El Palacio de Schönbrunn, tesoro de Viena
La residencia de verano de los emperadores austriacos dejó atrás su etiqueta real para volverse uno de los atractivos turísticos con mayor belleza que tiene Austria
Las etiquetas podrían seguir una tras otra, y sin embargo, ninguna podría abarcar con justicia la impresión que deja en la mente y el corazón admirar por primera vez el Palacio de Schönbrunn.
Viena, ¡ah! bella capital de Austria, metrópoli de mil historias, capital de un imperio y vibrante punto de encuentro cultural. Despierta siempre sin olvidar aquellos sueños de grandeza. Dentro de sus múltiples atractivos, el Palacio de Schönbrunn juega un papel central.
Llamado “el Versalles Vienés” se debe recorrer con calma absoluta, ya que está salpicado por aquí y por allá de múltiples detalles. Desde monumentales esculturas hasta el encantador estilo rococó de sus habitaciones, así como su fastuosa fachada. Se encuentra al suroeste de la capital, antiguamente separado de la ciudad por espesos bosques, hoy es posible llegar hasta él en transporte público.
Si tienes pensado pasear por Viena, vale la pena que le dediques al menos un día al palacio. Ya desde el exterior enamora, con sus jardines, donde destacan unas ruinas romanas y la Casa de las Palmeras. El verdor durante primavera y verano es sencillamente espectacular. El nombre del castillo puede traducirse como “Bella fuente” en alemán, y esto se debe en buena medida a sus fuentes exteriores, monumentales y bellamente decoradas.
El palacio comenzó a levantarse en 1559, primero como un pequeño palacio de caza propiedad de Maximiliano II, aunque sería hasta 1690, ya en el reinado de Leopoldo I, que comenzaría a levantarse un palacio para los Habsburgo, emperadores residentes en Viena, quienes consideraron a esta edificación como “austera”. Esto se debe a que “únicamente” tiene mil 441 habitaciones.
El palacio desde entonces ha tenido varias remodelaciones, ampliaciones, e incluso, algunas adiciones sorprendentes. Por ejemplo, Napoleón Bonaparte se “hospedó” aquí, luego de derrotar a los austriacos en dos ocasiones (en Austerlitz 1805 y en Wagram 1809). Dejó su sello en la verja de entrada al palacio, donde mandó a colocar dos obeliscos coronados por águilas napoleónicas. También aquí se celebró el Congreso de Viena en el Siglo XIX.
La mayoría de las habitaciones del palacio comparten elementos como el rococó, los colores amarillo, dorado y rojo de la casa Habsburgo y el hábil uso de ventanas para iluminar los interiores. El buen gusto es una constante.
Estancias como la Gran Galería (donde se celebraran los bailes imperiales) o el Salón Chino Circular (donde la emperatriz María Teresa mantenía conversaciones privadas), son parte de todo recorrido.
El Palacio de Schönbrunn es un pretexto más para descubrir Viena, una ciudad que lejos de aferrarse a su pasado imperial, sigue atrayendo a nuevos soñadores y ofreciendo a los aventureros la posibilidad de adentrarse en mundos fantásticos y llenos de belleza.
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