Domingo, 26 de Enero 2025
Cultura | CRÓNICAS DEL ANTROPOCENO

Especies compañeras

No sólo hay perros y gatos, los humanos hemos coevolucionado con otras especies y juntos nos ayudamos a vivir

Por: Abril Ambriz

"Tengo dos gatos, pero ellos también me tienen a mí". CORTESÍA/Carolina Ibáñez

Desde diciembre del 2018 llevo siempre en mi ropa un montón de pelitos blancos; mis vías respiratorias también han tenido estragos a causa de éstos. Pero no importa mucho porque conozco también que un parpadeo suave y lento, en idioma, gato significa “te quiero” y que tengo varios de esos a diario. Mis gatos, en cambio, saben que el sonido de cierta puerta es igual a comida, y saben, además, reconocer cuando les llamo por su nombre (aunque científicamente está comprobado que decidan ignorarlo).

De cualquier manera, cada acción y cada manera de comunicarnos nos constituyen a diario y nos lleva a formar parentescos con nuestros compañeros peludos por voluntad. Y me parece necesario recalcar esto porque desde cierta visión antropocéntrica parece que las únicas relaciones que importan son las que establecemos con otros humanos. Nada podría estar más alejado de la realidad.

La bióloga y filósofa feminista Donna Haraway puso en la mesa el concepto de especies de compañía, que no solamente se refiere a los animales de compañía, si no que abarca a todos los seres orgánicos como humanos, animales, plantas, hongos, bacterias… con quienes convivimos siempre. Aquí es donde entra la figura del cyborg (también propuesto por nuestra querida filósofa); una criatura híbrida entre entidades que tradicionalmente se creían separadas e irreconciliables. 

Tanto la figura del cyborg como las especies de compañía aportan lo humano y no humano, lo orgánico y lo tecnológico y sobre todo buscan desdibujar el falso dualismo de naturaleza versus cultura que recae muchas veces en prácticas de dominación y control humano sobre otras especies.

Es necesario borrar esos falsos límites para comprender que hemos coevolucionado con otras especies y que nos aportamos mutuamente natural y culturalmente para poder vivir juntas. La convivencia entre especies compañeras ha requerido de cuidados mutuos: de protección, refugio, juegos, pero también de establecer códigos, lenguajes en común y lo que establecer una familia generada implica: saber permanecer hasta la muerte.

Y sí, el amor también entra aquí, pero no el amor romántico, sino “la permanente búsqueda del conocimiento de la intimidad del otro, y los errores cómicos y trágicos inevitables en esa misión”. 

El tipo de amor basado en el respeto a la diferencia, desde la preocupación y ocupación como parte de identificarse como seres distintos pero interdependientes con todo lo que ello implica.

¿Cómo hacer entonces para convivir en armonía con nuestra otredad significativa? Definitivamente no se trata de humanizar a nuestros compañeros perrunos y gatunos, pero sí de construir lazos buscados a partir de nuestras diferencias como especie. Se trata, creo, de una adopción mutua por afinidad, por empatía, por compasión y solidaridad, y por qué ser concebidos como especies de compañía también nos lleva a replantearnos las relaciones de propiedad y dominación: tengo dos gatos, pero ellos también me tienen a mí.

Sobre la autora

Abril Ambriz es historiadora de arte, apasionada por los libros antiguos y la biología. En constante búsqueda sobre cómo habitar y leer el mundo. Colabora con el Museo de Ciencias Ambientales.

Para saber

Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.

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