“...no se alcanza en arte la universalidad sin un arraigo nativo”Agustín YañezA pesar de conocerla desde siempre y de haberla visto en diferentes contextos: en medio de celebraciones deportivas, como punto de encuentro en marchas sociales, pedaleando un domingo por la mañana, o incluso en medio de un desesperanzador congestionamiento vial; nunca ha dejado de asombrarme el hecho de que una diosa romana, La Minerva, sea un hito urbano tan significativo de nuestra ciudad y de la identidad tapatía. Además, una mirada cuidadosa revela un misterio aún mayor, ¿Por qué sus facciones no son mediterráneas sino mestizas?, ¿En qué punto el mundo grecolatino logró fusionarse con la realidad mexicana?. Tal vez una breve mirada histórica logre esclarecer la cuestión.Hacia el año 1956 la ciudad de Guadalajara experimentaba un crecimiento vertiginoso, solo unos años antes el gobernador González Gallo había transformado sus pequeñas calles en grandes avenidas, logrando así modernizar su traza urbana. El límite poniente de la ciudad estaba definido por Los Arcos, hito urbano realizado en 1942 para conmemorar el aniversario número cuatrocientos de la ciudad; sin embargo, de acuerdo a la tendencia del crecimiento de la ciudad, era de esperarse que Guadalajara siguiera extendiéndose mucho más hacia el poniente; y es justamente allí donde el gobernador en turno Agustín Yáñez, escritor y apasionado del mundo clásico, concibió a La Minerva como un intento de materializar el ideario ilustrado y liberal a través del arte público.La escultura de tradición helénica se erigió como la encargada de dar la bienvenida y resguardar a la ciudad. Yáñez intentó crear un hito simbólico para definir a su ciudad soñada: una ciudad culta y honorable. Si bien González Gallo, había dado un rostro moderno a Guadalajara, solo un hombre de letras como Yáñez, un “intelectual para la acción” como lo definió José Luis Martínez, sería capaz de darle un rostro simbólico a la ciudad. El personaje representado en la escultura pertenece al mundo mitológico clásico, se trata de Minerva, diosa de la sabiduría y la guerra, versión romana de Atenea, la diosa griega que custodiaba la acrópolis de Atenas. Tanto la posición de la escultura mirando al poniente hacia los confines de Guadalajara, como la indumentaria militar del personaje brindaron el carácter de protectora de la ciudad a la obra plástica. Su mirada desafiante y sus facciones duras pretendían resguardar y educar a Guadalajara, ya que estas virtudes distinguen a la diosa, como el mismo Yáñez lo narra en su libro La Creación: “Yo soy la Sabiduría y la Fortaleza. Elígeme y te haré sabio, serás valiente. Tuyo será mi escudo, tuyo mi casco. Soy Minerva”.Es de gran relevancia el hecho de que la escultura realizada por Joaquín Arias, si bien tiene las características idealizadas de la estética clásica, en cuanto a firmeza y rigidez, está lejos de presentar rasgos físicos mediterráneos o grecolatinos propios de su tradición original. La diosa se muestra de una estatura baja y con rasgos prominentemente mestizos, materializando así una suerte de diosa arquetípica griega pero de esencia mexicana; esto es resultado de que el modelo de la escultura fue la propia esposa de Agustín Yáñez, Olivia Ramírez Ramos, originaria de Sayula, quien por idea de Julio de la Peña, arquitecto encargado de la construcción de la glorieta, se convirtió en la “musa mexicana” que inspiró el naciente hito urbano. De esta forma, Agustín Yáñez y los involucrados en el diseño de la glorieta y la escultura de La Minerva lograron conciliar una tradición universal con un relato regional en un espacio público de Guadalajara.Evidentemente la composición híbrida de la obra escultórica no pasó desapercibida para la sociedad conservadora tapatía que la criticó ferozmente; sin embargo con el paso del tiempo La Minerva ha permanecido como un fiel testigo incólume del devenir de la ciudad. Así, aunque normalmente la tomemos como un telón de fondo del trajín cotidiano, siempre vale la pena detener un instante la mirada en esa diosa romana que protege a Guadalajara.