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Pasión de nuestro Señor Jesucristo

Cristo nos enseña, al contemplar su pasión, cada detalle es una llamada clara para nuestro día a día: humildad, perdón, fortaleza, templanza, esperanza, oración, misericordia

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Is 50, 4-7.

«En aquel entonces, dijo Isaías:
"El Señor me ha dado una lengua experta,
para que pueda confortar al abatido
con palabras de aliento.

Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído,
para que escuche yo, como discípulo.
El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras
y yo no he opuesto resistencia
ni me he echado para atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que me tiraban de la barba.
No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.

Pero el Señor me ayuda,
por eso no quedaré confundido,

por eso endurecí mi rostro como roca
y sé que no quedaré avergonzado”».

SEGUNDA LECTURA

Flp 2, 6-11.

«Cristo, siendo Dios,
no consideró que debía aferrarse
a las prerrogativas de su condición divina,
sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de siervo,
y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo
y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas
y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,
para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla

en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre».

EVANGELIO

Mt 27, 11-54

«Jesús compareció ante el procurador, PoncioPilato, quien le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús respondió: “Tú lo has dicho”. Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Entonces le dijo Pilato: “¿No oyes todo lo que dicen contra ti?” Pero él nada respondió, hasta el punto de que el procurador se quedó muy extrañado. Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el procurador solía conceder a la multitud la libertad del preso que quisieran. Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los ahí reunidos: “¿A quién quieren que les deje en libertad: a Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?” Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia.

Estando él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle: “No te metas con ese hombre justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa”.

Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la muchedumbre de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así, cuando el procurador les preguntó: “¿A cuál de los dos quieren que les suelte?” Ellos respondieron: “A Barrabás”. Pilato les dijo: “¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?” Respondieron todos: “Crucifícalo”. Pilato preguntó: “Pero, ¿qué mal ha hecho?” Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza: “¡Crucifícalo!” Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que crecía el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: “Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre justo. Allá ustedes”. Todo el pueblo respondió: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás. En cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha y, arrodillándose ante él, se burlaban diciendo: “¡Viva el rey de los judíos!”, y le escupían. Luego, quitándole la caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota, es decir, “Lugar de la Calavera”, le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos, echando suertes, y se quedaron sentados ahí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: ‘Éste es Jesús, el rey de los judíos’. Juntamente con él, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Los que pasaban por ahí lo insultaban moviendo la cabeza y gritándole: “Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz”. También se burlaban de él los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, diciendo: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama, pues él ha dicho: ‘Soy el Hijo de Dios’ ”. Hasta los ladrones que estaban crucificados a su lado lo injuriaban.

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella tierra. Y alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”, que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Está llamando a Elías”.

Enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y sujetándola a una caña, le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron: “Déjalo. Vamos a ver si viene Elías a salvarlo”. Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos que habían muerto, y después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. Por su parte, el oficial y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, se llenaron de un gran temor y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”».

“Locura de amor”

Durante la cuaresma hemos venido preparando nuestros corazones para acompañar a Jesús en su pasión, desde una relación de amistad, como quien camina junto al que ama. Ha sido un camino de oración, de penitencia y de ayuno que nos invitaba a la intimidad con Dios.

Cada domingo ha representado la oportunidad de volver a descubrir la esencia de Jesús Salvador que en el pasaje de la Samaritana se revela como agua viva; en la curación del ciego, como luz; en la resurrección de Lázaro, como vida. Y que, en el evangelio de hoy, lo vemos establecer su Reino, rompiendo todos los paradigmas humanos.

Poncio Pilato pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?” y Jesús responde: “Tú lo has dicho”. Pero, ¿qué tipo de rey podía ser aquel que guardaba silencio ante las acusaciones, que no se defendía con violencia, que fue abandonado por todos sus seguidores y que soporto con paciencia las humillaciones más aberrantes? La única verdad a esta lógica, que más que lógica es una locura de amor, la pronunció el centurión Romano que lo vio morir: «Realmente éste era Hijo de Dios».

Es necesario analizar las virtudes y actitudes que Cristo nos enseña, al contemplar su pasión, cada detalle es una llamada clara para nuestro día a día: humildad, perdón, fortaleza, templanza, esperanza, oración, misericordia, entre tantas otras. Un cristiano sigue a Cristo, por lo tanto, vive en Cristo, por Él, para Él, pero, sobre todo, cómo Él. Seguimos al crucificado, y muchas veces, buscamos a toda costa vivir encerrados en la comodidad, el egoísmo, la vanidad y el rencor. ¿Cómo se puede entender esto?

Ante todos los cuestionamientos y acusaciones, Jesús guarda silencio, porque quiere que tú y yo contestemos la pregunta: ¿Eres tú el rey de los judíos?… ¿Qué contestarías tú? ¿Jesús es tu salvador? ¿Es Cristo el que dirige tu vida, como rey? Vale la pena contrastar la realidad con el discurso de fe que hemos aprendido. Nos lo dice Santiago en su carta: “Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago. 2,17-22). La coherencia de nuestras vidas es la respuesta a la pregunta de Pilatos, y en última instancia, nuestra respuesta al amor de quien ha entregado voluntariamente su vida por nosotros.

¡Su vida por la nuestra! Un intercambio sin precedentes: Dios por el hombre, el agua por la sed, la luz por las tinieblas, la muerte por la vida. Una locura de amor que, ante el juicio del mundo, calla, porque solo en las obras se muestra el verdadero amor. En tu vida personal, ¿hay más palabras que obras? ¿tus obras reflejan el amor a tus más cercanos? ¿Dios tiene el primer lugar? Son interrogantes que surgen del testimonio de un hombre que, siendo Dios, se humilla para alcanzar el mayor bien de quienes ama, el perdón y la vida eterna.

Los inicios del teatro jesuita

Los primeros franciscanos arribaron a la Nueva España el 13 de mayo de 1524. Pronto se posicionaron en gran parte del territorio y echaron mano de distintas estrategias para llevar a cabo su misión evangelizadora, entre ellas el teatro religioso.

Las expresiones artísticas de las culturas prehispánicas facilitaron el trabajo de estos misioneros, quienes se maravillaron de las profundas raíces escénicas en los ritos y festividades de los mexicas y demás pueblos originarios. Así, los dramas litúrgicos de la nueva religión fueron introducidos con las costumbres y las nociones escénicas que ya poseían los pueblos.

La evangelización iniciada por los franciscanos permaneció vigente hasta 1572, año en que se consideró cumplida la “Conquista espiritual”; ese mismo año llegaron quince jesuitas a la Nueva España, encabezados por el padre Pedro Sánchez, SJ. Después de un corto periodo de exploración, los jesuitas encontraron en el teatro un excelente medio de comunicación: retomaron la práctica de los religiosos que les precedieron y recuperaron la experiencia adquirida en las universidades europeas, donde las mascaradas y los juegos escénicos entusiasmaban a los estudiantes. En poco tiempo, de 1575 a 1600 los jesuitas se convirtieron en unos de los principales impulsores del teatro religioso. En esta labor, sobresale el carácter didáctico con el que desarrollaron la dramaturgia y las representaciones teatrales, amenas y de fácil comprensión, para los espectadores que trataban de digerir los novedosos misterios del cristianismo.

En los colegios de la Compañía de Jesús en la Nueva España se instauró la costumbre de presentar piezas teatrales en sus fiestas patronales, en las visitas de autoridades provinciales, en la apertura o clausura de los ciclos escolares y en festividades del calendario litúrgico como Corpus Christi o la Navidad, con las Pastorelas; un excelente vehículo para que los fieles asimilaran las alegorías del pecado y la virtud. Actualmente, también nos resultaría muy agradable que en las instituciones y obras a cargo de los jesuitas en México se recuperara esta valiosa costumbre.    

Martín Torres Sauchet, SJ-ITESO

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