La literatura, como una herramienta para salvaguardar la memoria, es una de las visiones constantes que Gonzalo Celorio procura en sus textos y con el lanzamiento de su más reciente novela “Los apóstatas” (editorial Planeta), el escritor mexicano recurre a los recuerdos, los secretos y las confesiones como una vía para hablar del dolor y la identidad.Con “Los apóstatas”, el crítico y ensayista Gonzalo Celorio, quien también es director de la Academia Mexicana de la Lengua, cierra la trilogía familiar que inició en 2006 con “Tres lindas cubanas” y “El metal y la escoria” en 2014, novelas en las que ha situado a complejos personajes en distintos contextos sociales como la Revolución Cubana y la Revolución Mexicana, hasta llegar ahora las entrañas de sus hermanos Eduardo y Miguel, quienes tras adentrarse a las órdenes religiosas se enfrentan a episodios traumáticos que los marcarían de por vida.“Estos apóstatas son tres, uno es Eduardo y el otro es Miguel, quienes abrazaron la vocación religiosa de jóvenes y que después apostataron en el sentido de que renunciaron a las órdenes religiosas en donde habían profesado. Cada uno tuvo un destino distinto”.Celorio, autor también de “Y retiemble en sus centros la tierra”, explica que en el caso de Miguel, él se enfocó a la orden de los Dominicos, siempre relacionado al estudio del arte y la arquitectura, “pero sus estudios lo llevaron a una especie de obsesión satánica, al final de su vida se desacerbó y terminó muy afectado, podríamos decir que enloqueció, también lo llevó a la muerte”.Por su parte, Eduardo, al renunciar a su vocación religiosa optó por orientarse a una visión más social y política, a relacionarse con las comunidades indígenas y marginadas, hasta llevarlo a participar en la Revolución Sandinista de Nicaragua durante la dictadura de Somoza, detalla Gonzalo al puntualizar que en esta historia el tercer apóstata se trata de él mismo.“Es una novela que, a estas alturas del partido, presenta un panorama un tanto desolador, escéptico, no son los mismos los ideales que uno tiene cuando se es joven como estos personajes al paso del tiempo. Ahora a mis 72 años veo las cosas con mayor realismo y escepticismo. También soy un apóstata, no en términos religiosos, sino también en la claudicación de una serie de ideales”.Gonzalo Celorio resalta que las crudezas, procesos, violencias y abusos sexuales que se narran en la historia de sus hermanos, muchas de éstas no las conoció hasta tiempo después, lo que implicó un proceso largo de escritura, pero sobre todo de comprensión sobre los secretos de su familia que poco a poco fue hilando.“No es que yo quiera contar la historia de mi familia ni quisiera que los lectores pensaran que yo estoy escribiendo solamente porque son mis familiares, creo que he elegido a estas personas porque pueden ser altamente representativos de su momento histórico y en ese sentido ser convertidos en personajes novelísticos, que tuvieron un tratamiento narrativo”.El escritor considera que las formas en cómo la comunicación se ha transformado y los formatos que la escritura tiene cada vez más breves para la expresión pública y personal, podrían tener un impacto particular en cómo se entiende no solo la historia en general, sino los propios legados familiares.“Difícilmente nos conoceremos a nosotros mismos, creo que en buena medida la escritura de novelas lo que permite es, no solo es para conocer a los personajes que uno va articulando, sino también la escritura es una especie de espejo donde te vas reflejando y conociendo. Al abrir un libro también estamos abriendo un espejo en el que nos reflejamos al conocer a los otros, sentimos esa pertenencia al género humano con nuestras miserias, monstruosidades, calamidades, anhelos, deseos y recuerdos”.