La humildad que salva
San Ignacio de Loyola nos indica que la humildad es necesaria para la salvación, y consiste en desear solamente aquello que se encamine al servicio de Dios y la salud del alma
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA:
ECLO. 35, 15b-17. 20-22a
«El Señor es un juez
que no se deja impresionar por apariencias.
No menosprecia a nadie por ser pobre
y escucha las súplicas del oprimido.
No desoye los gritos angustiosos del huérfano
ni las quejas insistentes de la viuda.
Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído
y su plegaria llega hasta el cielo.
La oración del humilde atraviesa las nubes,
y mientras él no obtiene lo que pide,
permanece sin descanso y no desiste,
hasta que el Altísimo lo atiende
y el justo juez le hace justicia».
SEGUNDA LECTURA:
2TIM 4, 6-8. 16-18.
«Querido hermano: Para mí ha llegado la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento.
La primera vez que me defendí ante el tribunal, nadie me ayudó. Todos me abandonaron. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará salvo a su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén».
EVANGELIO:
Lc 18, 9-14.
«En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás:
"Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias'.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: 'Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador'.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido''».
La humildad que salva
“La oración del humilde atraviesa las nubes” y no se detiene hasta que alcanza su destino, se asegura en el capítulo 35 del libro del Eclesiástico. La humildad es quizás una cualidad poco apreciada como camino de humanización, aún si ambas expresiones proceden de una misma raíz etimológica: humus, tierra.
En el cristianismo primitivo y en opinión de algunos padres de la Iglesia como Ambrosio de Milán o Cipriano de Cartago, la humildad se identifica como situación contraria a la soberbia, e incluso como condición ligada a la salvación. En los Ejercicios Espirituales redactados por san Ignacio de Loyola la humildad surge como una actitud a la que el mismo Jesucristo invita a todos sus “siervos y amigos” para esparcir su mensaje “por todos los estados y condiciones de personas”.
Y además, previo al momento en el que los Ejercicios proponen al ejercitante los puntos para elegir un estado de vida o, según el caso, para reformarla con miras a seguir la voluntad divina, san Ignacio presenta la consideración de tres maneras de humildad -en realidad de amistad, libertad y compromiso- en relación con “Dios nuestro Señor”.
Para Ignacio, la primera manera de humildad, aquella en la que se asume no quebrantar nada que sea ocasión de una falta grave, es necesaria para la salvación. En la segunda manera, la persona está dispuesta a no desear más unas cosas que otras, sino solamente aquello que se encamine al servicio de Dios y salud de la propia alma, lo que también implica evitar incluso alguna falta leve que pueda alterar la comunión con el Señor y con los demás.
Finalmente, la tercera manera de humildad invita a una radicalidad de amor hacia la persona de Jesucristo, pues la persona estaría dispuesta a ser considerada vana o loca, a ser despreciada y vilipendiada por causa de Cristo. Esta humildad, señala Ignacio, “es la humildad perfectísima”, pero el alcanzarla dependerá no solamente de la voluntad del ejercitante, sino también de pedirle a Dios que, desde la libertad divina, quiera elegir a la persona para tal nivel de entrega.
Que el Señor, pues, nos ayude siempre a desear y vivir la humildad para, desde el reconocimiento de nuestras debilidades y límites, de nuestro propio “poner los pies sobre la tierra”, encaminarnos a esa profunda experiencia de cercanía, de amistad y de libertad, de auténtica humildad.
Arturo Reynoso, SJ - ITESO
Día Mundial de las Misiones
¡Dios nos llama a ser sus hijos y vivir en plenitud nuestra vocación al amor!
Como cristianos nuestra misión es llevar el amor de Dios a todo el mundo, proclamar el evangelio a toda la humanidad, principalmente a los que tenemos a nuestro lado, no debemos anunciar un evangelio según nuestro criterio.
Los matrimonios son llamados a ser los primeros misioneros, Cristo envía de dos en dos para anunciar el evangelio, es decir, los primeros en ser evangelizadores son los padres de familia, no sólo la mujer ni sólo el hombre, ambos son el complemento perfecto para anunciar a Cristo, los papás son quienes deben enseñar a los hijos cómo vivir esa radicalidad del evangelio del amor. Porque no somos llamados a sólo escuchar o a sólo proclamar las palabras que Cristo nos dejó, sino a ser evangelios vivos, a encarnar en nosotros el amor de Dios, porque eso es el evangelio: el amor de Dios hecho carne en Cristo y a través de él, serlo cada uno de nosotros.
La misión de evangelizar es propia de todo cristiano, y muchas veces los primeros necesitados de evangelización somos los que decimos seguir a Cristo porque se predica un evangelio acorde a nuestras necesidades y carencias, pero no el que Cristo anunció.
El evangelio ha sido adulterado para hacerlo conforme al capricho humano. Vivir en la radicalidad del evangelio es la misión y vocación de todo bautizado. No tengamos miedo a ser Cristo, a asemejarnos al Maestro, porque el miedo es el principal obstáculo que impide la plena vivencia y anuncio de la palabra de Dios.
Hay quienes no soportan lo que Dios pide que se haga y las renuncias que por amor él nos invita realizar, porque van en contra de lo que el mundo propone como camino de vida y que en realidad es camino de muerte. Si queremos cambiar el mundo, ve primero a tu casa y ama a tu esposo, a tu esposa, a tus hijos, a tus padres, ama a tus enemigos siendo capaz, incluso, de dar la vida por ellos, por su salvación, así el amor será verdadero, porque no hay nada de extraordinario en dar la vida por quien amamos, eso hasta los pecadores lo hacen, pero la perfección del amor va más allá de todo sentimiento humano, es una donación total de nuestro ser para que otros se salven.
Amando es como vivimos esta vocación a la santidad, porque cuando amamos a Dios por sobre todas las cosas ya no hay nada que nos robe la paz, pues sabemos que hay alguien que cuida de nosotros y de todas nuestras cosas, ciertamente no dejamos de sufrir o sentir, simplemente, todo lo que pasa se convierte en una oportunidad más para seguir amando.
Nuestra vida como cristianos debe ir siempre unida al Amor. Nuestra fe debe ser firme; nuestra voluntad sometida a la voluntad de Dios y nuestro corazón debe estar firme en la esperanza de la vida eterna, pero siempre con los pies en la tierra para no olvidarnos de nuestros hermanos que sufren a causa del pecado, y así ser capaces de donar nuestra propia vida para la salvación de las almas.
El amor debe convertirse en la fuente de gracia para todos nosotros, el cimiento de nuestra vida mortal y espiritual. La perfección en el amor es nuestra mayor recompensa en este mundo, para así poder gozar de la perfecta plenitud de ese amor en la eternidad.
“Estamos en el mundo sin ser del mundo” porque somos hijos de Dios, y como hijos somos herederos del cielo. Nunca perdamos de vista esa realidad que actualmente el mundo y el pecado nos han querido robar.