Luego de “Los que habitan el abismo” y “Casquillos negros”, el escritor y periodista Diego Petersen Farah publica su tercera novela, con el título de “Malasangre” (Planeta). En ella, el reportero Beto Zaragoza se encuentra frente a una serie de asesinatos ligados inesperadamente por la poesía, mientras que los “nuevos tiempos” imponen cambios que cimbran su manera de conseguir la noticia y ganarse la vida.Todo comienza con una inusitada escena del crimen, con una estética fuera de lo común por la belleza de la víctima y la disposición del asesinato: la investigación llegará hasta los pasillos de la carrera de Letras y al bar Malasangre, un guiño al extinto punto de encuentro de los poetas locales.Pese a la referencia al bar que existió en Guadalajara, esta novela viene más de la imaginación, luego de que sus dos primeros libros estuvieron basados en hechos reales: “Beto está de invitado en ese mundo de los poetas tapatíos”, platicó el autor en entrevista. Además de la llamada “fauna local” de escritores, por las páginas de “Malasangre” confluyen otros poetas: “Eliseo Diego y Roque Dalton, dos poetas que conocí por sus hijos, Jorge Dalton y Eliseo Alberto. Los dos escribieron en Siglo 21, y un momento en Público. Fue un poco la manera en que llegué a la poesía de sus respectivos padres. Eso es como anécdota. Son los dos poetas importantes para esta generación de los ochenta, noventa, que tiene que ver con las guerrillas centroamericanas, con la insurrección. Es una época que me toca vivir cuando era estudiante: me parece que los dos conectan muy bien para narrar este mundo, era la intención de la novela con el personaje que viene de este mundo, y que conecta la guerrilla con la poesía”.En el ámbito universitario, un personaje (llamado Funes) se liga también con el pasado guerrillero, una referencia generacional para Diego: “Un grupo importante de mi generación seguimos de cerca las revoluciones en Centroamérica, básicamente Nicaragua y El Salvador. Fue un ícono en nuestra juventud. De alguna manera fue muy importante el desarrollo de esas guerrillas y luego el fracaso de esos gobiernos. Era importante narrar eso. Creo que Funes es el personaje que vincula de alguna manera estos dos mundos”. El profesor exiliado funge como guía de Beto Zaragoza en “este extraño y peligroso mundo de los poetas tapatíos”.Sobre el hecho histórico, el autor agregó: “La Universidad de Guadalajara se enriqueció mucho de este exilio, y no solo la UdeG. Hubo muchos chilenos, centroamericanos, que enriquecieron al país. Se habla mucho del exilio español, pero luego vino la ola más ideologizada, con un contenido marxista, de Chile y Centroamérica, y algunos de Argentina. Ha sido muy poco reconocido el aporte que tuvieron en Guadalajara”.De su decisión de narrar las aventuras de Beto Zaragoza en el mundo literario, en específico de la poesía, comentó: “Siempre me ha impresionado la cantidad de poetas que hay en Guadalajara. Hay grandes poetas, y para que haya esos pocos grandes tiene que haber muchos malos. La seriedad con la que se toman su oficio es muy interesante: hay una parte de mucha ironía sobre estos poetas. Los peores pleitos que he visto son entre poetas, a golpes y por críticas”.Hay un tipo de poeta endémico de Guadalajara que Diego Petersen retrató: los periqueteros. De ellos platicó: “Los admiro profundamente. Son una raza distinta y un género muy local. Es el goce de la palabra por la palabra misma: es un juego permanente de palabras. Desde que murió Arduro Suaves (Arturo Suárez) a lo mejor ha venido un poco a la baja, porque él fue el gran promotor del subgénero. Es un homenaje, aunque no es el personaje que viene en la novela. Es una forma de relacionarse con la poesía de una manera mucho más lúdica. Tiene que ver con un contexto de la poesía de los ochenta y noventa: en todo el mundo se hacía poesía más lúdica”.Diego lamentó que los periqueteros sean conocidos casi solo en la ciudad: “Es de las cosas de Guadalajara que son padrísimas y muy poco conocidas: son los secretos de cafés y de los bares”. En ese sentido, Petersen también resaltó la existencia de un bar centrado en la poesía, como el Malasangre de la realidad: “Tal vez parece irónica la descripción, pero que se creara un espacio para la lectura de poesía, sin más filtro que la voluntad… Es lo que tenía el Malasangre. Nunca supe cómo hacían para decidir quién leía y quién rayaba la pared: había cosas absolutamente inocuas. Todavía hay: en la fachada está el esténcil de Edgar Allan Poe, y un fragmento de un poema en la ventana”.Además de la descripción del mencionado bar, en la novela está presente la icónica cantina La Fuente, con sendas descripciones al ser un espacio recurrente. Las novelas policiacas, más que cualquier otro texto de ficción, están especialmente ligadas a la urbe: “Es una corriente de novela negra vinculada al territorio, a la ciudad. Platicando con Leonardo Padura me decía que no hay autores de países: hay autores de ciudades. Y yo creo que el mundo es más de ciudades que de países, en lo económico y lo social. Antes se hablaba de ir a un país, ahora vamos a ciudades. Creo que la novela negra tiene que retratar a la ciudad, es un personaje más. La forma de matar nos es tan importante como la forma de amarnos. No es lo mismo cómo se matan en una novela de Márkaris, donde hay una asesina con raticida: en México parecía muy extraño, aquí todo es con una saña”.Con esta publicación, Diego pone fin a las historias con Beto Zaragoza como protagonista: “La idea es que cierre, entre otras cosas, porque luego los personajes persiguen. Se vuelven la idea fácil para regresar a la publicación. No cierro la posibilidad de volver a hacer novela negra, pero sí quiero cerrar la trilogía aquí. La decisión es para buscar otros registros, otros géneros dentro de la misma novela”, comentó.