Suplementos

De lo ordinario con Dios a lo extraordinario de la vida

Que el testimonio que nos presente el Evangelio de los dos discípulos que, siguiendo a Jesús, vieron donde vivía y se quedaron con Él; mueva nuestro corazón y nuestra vida para acercarnos más a Dios

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Samuel 3, 3b - 10. 19.

«En aquellos días, el joven Samuel servía en el templo a las órdenes del sacerdote Elí. Una noche, estando Elí acostado en su habitación y Samuel en la suya, dentro del santuario donde se encontraba el arca de Dios, el Señor llamó a Samuel y éste respondió: "Aquí estoy". Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?" Respondió Elí: "Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte". Samuel se fue a acostar. Volvió el Señor a llamarlo y él se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?" Respondió Elí: "No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte".

Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?"

Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: "Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: 'Habla, Señor; tu siervo te escucha' ". Y Samuel se fue a acostar.

De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: "Samuel, Samuel". Éste respondió: "Habla, Señor; tu siervo te escucha".

Samuel creció y el Señor estaba con él. Y todo lo que el Señor le decía, se cumplía».

SEGUNDA LECTURA

Corintios 6, 13c-15a. 17-20.

«Hermanos: El cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor; y el Señor, para santificar el cuerpo. Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder.

¿No saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. Huyan, por lo tanto, de la fornicación. Cualquier otro pecado que cometa una persona, queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo.

¿O es que no saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes? No son ustedes sus propios dueños, porque Dios los ha comprado a un precio muy caro. Glorifiquen, pues, a Dios con el cuerpo».

EVANGELIO

Juan 1, 35-42.

«En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: "Éste es el Cordero de Dios". Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué buscan?" Ellos le contestaron: "¿Dónde vives, Rabí?" (Rabí significa 'maestro'). Él les dijo: "Vengan a ver".

Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" (que quiere decir 'el Ungido'). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: "Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás" (que significa Pedro, es decir 'roca')».

De lo ordinario con Dios a lo extraordinario de la vida

Esta semana comenzamos con el tiempo ordinario, y por el hecho de ser “ordinario” no significa que sea de relleno, o que carezca de importancia. No es, como se dice coloquialmente, de los “tiempos fuertes” como el Adviento o la Cuaresma, pero sí es también un tiempo propicio para el encuentro con Dios. De hecho, lo propio de Dios no es el encuentro ocasional, lo propio de Dios es el encuentro en lo ordinario.

Es como lo que le pasa a Samuel en la Primera lectura. Dios le llama en sueños por su nombre y Samuel tuvo que aprender a escuchar su voz. Así se manifiesta en lo ordinario, cuando menos lo esperas, Dios nos llama personalmente por nuestro nombre.

Pero el encuentro ordinario no se limita al sueño o a las palabras, algo meramente intelectual o ideal; nuestro Dios es también el del encuentro carnal. En el tiempo de Navidad hemos contemplado a Dios que se encarna, que se hace hombre y así expresa su deseo de hacernos uno con Él para llevarnos a Dios. Por eso el apóstol San Pablo, en la segunda lectura de la carta a los corintios, nos dice que por el bautismo nuestros cuerpos son miembros de Cristo. En el bautismo se manifiesta ese deseo de Dios de que comulguemos con Él, que nos unamos con Él de cuerpo y alma, con todo nuestro ser. Y esto se realiza en lo ordinario de nuestra vida por medio y en Jesucristo, especialmente, y de manera plena en el sacramento de la Eucaristía.

El mensaje de hoy es muy sencillo. Es como si Dios, al comenzar el año y el tiempo ordinario, nos dijera: “¿quieres que te vaya bien este año?, ¿quieres cumplir tus sueños y propósitos, y más allá? ¿Quieres tener un año extraordinario? Hazlo junto a Jesús; haz cada actividad de lo ordinario de tu vida de la mano con Jesús. Que el testimonio que nos presente el Evangelio de los dos discípulos que, siguiendo a Jesús, vieron donde vivía y se quedaron con Él; mueva nuestro corazón y nuestra vida para acercarnos más a Él, para dejarnos guiar por Él. Jesús hace su parte, mostrándose cercano en la Eucaristía. Sólo así, podremos, desde lo ordinario de la vida, experimentar lo extraordinario de Dios.

Evitar el desastre

Encontrar al Mesías parece catapultar sueños. Enumeraciones diversas de anhelos nos preceden. Sueños, aspiraciones y deseos parecen dar forma a nuestros mundos, marcan nuestra forma de habitar. Quienes viajan hasta dar con aquello o con alguien que calma todas las aspiraciones proclaman con alegría la llegada de un día nuevo. Para aprovecharse de esta actitud numerosos mercaderes ofertan un sinfín de satisfactores en un amplio espectro que va de lo tangible a lo intangible. Resulta divertida tanta variedad de cosas, de personas, de ideas y de fantasías.

Pero esta diversión tiene un límite cuando uno se anima a descomponer las frases escuchadas. La sonrisa se diluye cuando uno empieza a observar cuánto se debe pagar para no experimentar la irrelevancia del mundo que habitamos y que nos habita. Para empezar, tenemos que aceptar el diagnóstico: vivimos tiempos terribles, estamos hundidos en una crisis, no vemos la salida, no se asoma la luz al final del túnel, estamos cada vez peor… La lista abunda y cada día hay más frases idóneas para convencernos de la necesidad de comprar soluciones o remedios. ¿De verdad tenemos necesidad de una salvación y de tantos salvadores ante la abrumadora ficción apocalíptica que nos rodea?

Las visiones catastróficas de nuestro tiempo parecen confrontadas por el salmista que concibe que no hay un precio para vivir bien. Quien vive es capaz de entonar un poema carente de valor de cambio, hace suya la voz, le da un uso para proclamar ante la asamblea de vivientes que no hay necesidad de sacrificios, de ofrendas ni de monedas de trueque. De lo profundo emerge la convicción de que hay una voluntad que se hace ley para sí, que no existe un tribunal exterior que deba sancionar e imponer las penas. No sabemos lo que puede un cuerpo, decía Baruch Spinoza. El cuerpo es espíritu, dice hoy el texto bíblico. No se requiere más, me parece, sino entonar los cantos sin fin que no hacen otra cosa que compartir susurros alegres en medio de las voces estridentes que quieren obligarnos a aceptar el desastre como destino.

José Rosario Marroquín, SJ - ITESO

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