En “La Armada Invencible” (Seix Barral, 2022), la más reciente novela de Antonio Ortuño, el título refiere a un grupo de heavy metal que “pudo ser” y, ahora, busca ser revivido por quien fuera su vocalista quien, junto con sus cuarentones aliados -desde hace más de 20 años-, busca se conjure su fracaso motivado por las circunstancias de una vida que no favorecía el cumplimiento de aquel sueño de botas rudas, larga greña y ropa haciendo honor a los ídolos desde el pecho.Con todo, no es una novela sencilla y ni exenta de ironía o nostalgia, de hecho, no es una cuestión que el autor revise como ligada a una “crisis de la edad madura”; y explica: “a mí esos términos de psicología pop que tratan de explicar a los seres humanos con categorías en las que cabemos todos no me interesan y tampoco creo en esos términos como ‘Generación X’ o ‘Millennials’; trato de pensar en las personas como individuos”, comenta en entrevista con EL INFORMADOR.Ahora bien, establece el narrador, “es cierto que muchos de nosotros, en distintos momentos, hacemos conscientes los estragos del paso del tiempo en el físico o la forma de ser, la vida social, la pareja, los ideales o lo que sea, pero no a todo el mundo le pasa lo mismo. Si tienes una vida genial, no veo en qué consista la crisis de la edad madura y si te lleva la fregada todo el tiempo, también. Pero, de alguna forma, los personajes del libro coinciden en que esas crisis les ofrecen la posibilidad de volver a ese ideal común y compartido de ‘la banda’. Me parece que este libro se detiene en los estragos del tiempo, en estudiar que, finalmente, la primera vocación de la narrativa -que la distingue de otras formas literarias- es que estudia lo que hace el paso del tiempo en las personas y las situaciones; eso es lo que llamamos ‘acción’. Y a mí me apasiona, y traté de abordarla a fondo”.Resistencia al fracasoY a pesar de cómo pueden “leerse” los personajes de la novela, refiere Ortuño, “yo no los pienso en términos de fracaso solamente, pienso que existe un matiz -importante para mí durante la escritura del libro- y es la resistencia al fracaso, porque no son personajes resignados sino personas tratando de salir del hoyo. Más que personajes enamorados y abismados porque se los lleve el demonio, pienso en unos más modestos, pero con cierto sentido de autopreservación, que los lleva a manotear a pesar de estar condenados al fracaso final: la muerte. Y queda al final ese gesto y esa postura de resistencia ante lo inevitable: decaer y morir. En el camino, esto puede resultar divertido o trágico, pero me parece que es absolutamente humano”.Por otra parte, el autor busca no repetirse en cada nuevo proyecto, y en este caso, comenta: “Los medios de producción, para usar un lenguaje marxista, a veces inciden en la obra con la que uno termina encontrándose al escribir. Yo he procurado que, a veces más o a veces menos, sean diferentes circunstancias o métodos con los que escribo las novelas, porque creo son los adecuados para cada novela en específico, y no hay uno sólo infalible”.Lenguaje vivo y dictadoAsí, para el caso de “La Armada Invencible”, continúa el narrador, “se requería un lenguaje lo más vivo y coloquial posible, con personajes metaleros y cuarentones, que hablaran como personajes de novela mexicana común y corriente (tan de bronce y rebuscados) no sería bueno. Todos los escritores enfrentan esas disyuntivas con el lenguaje y, para esta historia en específico, no quería un vocabulario de estatua de la rotonda sino uno absolutamente vital, y el método que descubrí y fui tramando durante la escritura del libro consistió en dictarlo, tratando de conservar lo más posible las inflexiones del lenguaje coloquial, casi como un ejercicio histriónico”.Dicho ejercicio, detalla Ortuño, “me dejó con un archivo extenso de grabaciones, fragmentos que se iban a ensamblar luego; después, tuve que trabajar para retraducir eso para que fuera comprensible y entonces convertirlo en un texto literario, que no lo es, de entrada, sino hasta que se pule y se dota a las frases vivas de una formulación literaria y no abandonarse al recurso. Así de vivo y, en buena medida, prosaico, se requería el lenguaje de la novela. A mí me interesa el asunto del ‘lenguaje vivo’, cada vez más. Ese mecanismo me permitió acercarme a las expresiones que necesitaban mis personajes, que son ‘clasemedieros’, pero también ‘barriobajeros’, prosaicos, soeces; y grabar me permitió retener eso”.Estructura y hospitalidadEn estos términos, la estructura es asimismo “muy compleja”, comenta el escritor, “unida al lenguaje hospitalario (por coloquial). Y esa complejidad se debe a numerosos saltos temporales, porque quería que tuviera varios elementos integrados: uno musical, que alternara ritmos distintos y episodios diferentes que se integrarán luego, gracias a temas que se retomarán en otro momento. Otro, muy unido a la cultura del rock, refiere a los libros de ‘historia oral’, que no son exactamente lo mismo que un documental, pero tiene que ver, pues igual parecen un caleidoscopio de voces que se van ensamblando para contar la historia. Quise todo eso, por eso la narración al principio es personal, va del presente narrativo a los acontecimientos más antiguos, salpimentado con las entrevistas que permiten reposar al narrador (y que sea narrado), o aquellos momentos donde reflexiona”.De esta forma, asevera Ortuño, “el relato está muy lejos de ser una historia lineal. Quien diga otra cosa es porque no entiende el asunto de la estructura y se dejará llevar por la primera capa del lenguaje, que tampoco es sencillo, pero que se ha pulido para que sea, de algún modo, hospitalario”.Narración, pausa y poesíaA estas cuestiones se suman párrafos extensos en la narración que dan pie a la reflexión de los personajes y descansos en la lectura, establece el escritor:: “Calculé esos fragmentos, ubicados en diferentes momentos de la novela, con distintos criterios. Me interesaba que el narrador tuviera una capacidad reflexiva amplia, de la que va dejando huellas en la historia; pero que se atreviera a intentar el ensayo, pero sin dejar de ser quien es; esto es, quien diseña las calcomanías de los coches en un taller no es Susan Sontag, pero tampoco es un tonto, es capaz de pensar con los campos conceptuales que es capaz de manejar. Quise esa estructura, aunada a la de la musicalidad del texto, porque da la oportunidad de hacer pausas en la acción”.Esas pausas, explica el autor, “en el cerebro de quien lee, sirven para que se asiente lo que sucede y haya un espacio que permita el énfasis en lo que está por ocurrir. Es jugar con las ideas en medio de la acción, al nivel de los personajes. Esas pausas son importantes para mí en una novela, porque permiten ese juego (un poco de prestidigitador) para llevar la atención a otro lado, mientras se reacomodan otros elementos para lo que sigue”.Y, vinculado esto con la poesía, Ortuño establece: “Me interesa muchísimo la poesía; pero creo que un narrador no escribe como poeta, se acerca al lenguaje de forma distinta, pero los recursos de la poesía me interesan, la posibilidad de jugar con las imágenes, con el lenguaje, de encarar instantes con voluntad poética pero por lo que sucede y no por imitar la poesía en la primera capa del lenguaje”.AGÉNDALOLibro: “La Armada Invencible”. Autor: Antonio Ortuño.Sede: Librería Gandhi (López Cotilla 1567, Colonia Lafayette, Guadalajara).Fecha: 15 de septiembre, a las 18:30 horas.Presentan: Verónica López, Mariño González y Luis Muñoz Oliveira.