Luisa Valenzuela se encuentra en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), a donde asistió para inaugurar el Salón Literario Carlos Fuentes. La escritora argentina, quien posee una larga trayectoria en la narrativa y el periodismo, platicó sobre su vida y obra. Originaria de una familia literaria (como la escritora Luisa Mercedes Levinson, su madre), Luisa contó cómo fue el descubrimiento de la vocación por la escritura:“Tardío, si comparamos con la cantidad de mis colegas. De chica quería ser cualquier otra cosa menos escritora: exploradora, aventurera, pintora y hasta fisico-matemática en la adolescencia. Algo vital, en contraposición con la pasividad que veía en esas grandes figuras de la literatura argentina que frecuentaban mi casa materna. Fue recién a los 18 años cuando, al escribir un cuento fantástico solo para demostrar que me resultaba fácil, descubrí en el proceso que escribir ficción es una verdadera aventura. Y caí subyugada en esas redes”.-En varios de sus libros está presente el tema político, desde muchos aspectos, como escritora, ¿cuál es la incidencia que se puede tener en la realidad, más allá de la ficción?-Me sucede a la inversa: la realidad incide en mi escritura, se cuela sin buscarlo. Décadas atrás expresé lo siguiente, en un texto titulado “Pequeño manifiesto”: “En las eternas discusiones teóricas solemos olvidar que detrás de todo escritor/a hay un ser humano que dormita, dispuesto a saltar a la menor provocación del mundo externo y/o a la menor cosquilla de la pluma. Si para Borges el hombre (léase ser humano) es un animal literario, también puede decirse que el ser humano es un animal político. Y no se trata de una clara y fácil opción, sino de una conflictiva dualidad con la que debemos aprender a convivir”. Pero para algún muy modesto intento de incidir en la realidad, dejo de lado la ficción, indirecta y sutil, y acudo a las marchas de protestas, firmo solicitadas, escribo columnas periodísticas, y, sobre todo, en los últimos años resucité el adormecido PEN Club Argentino; refundamos con un grupo de colegas el nuevo Centro PEN local y, atendiendo consignas internacionales, nos constituimos en un observatorio por la libertad y la responsabilidad de la palabra. Tuvimos que entablar varias luchas al respecto, dadas las circunstancias.-En particular, “Cuidado con el tigre” reposó durante varios años antes de publicarse, ¿qué tanto deben los escritores aguardar para sacar a la luz su obra? Por razones políticas o estéticas.-No hay fórmulas, cada cual sabrá el tiempo que necesita. Además, cada nueva obra es un mundo que reclama su ritmo. Para mí el caso de “el tigre” fue excepcional. Lo engaveté porque en un principio sentí que no expresaba mi ideología, todo lo contrario, era demasiado contestatario. En tiempos de fervor revolucionario yo miraba muchas cosas con ojo crítico y temí que me tomaran por reaccionaria. Cuarenta años después, cuando me reclamaron esa novela, recién la releí y entendí su espíritu, digamos, posmoderno y su valor documental. Algo similar pero de otro tenor me pasó con mi primera novela, “Hay que sonreír”. La escribí en París a los 21 años, se la saqué a Albin Michel, que la iba a publicar, porque tenía la intención de pulirla, volví a Buenos Aires y me desentendí de la novela pensando haber escrito algo totalmente carente de humor. Fue releerla seis años después y pescarle el tono algo farsesco de un mundo arquetípicamente porteño, de bajos fondos y tango y sus entuertos.-Otro de sus libros, “El Mañana”, cruza el tema político con la dictadura, con una propuesta también feminista: ¿cuáles son sus opiniones sobre los momentos actuales en ambos planos (por un lado los populismos que se acercan al autoritarismo y por otro la nueva ola feminista)?-Ojo. Necesito aclarar el concepto. Nada tiene que ver el populismo autoritario de la extrema derecha, falso y acomodaticio, con lo que despectivamente se llama populismo cuando el centro-izquierda toma medidas en apoyo a las clases carenciadas. Dicho lo cual, jamás pensé que esa novela (de escritura muy lenta) llegaría a ser de alguna manera premonitoria. Planteé una distopía, situada en un futuro muy improbable, puesto que ya habíamos dejado atrás el conservadurismo menemista y la crisis del 2001. Nunca pensé que en 2015 recaeríamos en el pozo, peor que nunca. Menos mal que la Argentina es un país fénix y ya saldremos a flote una vez más. En compensación, tampoco pensé que el movimiento de las mujeres avanzaría con tamaña fuerza y convicción, gloriosamente, volviéndose una amenaza para muchos dinosaurios.-“El Mañana” tiene también reflexiones sobre la escritura: ¿cómo ha cambiado su relación con la creación a lo largo de su carrera?-“El Mañana” (nombre del barco en el que navegaban las escritoras cuando fueron asaltadas por las fuerzas del orden) es una novela de conjeturas, porque siempre me he preguntado si hay un acercamiento femenino al lenguaje, algo que se cuela por los márgenes del “buen decir”. La veo como un thriller del lenguaje, y en eso mi posición no cambia, porque siempre me dejo asombrar por el poder oculto y secreto de las palabras. Y también del silencio, tan preñado de sentido. Pero cada obra es una nueva experiencia, diferente, y nunca sé si lograré llevarla a buen puerto.-En varias de sus novelas y cuentos está presente la idea del viaje (incluso en títulos, como “La travesía”). Aunque hay quien dice que todo texto de ficción es un viaje de los personajes, creo que sí hay un énfasis en la manera en que lo narra, ¿vivir en distintas ciudades y países influyó su manera de contar?-No me cabe la menor duda. La distancia de mi mundo habitual me ofrece una perspectiva enriquecedora, una mirada al sesgo siempre bienvenida. Nunca me he sentido tan latinoamericana como viviendo fuera de la Argentina. Aprecio mucho el extrañamiento como forma de vida. Los viajes nacieron casi conmigo, pretendí escapar de casa a los cinco años si bien no llegué demasiado lejos, ya a los seis o siete alrededor de la manzana me inventaba viajes a países exóticos. Cuando por fin llegué a esos lugares de fábula me sentí como en mi casa, entre aborígenes hirsutos que fueron mis amigos. De ahí mi pasión por las máscaras, que encierran mundos y ceremonias, rituales y carnavales de todo color y laya… Viajar es para mí un sueño hecho realidad, por eso espero poder seguir dando vueltas por el mundo hasta mi último suspiro.-Es conocido que por su madre frecuentó los círculos literarios argentinos, desde la infancia: ¿qué tanto ha cambiado la forma en que se relacionan los escritores?-Ha habido grandes, enormes cambios. En tiempos de individualismos a ultranza y de redes sociales no podemos pedir que las tertulias literarias conserven su espíritu de festivos debates. Añorando aquellos gloriosos tiempos me embarqué en la aventura de refundar el Centro PEN Argentina cuando me lo pidieron desde PEN Internacional. Los tiempos son muy distintos, pero hemos tenido la alegría de crear el Comité de Idiomas Originarios Carlos Martínez Sarasola entre otros logros originales, más allá de las luchas en defensa de la cultura, que se vio seriamente amenazada bajo el gobierno neoliberal que aún nos aqueja.-¿Cuál sería algún recuerdo entrañable de aquellas tertulias?-Fui una nena sabihonda y metiche, para decirlo en mexicano. Y para decirlo en argentino, mamé literatura, me alimenté de su seno sin darme cuenta, como por ósmosis. Pero recuerdo mucho la picardía de Borges cuando volvían de largos paseos con mi madre, muertos de risa con cuartetas que yo consideraba absolutamente infantiles, del tipo “En la plaza de Belgrano/ pero un poco más abajo/ hay un letrero que dice/ mierda la puta carajo”. Y recuerdo cómo reían mientras redactaban en colaboración ese absurdo cuento titulado “La hermana de Eloísa”. Creo que en esos momentos habré pensado que escribir ficción es divertido. Y no me equivoqué del todo; hay algo exultante en el manejo del lenguaje y la creación de personajes, aun cuando se están tocando temas de extrema profundidad y dolor.Durante la inauguración del Salón Literario Carlos Fuentes, realizado en la segunda jornada de actividades de la feria, la autora Luisa Valenzuela entrelazó su visión sobre la escritura, la lectura y las luchas sociales que avanzan desde el Sur y Centro de América frente a un público ansioso por escucharla.Con un pañuelo verde en su muñeca izquierda, la escritora argentina memoró la visión de Julia Kristeva sobre el impacto y el futuro del feminismo: “Cuanta razón tenía Julia Kristeva tres décadas atrás cuando afirmó que el siglo XXI sería femenino o no sería. La quinta, sexta o séptima ola de feminismo arrasa hoy como un tsunami. Las mujeres en marcha salen a las calles a reclamar por sus derechos de forma pacífica, pero contundente”, explicó la novelista al citar un párrafo de la canción que en las últimas manifestaciones internacionales se ha convertido en un estandarte de sororidad: “Hay un violador en tu camino”.Tras finalizar su discurso, Silvia Lemus, viuda del escritor Carlos Fuentes, entregó a Luisa Valenzuela la Medalla Carlos Fuentes, y recordó el cariño y admiración que el escritor fallecido en 2012 tenía por la ahora galardonada, quien agradeció el aprecio y aprendizaje que siempre tuvo con el autor de “Aura”: “Le he querido tanto, él me llevaba a los mundos literarios más excelsos y yo bailaba el tango”.Luisa Valenzuela participa en las Galas de El Placer de la Lectura hoy a las 18:00 horas, en el Salón 3 de Expo Guadalajara; en compañía de Marcela Serrano, Pere Estupinyà y Patricio Pron, bajo la moderación de Julio Patán.