Jueves, 28 de Noviembre 2024

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400 días lejos del aula

Por: El Informador

El INFORMADOR/E. VICTORIA

El INFORMADOR/E. VICTORIA

Los ladridos sorprenden a todos. A ciencia cierta nadie sabe de dónde provienen, pero se escuchan tan claros que parecen ser parte del aula, un aula que ya no existe y donde no hay pupitres ni pizarrones. Es el primer día de clases virtuales, de los muchos que seguirán después, y todos prenden su cámara y abren los micrófonos. Es incierto, extraño y hasta divertido. Estar en el hogar con la computadora parece una gran opción para aprender. El gobernador ha pedido a los jaliscienses quedarse en casa durante cinco días para “evitar meses de aislamiento” y no hay por qué pensar que no será así.

Los cubrebocas aún son un accesorio extraño y nadie toma lista ni saca sus libros. La clase es para aprender literatura, a la distancia, pero francamente a nadie le importa: faltan pocos días para las vacaciones de Semana Santa de 2020.

Los ladridos vuelven y Mariana explica que el profesor tiene el poder de silenciar los micrófonos de todos para evitar interrupciones. De nuevo, nadie toma apuntes, ni mucho menos pregunta si se habrá de volver a ese ciclo escolar. Se da por hecho que esto es, era, una pausa. Las aulas virtuales surgieron durante los primeros días porque así lo pidieron las autoridades bajo el argumento de que no era “un llamado para entrar en pánico, al contrario. Este es un mensaje al pueblo de Jalisco para enfrentar la contingencia juntos, unidos, con absoluta seriedad y responsabilidad. Es un llamado sustentado en evidencia científica, no en ocurrencias o corazonadas”.

Hay varios proyectos pendientes para presentar a fin de curso y durante la semana se pretende estudiar así: delante de una cámara, sin que el rídiculo sea una opción.

Sin embargo, no habrá proyectos, clases, graduaciones o gritos en los pasillos; en su lugar se harán usuales los ladridos virtuales. Vendrán hermanos, mamás casi siempre y papás casi nunca, amigos y muchas mascotas. El silencio sólo existirá si el micrófono está apagado y eso no significa que alguien preste atención.

Desde aquellos cinco días de encierro se acabaron los honores en el patio central, las retas en el futbolito y los tímidos noviazgos con besos furtivos. Todo se mudó de espacio: ahora se estudia frente a la cámara de cualquier celular como si estudiantes y profesores hubieran nacido con vocación de tiktokers. Estos alumnos pertenecen a la generación que nació con teléfono como una extensión de sí mismos, y que convirtió su escuela en una sucursal de su casa.

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La entrevista comienza vía classroom. Los micrófonos están abiertos y como el tema les interesa, opinan todos, sin orden y con ganas de arrebatarse la palabra.

No recuerdo haber hecho tarea nunca durante este ciclo. Es más, recuerdo muy poco de este ciclo. Y del pasado. A veces es un poco aburrido y las clases ya no son tan dinámicas, participaban todos. Aunque me gustan las clases virtuales, extraño a mis compañeros, estar en el salón y platicar en persona.

Es cierto que si estás muy aburrido en clase puedes agarrar el teléfono porque no te ven, porque aquí no puedes hablar con nadie. Ni modo que prendas el micrófono para platicar con todos, mejor mandas mensajes. Y puedes hacer apuntes en Word y no a mano. Además, no tengo que levantarme más temprano para ir al colegio, no uso el uniforme y me pongo ropa deportiva, más cómoda y mejor, aunque ahora odio la clase de deportes.

He disfrutado estar conectada desde mi celular. A veces es algo muy práctico, ya que no requiere de muchas cosas. También me gusta poder tomar, de vez en cuando, las clases en mi cama para poder relajar mi espalda, porque es cansado tener que estar sentada tanto tiempo. Otro beneficio es que puedo bañarme en recreo y comer durante las clases. O desayunar Cheetos. Y aprendí a improvisar, porque en algunos momentos realmente no sabía de qué estábamos hablando o qué me preguntaba el profesor o profesora. Entonces, si es que tenía una idea simplemente la decía para repetir la indicación y no decir: ‘¿qué me preguntó? ¿me lo puede repetir?’, y así no perder puntos.

Pero también mi atención estaba sólo en una cosa, me hice más dispersa y por eso me distraía en clases y terminaba haciendo los trabajos al último momento. ¿Sabes qué es raro? Antes podía socializar con las personas sin problemas, nunca se me dio socializar por internet, pero he tratado de aprender y ya me cuesta mucho trabajo hacerlo frente a frente, verles a los ojos.

Tampoco puedo poner atención de corrido. Cuando mucho unos 20 minutos, cuando antes podía hacerlo hasta una hora en las otras clases.

Regresa el silencio y de a poco desaparece el mosaico de rostros.

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“Me llamo Rebeca y le voy a poner la vacuna de CanSino, es de una sola dosis. Si se siente mal, levante la mano y vendrán a revisarlo”, me dice y se lo repite a todos los presentes. Es jueves, el segundo día de vacunación y el Auditorio Benito Juárez parece salón de eventos en un 15 de mayo.

Ya han pasado más de 400 días lejos de las escuelas. Aquí somos decenas de profesores y personal académico que hemos venido por una dosis de ilusión. Aunque ya nos costó muy cara. Hubo docentes que cambiaron su modelo de enseñanza a un formato que desconocían, a una pantalla que, a diferencia de sus alumnos, les resulta extraña. Además, la enseñanza dejó los pizarrones y se convirtió en explicación y tarea, mucha tarea, sin resultados óptimos.

“Uno continúa dejando tareas, sobre todo en materias como matemáticas que requieren de evaluación escrita. Más o menos quieres adaptar sus tareas y exámenes para que los hagan en su casa, pero sé que (los alumnos) tienen mil recursos en internet y que pueden copiar y pegar. Antes por lo menos se aprendía un poco; ahora frente a una pantalla no tiene mucho sentido. No hay motivación, es un proceso cansado, no es pedagógico que estén frente a la pantalla todo el día. No tienen ganas de participar, están desmotivados y es un problema que creció conforme avanzó el tiempo lejos del salón”, comenta Álvaro, docente de matemáticas que se ajustó a la virtualidad para enseñar quebrados y fracciones a adolescentes no muy dispuestos a aprender quebrados y fracciones.

La coordinadora de la secundaria se contagió del virus sin saber a ciencia cierta dónde o cómo. Siempre siguió los protocolos, todas sus juntas fueron virtuales y la presencialidad le llegó después de superar la enfermedad. Por eso la sonrisa de muchos, por la posibilidad del reinicio frente a los pupitres y la certeza de que, en caso de contagio, los estragos no serán mayores.

Profesores acostumbrados a formar a sus alumnos en honores, hicimos filas con el orden de los lunes en la mañana y recibimos la dosis china mirando hacia el futuro, uno que incluya un aula llena.

“La escuela, con todas sus carencias, es un espacio propicio para el aprendizaje porque permite la convivencia entre varios niños de la misma edad; esas circunstancias resultan beneficiosas al momento de querer enseñar. En casa se pierde eso. Es imposible saber la reacción que los alumnos tienen ante tu clase. Aunque tengan las cámaras prendidas, no hay forma de saber si están logrando aprender o no. En el salón puedes reaccionar en tiempo real, ver si dudan, y adaptas la clase dependiendo de esas reacciones. En línea no se puede aunque se quiera”, sentencia Álvaro.

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Isela se despierta antes de que el Sol rompa la noche. Desde que las clases se trasladaron a su casa tiene que estar al pendiente que su hija mayor, de secundaria, se conecte de manera puntual y atienda las indicaciones. Después deberá explicar matemáticas e historia al que aún está en primaria, para luego convertirse en la primera miss de su hijo de preescolar. Todo ello sin olvidar sus responsabilidades del hogar y de su profesión.

“¿Has visto la película de ‘Escuela de Vagabundos’, donde sale la señora de la casa dándole los buenos días a todos, siendo puro amor? Pues esa señora era yo, y se fue cuando iniciaron las clases y en su lugar llegó la mamá ogro”, dice antes de comentar que tuvo que recurrir a las amenazas con la icónica chancla para que los tres entregaran tareas y trabajos.

El espacio donde sólo había amor y compresión se convirtió en un salón de clases y un campo de aprendizaje para ella también. Ya no sólo eran recámaras, sala y comedor; ahí brotaron pupitres improvisaz, pizarrones temporales y los regaños y correcciones se hicieron de un campito para integrarse en la rutina.

“No soy la mamá más organizada del mundo, pero imagínate tener tres niños en casa y medio hacer comidas, tareas y quehaceres... fue muy pesado porque las maestras mandaban la carga normal como si trabajaran en clase presencial. Las entregas eran diarias, con siete u ocho materias, ¡más los talleres! Había que tratar temas que hace más de 25 años no tocas y ni sabes. Para todo debía consultar a ‘San Google’, aunado a los quehaceres interminables de la casa. Hacerla de mamá-maestra no fue para mí... me sentí decepcionada de no ser una buena mamá por exigir a mis hijos que entendieran algo que a veces ni yo misma tenía idea. Alguna vez me dijeron que yo les arruinaba la vida”.

De ser mamá, con todo lo que eso implica, pasó a profesora de primaria, responsable del su casa, orientadora vocacional, experta en historia de México, cocinera para varios paladares, tutora de secundaria, conserje y quien ponía orden en casa y en clase.

“Chanclazos a la mesa y en las piernas sí di varios. No me enorgullezco de eso, pero el estrés era tanto que no sabía cómo reaccionar. Y si bien no hay un manual para ser mamá, menos para ser mamá-maestra”.

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Ya no hay más ladridos. Michelle dejó de conectarse un día. Luego otro y después uno más. Daniela siempre fue como una luz intermitente: si entraba a clase, lo hacía de forma brillante y entusiasta, pero se apagaba en las siguientes sesiones. “JP” era un fantasma que rondaba el classroom pero nunca se escuchaba su voz. Algunos simplemente se dieron de baja y abandonaron el curso con la promesa de enviar todas las tareas a las plataformas escolares. Se convirtieron en una cifra más de la deserción a nivel secundaria en Jalisco. Diego incluso se hizo adicto a revisar las redes sociales de sus compañeros, no quiere que un descuido de otros contagie a sus abuelos.

Volvieron un día como cualquier otro… pero ya eran otros. A la entrada, un rocío de desinfectante los recibe, además del omnipresente gel antibacterial. No se puede franquear la barrera de entrada si no se usa el cubrebocas. Tampoco se puede entrar a las aulas sin él. O recorrer la escuela. Acaso sólo se guarda para comer algo.

Volvieron un día… y eran menos. En el salón sólo se permite la mitad de todo, y hay que verse con cautela. Abrazarse es un premio que, aunque merezcan, no es una opción.

Ya no hay pijamas, ni Cheetos, ni camas, ni clases en ropa deportiva. Pero tampoco cámaras ni horas de frente a una computadora. Regresaron y ahí sigue la cancha de futbol, los honores en el patio central y los futuros noviazgos. Ahora sólo resta quitarse el cubrebocas y sonreír por el retorno.

Tapatío

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