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Entre la interpretación y la fabricación

Pudo haberse dedicado a otra profesión, pero para Alejandro Espinoza en la música encontró su vida y vocación; hoy construye instrumentos y toca para la OFJ

Mágico. En otra parte de su taller es donde sucede la magia: cientos de herramientas, moldes, diagramas de lauderos célebres y accesorios.
Mágico. En otra parte de su taller es donde sucede la magia: cientos de herramientas, moldes, diagramas de lauderos célebres y accesorios.

Laudero y violinista, Alejandro Espinoza viene de una familia de músicos: su padre fue mariachero y le inculcó el gusto por la música: “Quería que fuera abogado, arquitecto u otra cosa, pero por tradición me enseñó a cantar. Por parte de mi mamá también, en toda la familia”.

En sus ratos libres, durante la primaria, tocaba la guitarra que dejaba su padre: “Ya en la secundaria un amigo me invitó a verlo estudiar violín en un mariachi del pueblo (La Manzanilla de la Paz). Lo acompañé y la sorpresa fue que me dieron un violín para tocar. Con un dedo saqué tonaditas, y nunca lo solté. El que me invitó dejó de asistir, yo sí seguí”.

La pasión por el instrumento continuó al crecer: “Al terminar la preparatoria ya tenía tres años tocando en el mariachi. Me enteré de que existía la carrera de música en la Universidad de Guadalajara. En el test vocacional la primera carrera fue música, la segunda ingeniería”. Vino a la zona metropolitana y alternó sus estudios con el trabajo de tocar en mariachis: “Me gustan las dos, pero siempre, al descubrir es como la filosofía. Es más atractiva, todo un reto para las capacidades, para la superación. Combiné bastantes años el trabajo, si se puede llamar trabajo: es una pasión, hay grandes amigos desde la infancia. Son como hermanos”.

De cierta manera, la segunda vocación ha tenido su exploración con la fabricación de instrumentos: “Tiene mucha ingeniería construir un instrumento: la forma que tiene para soportar la tensión. Pitágoras nos lo enseñó, están las matemáticas”.

Como los compositores llevan su opus, Alejandro lleva la cuenta de los instrumentos que ha hecho: “Voy en 15 violas, tres violoncellos, un contrabajo y 40 y tantos violines. Todos están sonando, algunos en la OFJ, otros en mariachis”.

Un primer acercamiento a analizar la anatomía del violín se dio por necesidad: “En mis primeros exámenes un maestro me interrumpió, me pidió mi violín. Tenía un instrumento antiguo, alemán, pero me dijo que lo colgara en la pared, que no servía. Como si me dijeran que mi mejor amigo estaba loco. Le pedí ayuda a mis maestros para conseguir un buen instrumento: me llevaron un violín, supuestamente bueno: abrí el estuche y estaba muy feo. Me insistió en tocarlo, sonaba bien, pero no me gustaba”.

Desde entonces ha buscado entender el sonido del instrumento desde su construcción: “Siempre fui muy curioso con ver la forma de los instrumentos, qué tenían de diferente, qué los hacía sonar así, de qué constructor son. Es un asunto como de Sherlock Holmes”. En su investigación recayó en la biblioteca de la escuela, pero ya comenzaba a ser más accesible internet: “Iba a los cibers a ver en internet, era muy difícil en esos años. Buscaba instrumentos, constructores. Los precios elevados, inaccesibles. No se podía probar un instrumento”.

Ese análisis y búsqueda de perfeccionar el sonido viene por una exigencia propia: “Sentía que el instrumento me limitaba, como los pintores, una paleta de tres colores permite hacerlo todo, pero toma tiempo mezclarlos. Una paleta con más colores permite trabajar más rápido. Cada instrumento que construyo trato de esculpir una voz con toda la memoria musical que tengo, los conciertos e instrumentos que he escuchado”.

El paso para animarse a construir un violín propio sucedió cuando comprobó que otra persona lo hizo: “Un compañero llegó con un violín que estaba haciendo, me sorprendió mucho. Si él pudo hacerlo yo también podía. Conseguí un libro desde España, algunos otros en la Escuela de Música, empecé a pedir libros por internet, vi tutoriales. Conseguí las herramientas ya que tenía la información, con los planos, y me puse a construir”.

Al concretar el primer violín vino la satisfacción. “Sonó bien, quedó un poco salido de proporciones. Luego se lo pasé a mi hermano, toca en mariachi. Se lo llevó de gira a Francia, Alemania, donde quiera llama la atención. Eso me orilló a hacer otro instrumento”.

La receta del sonido

Como laudero, Alejandro ha comprobado que es muy diferente la construcción con las maderas a la reparación de un instrumento: “Es otro tema aparte, implica más creatividad. Al ser un instrumento con curvas es muy difícil hacer las reparaciones: una guitarra es plana, tiene más de donde prensar. Aquí no, hay que idear aditamentos. Por eso cada reparación es única, requiere un proceso de investigación. Es un mundo aparte, muy complejo. Hay que trabajar barniz, combinar resinas. Las recetas para barnizar son como las comidas, como el arroz, ¿cuántos no conocemos? Compré más libros, tutoriales, más madera, etcétera”.

Los insumos para construir un violín, desde algunas herramientas, vienen de Europa o de Estados Unidos. Alejandro pide constantemente los bloques de madera para cada una de las partes del violín, con arce y abeto principalmente, además de ébano.

Con la experiencia como violinista de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (desde 2008) y como laudero (desde 2000), Alejandro alterna su rutina para equilibrar estas dos pasiones, ligadas por la música pero muy particulares: “Dedico unas horas para ensayar con el instrumento, luego el ensayo de la OFJ, descanso un poco, como, trabajo en el taller. Tengo una planeación: un día hago una corona de costillas, los bordes, o una semana el caracol. Trabajo en cierta sección del instrumento, o en dos a la vez, para aprovechar en lo que se seca uno. Luego ensayo más en instrumento. Combino el tiempo con las actividades. Son muy demandantes las dos, no están peleadas. La mayoría de los instrumentos de calidad son hechos por músicos que tocaron”.

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