divina, nuestra conciencia, para que sean purificadas, no por nuestros méritos sino por amor y en el amor de Dios. 

Todos los bautizados somos una sola familia porque somos hijos de Dios y como familia debemos velar los unos por los otros para que nuestro amor sea perfecto. Dispongamos nuestra mente, corazón y oídos para que Dios pueda restaurar y sanar todo nuestro ser. Descubramos en el silencio de nuestro interior, cuál es el pecado del que no queremos desprendernos y en un acto de amor y de humildad renunciemos a él, aún cuando sintamos que nuestro interior se desgarra por dentro, ese será el principio de nuestra liberación, restauración y sanación interior. 

¡El hombre peca porque no sabe amar! Ser capaces de renunciar a un solo pecado es una gracia que solo el amor puede conceder al alma que busca con sencillez su propia santificación. El pecado es la ausencia de amor en el corazón humano y por consiguiente la ruptura de todo vínculo de unión con Dios. Pecado es todo aquello que nos aparta del amor de Dios, y que atenta contra la propia santidad y la del prójimo, así como aquello que va en contra de sus mandamientos. 

Hoy la sociedad le teme a la verdad, a reconocer a Cristo y proclamar con nuestras acciones que él es el Señor de nuestras vidas. Ya no se teme al pecado, ya no importa la gracia, ni la santidad del alma. Hoy solo se busca el placer carnal y la satisfacción de los sentidos. 

La santidad a la que somos llamados no consiste en obras grandes, sino en las pequeñas que se hacen con amor, y de ellas alcanzar la vida eterna. Somos llamados a vivir plenamente nuestra vocación a la santidad y para ello, es necesario abrir el corazón y el oído a la escucha de la palabra de Dios y a la vida de sacramentos, tan necesaria para fortalecernos en este camino hacia el encuentro del amor de Dios.

Cristo Jesús, es el Cordero de Dios que ha venido al mundo para perdonar nuestros pecados, a liberarnos de la esclavitud. ¡No tengamos miedo! Recuerda que Cristo no vino solo por los justos, él vino a sanar a los enfermos y dar libertad a los cautivos por el pecado y a perdonar toda ofensa, y a enmendar aquello en que hemos fallado como cristianos. Pidamos al Señor la gracia de nuestra conversión.
 

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