Un cine para los Arieles
“Sueño en otro idioma”, un filme que va más allá de sus multiples premios y nos deja otra lectura
Los premios son la gran narrativa de la industria del cine: Oscar, Palma, León, Oso, Leopardo, Platino, Ariel, Fénix, Cóndor, Pudú, Goya, Globo de Oro, BAFTA, Listón Azul. La lista es inmensa, así como las modalidades para otorgar los premios. No obstante, todas las galas y premios modelan al cine desde fuera, en una especie de metagénero narrativo: jerarquizan, legitiman, dan prestigio, segmentan el mercado y las audiencias. Se usan como lavado de imagen: hombres en trajes costosísimos piden justicia e igualdad social. Durante una noche los ganadores alzan la voz, agradecen, sonríen y lloran. Se le exige al cine que se ajuste a las agendas políticas del momento. Denuncias urgentes, sí, pero enunciadas todavía desde las élites y los espacios más exclusivos. El resto del año, sabemos, la industria es más o menos la misma.
Hace ya más de una semana que se celebró la edición 60 de los Premios Ariel en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. La cinta con mayor número de nominaciones ‘Sueño en otro idioma’, cuarto largometraje de Ernesto Contreras, se llevó el Ariel a la Mejor Película, quizá el galardón más importante de la ceremonia cada año. La película obtuvo también el premio del público en Sundance y el premio Guerrero de la Prensa en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara. El Ariel estaba cantado, y no es casualidad que saliera victorioso, ya que el filme cumple de manera perfecta con la agenda: Martín, un joven investigador lingüista viaja a San Isidro, un pequeño pueblo en Veracruz, para intentar salvar el Zikril, una lengua vernácula -y ficticia en este caso- a punto de extinguirse. Para poder conseguirlo, Martín debe hacer que los últimos dos hablantes, Isauro y Evaristo, se reconcilien. La razón del pleito, según Lluvia, nieta de Evaristo, es que ambos estuvieron enamorados de la misma mujer en su juventud. Así, la película lo tiene todo: lenguas y culturas que desaparecen y que sólo pueden ser salvadas por universitarios, drama amoroso, paisajes rurales, montones de flashback nostálgicos; una mezcla entre ‘Indiana Jones’ y ‘Río escondido’. Pero el asunto va más allá -aunque para eso es necesario revelar partes fundamentales de la trama, cuidado-: la gran vuelta de tuerca en la historia es que Isauro y Evaristo tuvieron un romance que fue reprimido por la presencia del catolicismo en el pueblo. Se trata, pues, de un drama queer en una pequeña comunidad étnica.
Hasta aquí el filme funciona perfecto y pone sobre la mesa temas fundamentales que han sido poco explorados por el cine mexicano, y propone una fuerte crítica a la presencia de la iglesia católica en ese tipo de comunidades. La ejecución fílmica de Contreras, y de todo su equipo, ponen de manifiesto el dominio del oficio, es notorio que los realizadores han trabajado arduamente para llegar a esos resultados. Pero hay algo preocupante en la mirada que construye la cinta. Resulta sintomático que la mayor revelación de la trama sea el romance entre los dos hombres. ¿Por qué para el espectador ha de ser sorpresiva esta información? ¿Por qué el personaje universitario que proviene de la ciudad -el macho amable y comprensible- debe empeñarse en resolver la situación y ser el héroe? Historias que ya fueron contadas por directores como el Indio Fernández o Roberto Gavaldón, con un giro hacia los temas sociales de la actualidad.
La filmografía mexicana encuentra un gran problema en la representación de sus masculinidades, pues suele preferir la imagen del macho para contar sus historias. Charros, pistoleros, revolucionarios. Cuando ha de salirse de ahí, prefiere la caricatura y el estereotipo: muestra hombres afeminados, con voces agudas y ademanes exagerados. Filmes como ‘El lugar sin límites’ y ‘Doña Herlinda y su hijo’ comienzan a redimir esa imagen, y encuentran su punto más alto con el beso charolastra de Diego y Gael; un gesto que jamás hubiéramos podido ver entre Pedro Infante y Jorge Negrete. Estos filmes abrieron la puerta a otro tipo de representaciones, como el cine de Julián Hernández.
En ‘Sueño en otro idioma’ queda la impresión de una mirada cómoda ante la situación que se representa y que se pone en pantalla, como quien comenta con la mayor ligereza del mundo un tema que arrastra un montón de matices culturales. Como quien recibe una estatuilla brillante, agradece al público y a sus patrocinadores, se va de juerga con los amigos del gremio, y vuelve a casa a dormir tranquilo.