Miguel Castro y la crisis de expectativas
Lo primero que debe hacer Miguel Castro es convencer al priismo que la derrota no es inevitable
Lo anunció Enrique Ochoa Reza, dirigente nacional del PRI, a través de su cuenta de Twitter: Miguel Castró será precandidato de unidad para la gubernatura de Jalisco. La noticia sacudió las entrañas del priismo jalisciense. Hasta hace algunas horas, el ex titular de la Secretaría de Desarrollo e Integración Social (SEDIS) no entraba en la ecuación. Miguel Castro, personalmente, había repetido que su objetivo era pelear la candidatura del PRI a Guadalajara. Todos pensábamos que la candidatura a la gubernatura se decidiría entre Eduardo Almaguer y Arturo Zamora. Sin embargo, al final, José Antonio Meade, el “delfín” de Enrique Peña Nieto vio más virtudes en el ex alcalde de Tlaquepaque.
El contexto para Miguel Castro es sumamente complejo. Se asemeja a las circunstancias de un entrenador de fútbol que debe modificar su estrategia al medio tiempo, porque pierde dos a cero y de visitante. Y no sólo eso, tiene una plantilla desanimada, que no cree en la remontada; a la prensa que piensa que el tiempo restante sólo hará oficial la inevitable derrota, y al equipo rival envalentonado y con los ánimos por los cielos. Miguel Castro enfrenta un escenario en donde su marca partidista sale a la contienda con amplio descrédito popular y un anhelo de cambio que se palpa en la intención de voto. Incluso, algunos datos sugieren que el desgaste del PRI es aún más profundo que en el 2000.
Y más allá de los datos de las encuestas, e incluso el consenso de la comentocracia que coloca a Enrique Alfaro como gobernador en 2018, Castro enfrenta una seria crisis de expectativas. Por un lado, es un candidato limpio y competitivo. Un aspirante a la gubernatura que no ha caído en casos de corrupción durante su trayectoria, un atributo difícil de encontrar en la clase política contemporánea. Sin embargo, dicha expectativa choca con una realidad innegable: la crisis tan profunda que afecta al PRI y la posibilidad de que 2018 sea una ola de rechazo electoral al tricolor en distintos estados de nuestro país.
Dentro de los cálculos del priismo: Castro es lo más cercano a Meade en Jalisco. Un político que tiene muchos años militando en el tricolor, pero que no embona en el molde tradicional del partido gobernante. Es cierto, que nació y se desarrolló al amparo de los Barba en Tlaquepaque, pero que se distanció de ellos desde la elección de 2012. Y de acuerdo a las encuestas, es de los pocos aspirantes del partido en el Gobierno que pueden cosechar votos en otras trincheras, como por ejemplo aproximarse al elector conservador en la metrópoli o incluso apelar al votante panista. Es el activo priista que goza de mayor transversalidad social. Y no viene de un área polémica del Gobierno del Estado, sino de la SEDIS, la encargada de repartir los apoyos a la tercera edad, a las jefas de familia o a los jóvenes.
Así, los aspectos que el PRI nacional valoró de Miguel Castro: una trayectoria honesta, trabajo en el interior del Estado, no es el perfil prototípico del priista y transversalidad social en su discurso. Sin embargo, los pasivos son innegables. En primer lugar, arrastra los negativos de la marca electoral del PRI. De acuerdo a todos los estudios, el rechazo al priismo se propaga con especial intensidad en las áreas urbanas. Y ahí entra el dilema discursivo de su candidatura: Miguel Castro tendrá que dotarse de habilidad equilibristas para mantener a la base de simpatizantes del PRI y, al mismo tiempo, mandar un mensaje de distancia frente al partido y su imagen. Es un ejercicio de equilibrismo nada sencillo; tan es así, que Ricardo Villanueva no lo logró en 2015 y perdió por 25 puntos contra el ahora alcalde, Enrique Alfaro. Castro necesita la disciplina y la unidad del PRI, pero si no amplía su arrastre electoral, Alfaro lo derrotará con facilidad.
Otro pasivo podría ser su personalidad en una elección que se torne áspera, sucia y polarizada. Castro es un político de acuerdos, no alguien de contrastes. Prefiere el discurso tranquilo, conciliador y amistoso, que la alocución polarizadora y desafiante. La conciliación podría ser una cualidad, si no estuviera entre 15 y 20 puntos por detrás en las encuestas. Y enfrente tendrá a Alfaro que entiende la política como un ring y se mueve cómodo en las aguas de la disputa dialéctica. Se enfrentan en 2018 dos personalidades que son totalmente contrastantes.
Una tercera es su poca proclividad a emprender una campaña y un discurso que se aleje del priismo tradicional. Es cierto, el gobernador no está mal evaluado y una parte de la ciudadanía reconoce algunos resultados de la actual administración. Empero, la calificación del Gobierno de Peña Nieto es profundamente negativa. ¿Estará dispuesto Miguel Castro a correr el riesgo de distanciarse del proyecto federal y del legado del actual Presidente? El ex titular de SEDIS siempre se ha movido en las aguas de la disciplina partidista, por lo que es difícil creer que él mismo se planteará una crítica de fondo a la gestión peñanietista cuando el candidato presidencial de su partido es Meade, quien también fue su principal impulsor.
Miguel Castro también debe tener en la cabeza lo que significará el post-2018. El priismo jalisciense se tendrá que reconstruir en torno a un liderazgo claro y consolidado. El pragmatismo y la falta de proyecto, provocó que el PRI durará casi dos décadas en volver a gobernar Jalisco. En 2012, Alfaro perdió la gubernatura, pero tuvo una victoria moral al colocarse cerca de un Aristóteles Sandoval que lucía imbatible. Ahora, Castro parte en esa posición. El resultado sí importa, como en el fútbol, no es lo mismo perder uno a cero y jugando bien, que salir goleado y sin ver la pelota. La campaña de Castro marcará la temperatura de la sucesión en Jalisco y los escenarios post electorales.
DR