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La misericordia puesta en escena

El Señor nos llama a amar como Él nos ama. Nos llama a ser misericordiosos como Él es misericordioso

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Os 6, 3-6.

«Esforcémonos por conocer al Señor; tan cierta como la aurora es su aparición y su juicio surge como la luz; bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia de primavera que empapa la tierra.

"¿Qué voy a hacer contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? Tu amor es como nube mañanera, como rocío matinal que se evapora. Por eso los he azotado por medio de los profetas y les he dado muerte con mis palabras. Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos"».

SEGUNDA LECTURA

Rm 4, 8-25.

«Hermanos: Abraham, esperando contra toda esperanza, creyó que habría de ser padre de muchos pueblos, conforme a lo que Dios le había prometido: Así de numerosa será tu descendencia. Y su fe no se debilitó a pesar de que a la edad de casi cien años, su cuerpo ya no tenía vigor, y además, Sara, su esposa, no podía tener hijos. Ante la firme promesa de Dios no dudó ni tuvo desconfianza, antes bien su fe se fortaleció y dio con ello gloria a Dios, convencido de que él es poderoso para cumplir lo que promete. Por eso, Dios le acreditó esta fe como justicia. Ahora bien, no sólo por él está escrito que "se le acreditó", sino también por nosotros, a quienes se nos acreditará, si creemos en aquel que resucitó de entre los muertos, en nuestro Señor Jesucristo, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación».

EVANGELIO

Mt 9, 9-13.

«En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y lo siguió.

Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús los oyó y les dijo: "No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"».

“La misericordia puesta en escena”

El tiempo Ordinario está caracterizado por la influencia del Espíritu Santo, la Liturgia de la Iglesia en este domingo nos presenta una serie de lecturas que nos permiten ir detallando y profundizando mejor las enseñanzas de Jesucristo.

Hoy se manifiesta el amor que Dios requiere de nosotros, sus creaturas, el cual debe traducirse en hacer su Voluntad. Amar a Dios es hacer su Voluntad. Eso nos lo dijo muy claramente el último Domingo después de Pascua antes de la Ascensión. Y decíamos que amar a Dios era complacer a Dios. Y... ¿qué quiere Dios de nosotros?

En la Primera Lectura del Profeta Oseas (Os. 6, 3-6). Dios nos dice que el amor que nosotros le ofrecemos es como un rocío que se evapora rápidamente y no dura nada. Y también nos dice que quiere un verdadero amor de nosotros hacia Él y no sacrificios y ofrendas.

“Yo quiero amor y no sacrificios”. Con estas palabras el Hijo de Dios recuerda a los que le critican, unas frases importantes del Antiguo Testamento que han pasado por alto. También les pide a los que le critican que imiten su Amor y su Misericordia.

Mateo era “publicano”, es decir, judío que trabajaba para el Imperio Romano, fuerza que gobernaba el país de Jesús. Mateo se desempeñaba como recaudador de impuestos de los Romanos, una actividad que para los judíos era ilícita, por lo que tales personas eran consideradas “pecadores”. Era tal el reproche de los judíos anti-Romanos contra los publicanos, que hasta los mendigos se negaban a recibir la limosna de éstos.

Dentro de ese ambiente Jesús se atreve a escoger a Mateo. Notemos, primeramente, que Jesús no aprueba ni alaba las actividades de los publicanos. Al contrario, pide a Mateo que lo deje todo y lo siga a Él. Y Mateo sigue a Jesús sin titubear y sin chistar. En este episodio del Evangelio, narrado por su mismo protagonista, se ve claramente que Mateo se levantó de su mesa de trabajo, lo dejó todo y siguió a Jesús.

El Señor, entonces, nos llama a amar como Él nos ama. Nos llama a ser misericordiosos como Él es misericordioso. El Señor nos llama a saber perdonar, a saber “ponernos en los zapatos de los demás”, para poder ser comprensivos, compasivos, misericordiosos, magnánimos, bondadosos, etcétera.

Sólo así Dios nuestro Señor aceptará nuestra ofrenda cuando vayamos a presentarnos ante el altar, cuando cada día o cada semana durante la Santa Misa estemos ante Él para pedirle perdón, para orar y para recibir su Gracia en la Sagrada Eucaristía.

¿Cómo poder irnos haciendo nosotros misericordiosos como Dios es misericordioso? A veces cuesta mucho, pues nuestra tendencia natural es el juicio, el resentimiento, la venganza. Pero la receta es sencilla: hay que amar a Dios primero; es decir, entregarnos a Él para hacer sólo su Voluntad; además, orar para ir descubriendo la Voluntad de Dios. De esta forma, entregados a Él, su Amor crecerá en nosotros para nosotros poder prodigarlo a los demás, y así ser también nosotros misericordiosos.

El inaccesible, el que se ha acercado

Todo sistema religioso ha tenido que abordar el problema de la inaccesibilidad de Dios. Como ser supremo, incomparable con ninguna otra realidad, los sistemas religiosos se ven obligados a proponerlo en una categoría aparte de todo lo demás. Esta categoría se convierte en espacio, y decimos que Dios vive en el cielo, contrapuesto a nuestra tierra, y nadie puede alcanzarle por su propia fuerza. Desde este presupuesto se construyen complejos sistemas legales que ordenan la realización de rituales o de sacrificios, divinamente ordenados, que proponen el anonadamiento de los seres humanos en aras de la gloria de la divinidad. La esfera religiosa queda como algo distinto de la esfera cotidiana de la vida, y se trata entonces de cumplir con esos ritos o, si el sistema religioso se propone también en la esfera moral, con leyes de pureza del corazón sobre las que hay que tener una férrea vigilancia interior.

Bajo este presupuesto, los dirigentes en Israel proponían el cumplimiento de estas leyes de pureza (más de 600 normas) para alcanzar el favor de Dios y persuadirlo de otorgar alguna recompensa a sus fieles puros. Esto excluía a multitudes y multiplicaba impotentes sacrificios. Fue esta exclusión la que lastimó profundamente el corazón de Jesús, que no reconocía a su Padre en ese mandato, porque Jesús lo conocía como quien busca incansable la cercanía con los suyos. “Hijos”, “amigos”, “pueblo mío”, son las palabras que Jesús reconoce en Dios y por eso proclama que el Reino de Dios se ha acercado y ha querido tomar como suyos nuestros caminos. No espera una purificación, sino que viene a encontrarse con nosotros, así como somos y, acostumbrándose a nosotros (como dice en el siglo II San Ireneo), nos muestra su corazón y sus propios deseos, esperando nos alegremos con ellos, de tal manera que con él los deseemos y trabajemos por hacerlos realidad. Contemplemos, pues, el corazón de Jesús en su Evangelio, y con él, el del Padre. Alegrémonos con él y tal vez nuestro corazón quiera adherirse, curarse sus tristezas y miedos, y confiarse a quien, desde su distancia inaccesible, ha querido acercársenos.

Pedro Reyes, SJ-ITESO
 

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