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El Dios de la vida

Como seguidores de Jesús hay que preguntarnos: ¿cómo enfrentamos la muerte y cómo recordamos a los seres queridos que gozan de la presencia del Padre?

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Dt 6, 2-6.

«En aquellos días, habló Moisés al pueblo y le dijo: “Teme al Señor, tu Dios, y guarda todos sus preceptos y mandatos que yo te transmito hoy, a ti, a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Cúmplelos y ponlos en práctica, para que seas feliz y te multipliques. Así serás feliz, como ha dicho el Señor, el Dios de tus padres, y te multiplicarás en una tierra que mana leche y miel.

Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”».

SEGUNDA LECTURA

Hb 7, 23-28.

«Hermanos: Durante la antigua alianza hubo muchos sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer en su oficio. En cambio, Jesucristo tiene un sacerdocio eterno, porque él permanece para siempre. De ahí que sea capaz de salvar, para siempre, a los que por su medio se acercan a Dios, ya que vive eternamente para interceder por nosotros.

Ciertamente que un sumo sacerdote como éste era el que nos convenía: santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos; que no necesita, como los demás sacerdotes, ofrecer diariamente víctimas, primero por sus pecados y después por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque los sacerdotes constituidos por la ley eran hombres llenos de fragilidades; pero el sacerdote constituido por las palabras del juramento posterior a la ley, es el Hijo eternamente perfecto».

EVANGELIO

Mc 12, 28b-34.

«En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.

El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas».

El Dios de la vida

Día de Muertos -tradición que se remonta a la época de los mexicas, mixtecas, zapotecas y otros pueblos originarios- es una festividad dedicada a la presencia viva de los muertos que se traslada al calendario cristiano y permanece hasta nuestros días. En diferentes regiones de México, los católicos celebran solemnemente el Día de Todos los Santos y la recordación de Todos los Fieles Difuntos.

Como seguidores de Jesús hay que preguntarnos: ¿cómo enfrentamos la muerte y cómo recordamos a los seres queridos que gozan de la presencia del Padre? En el Nuevo Testamento hay un pasaje que ilumina esta evocación: ante el seguimiento condicionado que unos discípulos le hacen a Jesús, le responde a uno de ellos: “Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8,22).

Para seguir a Jesús hay que estar atentos a los signos de los tiempos; estar con los ojos abiertos para ver la realidad con los criterios evangélicos. Por estar distraídos y cargar con preocupaciones diarias, caminamos con ojos cerrados, y lo más preocupante, sin sentido. En el libro de Tobías (capítulo 5, 10), Tobit le comenta al ángel que perdió la vista y no logra ver la luz de día, que vive en la obscuridad, como los muertos que no ven la luz.

Vivimos distraídos, dijo Adolfo Nicolás, anterior padre general de los jesuitas. Llenamos nuestros días con cosas que no nutren el espíritu y dejan el corazón vacío. Se vive un activismo voraz, se dedica mucho tiempo a las redes sociales y a las plataformas que ofrecen, al por mayor, series televisivas. Vivimos superficialmente, casi como muertos en vida, como Tobit. La invitación de Jesús a una “ecología personal” que integre todo el Ser, implica tener tiempo y espacio para nutrir el espíritu y el corazón, y para entregarnos a su servicio.

El Día de Muertos también es un tiempo para reconocer que los que han partido forman parte de la historia personal. Más allá de la carga genética, han dejado huellas profundas en el corazón. Es un día de agradecer al Dios de la vida por los ancestros.

Luis Octavio Lozano, SJ - ITESO

“Escuchar para amar”

La liturgia del día de hoy nos invita a llevar a cabo una actitud que Dios en su pedagogía pide constantemente al pueblo Israel, nos referimos a la actitud de la escucha, la cual implica no solo el captar los sonidos sino sobre todo se refiere al prestar la atención; la escucha se convierte, entonces, en un dedicarle no solo el tiempo sino sobre todo la atención necesaria a lo que nos importa.

Cuando Dios se dirige a su pueblo le pide primeramente guardar sus mandamientos y lo hace pensando en que su corazón, es decir toda su persona, estará dedicado totalmente a él, sin embargo, la realidad será mucho más diferente, pues el corazón poco a poco se irá alejando del Señor, por eso para poder guardar, es decir, observar los mandatos, es necesario la actitud de la escucha en la que orientamos toda nuestra vida a ese Dios que nos ama.

En el libro del Deuteronomio primero se nos recuerda los frutos de la escucha y después aparece el primero de los mandamientos explícitamente formulado; la escucha abre la posibilidad de vivir plenamente nuestra vida, pues nos permite contemplar al otro que, como yo, se mantiene expectante e involucrado hacia con Dios.

El Shemá, como se conoce a este precepto, debido a que esa palaba es la que designa la actitud de la escucha, recuerda que Dios es el único que nos invita a poseer una integridad e integralidad en nuestra persona, nos invita a ser coherentes en nuestro pensar, sentir y actuar; luego nos impera amar a Dios, con todo el corazón, es decir con toda nuestra persona, con toda el alma, es decir, con todos nuestros sentimientos, pensamientos, deseos, aspiraciones, etc.; con todas las fuerzas, motivando a que todas nuestras potencias se orienten hacia Dios de quien hemos recibido toda consciencia de bien.

La segunda parte de este mismo imperativo es la medida de nuestro actuar, no solo parte de nuestra relación para con Dios, sino que implica la relación para con los demás, pues nos invita a amar al prójimo en la medida que nos amamos nosotros mismos, ¿quién en su sano juicio se procura el mal a sí mismo? Naturalmente que nadie, de ahí que, si nosotros no nos procuramos el mal, no hemos de procurar el mal a ninguno de los que nos rodean por el simple hecho de que compartimos no solo la naturaleza humana sino porque además son hijos de Dios y hermanos nuestros.

Por eso en el Evangelio el Señor nos recuerda el verdadero valor de esta escucha, pues nos dice que el amar, el donarse, el ser para el otro, el sacrificarse por el otro (los demás) y por el Otro (Dios), tiene un altísimo valor que el realizar actos que, aunque no están mal tampoco nos están llevando a conectarnos con la santidad de Dios, sino que nos estacionan en actitudes que de no estar atentos nos llevan a cultos vacíos.

Animémonos a escuchar y a amar, acerquémonos al Reino de Dios y hagámoslo presente en medio del mundo.

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