Evangelio de hoy: Fe es igual a vida eterna
Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús, pero somos nosotros quienes abrimos o cerramos nuestro corazón
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA
1 Re 19, 4-8.
«En aquellos tiempos, caminó Elías por el desierto un día entero y finalmente se sentó bajo un árbol de retama, sintió deseos de morir y dijo: "Basta ya, Señor. Quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres". Después se recostó y se quedó dormido.
Pero un ángel del Señor llegó a despertarlo y le dijo: "Levántate y come". Elías abrió los ojos y vio a su cabecera un pan cocido en las brasas y un jarro de agua. Después de comer y beber, se volvió a recostar y se durmió.
Por segunda vez, el ángel del Señor lo despertó y le dijo: "Levántate y come, porque aún te queda un largo camino". Se levantó Elías. Comió y bebió. Y con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios».
LECTURA
Ef 4, 30 - 5, 2.
«Hermanos: No le causen tristeza al Espíritu Santo, con el que Dios los ha marcado para el día de la liberación final.
Destierren de ustedes la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad. Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo.
Imiten, pues, a Dios como hijos queridos. Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y víctima de fragancia agradable a Dios».
EVANGELIO
Jn 6, 41-51.
«En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo", y decían: "¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?"
Jesús les respondió: "No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.
Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida''».
“Creer = Vida Eterna”
Jesús, después de haber realizado el gran milagro de la multiplicación de los panes, ahora nos encontramos con la explicación que hará a sus oyentes sobre este signo; como había hecho antes con la mujer Samaritana, a partir de la experiencia de la sed y del signo del agua, aquí Jesús partirá de la experiencia del hambre y del signo del pan para revelarse e invitarnos a creer en él.
La gente lo busca, lo escucha, está entusiasmada después del gran milagro de la multiplicación de los panes, ¡hasta querían hacerlo rey! Pero cuando Jesús hace la afirmación que él es “el Pan donado por Dios, que es él mismo el pan”, muchos se escandalizan, no alcanzan a comprender y comienzan a murmurar entre ellos diciendo: “¿no conocemos a su padre y a su madre? ¿cómo puede decir ahora, yo he bajado del cielo? Ante el bullicio de la gente, Jesús da su respuesta: “nadie puede venir a mi si no lo atrae el Padre que me envió…el que cree en mi tiene vida eterna”.
Estas palabras dichas por Jesús deben llevarnos a la reflexión. Las palabras del maestro nos introducen en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana, todos nosotros, y la persona de Jesús, donde el Padre y el Espíritu Santo juegan un papel decisivo. No basta encontrar a Jesús para creer en él, no basta con leer la biblia, claro que eso es importante, pero no suficiente. Es más, ni a quienes atestiguaron el milagro de la multiplicación de los panes les bastó. Muchas personas estuvieron en estrecha cercanía con Jesús y no le creyeron, algunos hasta lo despreciaron y condenaron.
¿Por qué esto, será entonces que no fueron atraídos por el Padre? No. Esto sucede porque su corazón permaneció cerrado a la acción del Espíritu de Dios. Y si nosotros mantenemos también nuestro corazón cerrado, la fe no entra. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús, pero somos nosotros quienes abrimos o cerramos nuestro corazón. En cambio, la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos atraer por el Padre hacia Jesús y vamos a él con ánimo abierto, sin prejuicios. Es entonces cuando reconocemos en su rostro el rostro de Dios, y en sus palabras, la palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de vida que hay entre Jesús y Dios, nuestro Padre. Es ahí donde recibimos el regalo de la fe para poder entender el sentido del Pan de la Vida que Jesús nos ofrece.
En Jesús, en su carne, es decir, en su concreta humanidad, se encuentra presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor, va hacia Jesús con fe, y recibe de él la vida, la vida eterna. Aquella que ha vivido esta experiencia de modo ejemplar es la Virgen María, la primera persona humana que ha creído en Dios acogiendo la carne de Jesús. Aprendamos de ella, nuestra Madre, la alegría y la gratitud por el don de la fe. Un don que no es privado sino para compartir, un don para la vida del mundo.
Hasta el infinito...
La promesa de una tierra de bienes inagotables parece haber suscitado diversos horrores. Gambusinos, aventureros, exploradores, marinos, inversionistas y nómadas de nuestras eras tienen trazas de no querer terminar sus andanzas hasta no haber encontrado la piedra que mantuvo en vilo a quienes practicaban la alquimia. Desde que el Club de Roma encargara en 1968 la elaboración del informe “Los límites del crecimiento”, hasta hoy, el sueño de un mundo con materias y energías infinitas sigue alimentando planes, sueños, llanto y muerte.
Es muy probable que algunas frases que nos llaman a detener el ritmo de la actividad humana despierten la sospecha. Tal cosa sucede, por ejemplo, cuando se afirma que nos encaminamos a un punto de no retorno para la especie debido al cambio climático. Mayor no puede ser la alarma que provoca quien dice que es inminente una sexta extinción masiva. No nos faltan razones para desconfiar de quienes se anuncian como heraldos de desastres por venir. Mesianismos y milenarismos no han acertado cuanto pretenden anticiparse a los acontecimientos. La historia de nuestra especie no ha sido ajena al oficio de charlatanes que inventan, junto a la enfermedad, el remedio.
Considerado lo anterior, esta reflexión no busca enarbolar una vez más las banderas del infortunio. Tampoco intenta levantar los pendones de la esperanza sin sustento. Hay, sin embargo, elementos para sostener que profundizamos un modo humano de vida que, para mantenerse, requerirá mayores cantidades de energía. Y no existe la piedra filosofal que sacie nuestras ansiedades de lo infinito. La extracción de materiales mantiene un ritmo que no se deja cuestionar por la evidencia del agotamiento. El desarrollo tecnológico alimenta el optimismo al hacernos pensar que necesitaremos menos materiales y menos energía o que seremos capaces de reutilizar lo que desechamos para continuar como siempre. La sed de lo infinito no nos deja pensar que quizá no necesitamos hacer más con menos, sino tal vez dejar de confeccionar nuestra erradicación haciendo menos y abriendo el espíritu a la alegría.
José Rosario Marroquín Farrera, SJ - ITESO