Viernes, 22 de Noviembre 2024

Cambios

El escritor Daniel Rodríguez Barrón reflexiona sobre los cambios que tendrá que hacer la humanidad ante la crisis provocada por la pandemia

Por: El Informador

Portada del libro

Portada del libro "Retrato de mi madre con perros" del autor Daniel Rodríguez Barrón. CORTESÍA

Es jueves y son las cinco de la mañana, estoy en el parque paseando a Leonor, mi pastor suizo. La luz del día se esfuerza en romper un cascarón color cobalto, y los pájaros, menos que cantar, parecen gritar de frenesí. Los faroles del parque comienzan a apagarse, no de uno en uno, sino en conjuntos de cuatro o cinco, y aunque está clareando, se resiente el apagón como si de súbito me arrebataran un trozo de parque. 

He vivido durante muchos años en el mismo barrio, pero jamás había estado a esta hora aquí. Y menos usando cubrebocas, ni cargado de bolsillos con gel antibacterial y papel desechable, además de las bolsas para levantar el excremento, las llaves de casa y el celular por si algo se ofrece. Esa es una de las cosas que han cambiado en mi vida durante la emergencia sanitaria: saco a pasear a mi perra tan temprano como me es posible para no cruzarme con nadie, aunque no lo logro del todo.

Ahora mismo una corredora me mira con desdén, habría preferido estar sola, y con sospecha pues puedo ser una fuente de contagio; y cambia su ruta para alejarse. Mejor así.

Este cambio en mi cotidianidad es mínimo e intrascendente, si ustedes quieren, pero esos cambios nos están ocurriendo a todos como si cada uno de nosotros adelantara por un segundo el reloj del mundo: alguien en Italia recorre la manecilla, una mujer en Perú le da un empujón más, y en China otro más, y en Francia otro, y en Estados Unidos otros tantos, hasta que todos nos vemos viviendo en un tiempo que desconocemos, al que no podemos ajustarnos ya sea porque va muy rápido y llegamos tarde incluso a nuestra propias convicciones, o es demasiado lento y sentimos que estamos listos para saltar o huir pero por más que atendemos, no escuchamos jamás el pistoletazo de salida. Y en ese tiempo modificado y en nuestra consciencia de él, cambia todo lo demás; vemos aquellas cosas que nos rodean en un momento poco familiar que las desfigura, las vuelve monstruosas o ajenas.

Nuestros actos se muestran descarnados y radicales. Por ejemplo, hemos descubierto que nuestro contacto con el mundo se ha vuelto casi por completo digital, al punto en que parece que estamos creando, juntos y en tiempo real, una nueva clase social, cultural y económica: la gente consume, vende y trabaja en las redes. Allí estamos todos: pobres y ricos, académicos y trabajadores, niños y adultos. Ningún otro lugar nos ha convocado con tanta fuerza ni de modo tan permanente. Describir su influjo como un reflejo o un ejemplo del Gran Hermano que vigila y sanciona, las subestima; porque las redes son mucho más, ofrecen placer, educación y un entretenimiento muy particular, ese donde uno mismo se ofrece como espectáculo. Pero sobre todo son el espacio de producción y distribución del imaginario social, desde allí se sancionan e inventan nuestros gustos e intereses, pero también se fomentan nuestras apatías y se alimentan nuestros rencores.

La pandemia también ha desnudado al poder y se ha visto con mayor claridad el deslinde de clase.

Por un lado, tenemos la falta de preparación de los gobernantes, y sus discursos que, si ya de por sí eran viejos, la emergencia sanitaria los desinfló por completo. Del otro, las clases privilegiadas que pueden refugiarse y vivir con mayor soltura un confinamiento sin el riesgo de quedarse sin comida ni lujos. Y abajo, la clase trabajadora que no puede acceder a la protección mínima, ni económica ni sanitaria —¿cómo guardas la distancia a la hora pico en el metro?— y a la que se le exige, además, que nos siga surtiendo de alimentos, de garrafones de agua, que siga atendiendo cajas de cobro en el súper. Y en medio del desastre, surgen como héroes imprevistos los médicos y las enfermeras, todo el personal que trabaja en un hospital y se juegan la vida al cumplir con su trabajo. 

Hay un vacío de poder en la política, y una política sin poder entre la sociedad civil. No fueron las críticas ni los adversarios quienes exhibieron este nuevo estado de cosas. Fue la emergencia mundial, el derrumbamiento de un modo de vida. La pregunta es, ¿cómo vamos a organizarnos socialmente si estamos confinados? Uno pensaría, si ya todos tenemos un registro en las redes sociales podríamos vernos y hablarnos allí. Pero las redes no son nuestras, es un patio de juegos, de protesta (limitada), de experimentación y experiencia que nos presta la élite. No va a soltarla para una verdadera organización civil con miras a un cambio. Como siempre, será a ras de piso, en la calle donde esas estrategias sean posibles. Pero ahora estamos voluntariamente confinados. La desobediencia civil sería el contagio. 

Pero el temor al contagio deshumaniza. La amenaza de muerte que se cierne sobre todos, lejos de fomentar la asistencia mutua, nos ciega y estimula nuestros peores comportamientos. La violencia contra los médicos por parte de civiles será una vergüenza que nos marcará como sociedad. Pero hay otra violencia, menos espontánea, más bien, planeada y dirigida. La Guía Bioética que emitió el Gobierno en estos días, es una verdadera pesadilla distópica. Dispone que si sólo hay un ventilador respiratorio y hay dos pacientes, uno de 80 años y otro 20, se debe salvar a aquél cuya vida “está por completarse”. Es decir, al joven. En unos días, el documento bajó de “guía” a “proyecto”, y paso se encontrarse fácilmente en redes al “not found, server error 404”. Lo que menos importa es si podemos leerla o no, lo importante es si se va a cumplir llegado el momento. Sólo las ficciones distópicas habían ido tan lejos: dejemos morir a los viejos, cobran pensiones y ya no trabajan.

Dejemos vivir a los jóvenes, son fuerza activa de trabajo y están por pagar décadas de impuestos. 

Pero los muertos van a tocar a la puerta, primero, y a derribarla a patadas después. ¿Qué va a ocurrir una vez que podamos salir, pero ya no sea posible ir al trabajo porque no existe nuestro puesto, o incluso no existe nuestra oficina o colegio? ¿A dónde vamos ir a buscar trabajo si otras empresas habrán desaparecido y serán miles los que busquen el mismo puesto? 

En su más reciente libro, el biólogo Jared Diamond explora las crisis a las que se han enfrentado tanto las personas como los países, y augura que vendrán crisis planetarias. Propone algunas herramientas útiles para superarlas: la más importante es reconocer que se vive una crisis; en una entrevista, dijo algo que a los mexicanos debería preocuparnos: “en mi país tenemos a este presidente superestúpido que es Trump, que niega que EE UU esté en crisis, sobre todo niega las que pueda haber causado él”. Otro de sus consejos es hacer cambios selectivos y tener mucha paciencia con los fracasos a los que pueden conducir esos primeros cambios.

Desde nuestras casas, sin movernos, estamos asistiendo a una crisis histórica y planetaria, como las que hasta ayer leíamos en los libros sin preocuparnos. Cuando se abran las puertas, tendremos que hacer cambios, primero en nuestra vida personal, y después en nuestra comunidad. No desde las redes que son graderías de fanáticos. Tampoco debemos esperar ayuda de nuestros políticos.

Estamos solos y a la intemperie. Confiemos en nosotros, en nuestra capacidad para sobrevivir y cambiar. 

Daniel Rodríguez Barrón

SINOPSIS

CORTESÍA

Los cuerpos se acumulan en la calle, afuera de los cines, restaurantes y comercios. El mundo como lo conocemos llega a su fin. La peste trae consigo a los drones y a la Gran Inteligencia, que controla todo, alimentándose de millones de entradas diarias que los ciudadanos están obligados a publicar en la red. Solo hay dos prohibiciones: no salir de la ciudad y nunca hablar de los muertos.

En este escenario distópico encontramos a Jacobo, un hombre atormentado que se enfrenta al fantasma de su madre, quien lo persigue para exigirle que vengue su muerte. En el viaje por encontrar al asesino, se sumerge en las zonas más profundas de la psique humana y en los abismos de una sociedad compuesta por identidades vacías que únicamente podemos conocer a través de una pantalla.

“Retrato de mi madre con perros” revela a Daniel Rodríguez Barrón como uno de los más singulares escritores del panorama mexicano actual, capaz de conjugar el horror de la imagen apocalíptica con la belleza simple de la vida.

SOBRE EL AUTOR

CORTESÍA

Nació en la Ciudad de México en 1970 y estudió Letras Inglesas en la UNAM. Ha sido editor, guionista y colaborador en periódicos y revistas. Es autor de la novela “La soledad de los animales” (2014); de los libros de cuentos “Los mataderos de la noche” (2015) e “Incidentes” (2013); y del relato autobiográfico “Morbo sacro” (2018). En 2002 recibió el Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo por la obra “La luna vista por los muertos”; y en 2008, el Premio Nacional de Periodismo por el documental “Disidencia sin fin”. Como “Diorama”, está próximo a estrenarse un largometraje basado en “La luna vista por los muertos”.

JL

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