Para que tú vivas muchos deben morir, y aunque cierto, es algo que no solemos cuestionarnos al picar cebolla o hervir frijoles, y ciertamente poco nos interesan los antiguos amores de un filete de pescado o los conflictos del pasado de una torta ahogada. Pero así es, cada ingrediente del pozole tuvo vida, y su caza, cultivo, crianza, cocina y comida conforman una marcha fúnebre que irónicamente nos da la vida. Quizá esta sea la razón por la que el altar mexicano del Día de los Muertos es una performance del comer juntos, pues qué está más vivo y muerto a la vez sino el alimento (alguien póngale una ofrenda a Schrödinger por cierto). Pero es tan diversa la cocina y tan subjetivo el valor de la comida, que cada ofrenda se convierte en un museo, (y quizá cada museo sea una ofrenda también), una colección de símbolos organizados con una intención muy personal y que al menos por un instante, aun en el rincón más arbitrario del universo, nos permite reconocer y explorar un pedazo de la realidad, en este caso aquello sobre la muerte. De cierta forma, esa exhibición tan temporal como el cempasúchil, hace visibles, legítimas, sagradas y espectaculares todas las muertes que fundamentan nuestra vida, a la par que nos proyecta en ese retrato familiar que algún día vamos a sumar.En el imaginario mexa, la vida de les Homo sapiens puede ser resumida en ciertos elementos fundamentales, curiosamente muy relevantes en toda la saga del Antropoceno: agua, sal, fuego, pan, licor, flor, papel e imagen. Pero si la lógica y la técnica parecieran “desarrollar” al mundo, ¿why de rito? ¿Qué hay en la ofrenda, en el arte, en el paisaje, que no alcanza a cuantificarse? ¿Por qué aún hacemos ofrendas y altares? Pues justo en un museo de Antropología leí la cédula de una ofrenda fúnebre que bellamente explicaba: “Así como declarar un lugar como nuestro hogar le da orden a la inmensidad del espacio, el rito nos permite darle orden a la inmensidad del tiempo”. Creamos ritos para uniones y separaciones, para cumpleaños y graduaciones, hasta para decidirse a terminar de ver Game of Thrones (y odiar el final), el rito es la manera cómo distinguimos el antes del después y damos un sentido al tiempo e incluso cambiamos con él. Pero segundos, minutos, años y épocas, son todas construcciones humanas para ordenar las temporadas de este manga y sentir un avance con el espejismo de que primero la vida y después la muerte. Pero la verdad es que morimos todo el tiempo, millones de células e ideas perecen para crecer en cuerpo y pensamiento, incluso quizá seamos más muerte acumulada que vida propia. Al final cada quien decide qué venerar de su tiempo, pero para mí un altar de muertos no es esa versión trumpista de una aduana celestial donde ni la abuela Coco conseguiría su Green Card espiritual. Es en cambio, la hermosa ironía de la vida reconociendo, valorando y agradeciendo en el presente la belleza de su muerte. Vives conmigo Amir.Marcos Vinagrillo es comunicador ambiental. Trabaja, desde museos vivos como acuarios, zoológicos y jardines botánicos e iniciativas comunitarias como las huertas urbanas, en replantear nuestras relaciones con la vida y la biodiversidad. Amante de las flores y las pesadillas, actualmente colabora con el Museo de Ciencias Ambientales. Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.