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Amar y servir

«El que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos»

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Is 53, 10-11.

«El Señor quiso triturar a su siervo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá a sus descendientes, prolongará sus años
y por medio de él prosperarán los designios del Señor.
Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará;
con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos,
cargando con los crímenes de ellos».

SEGUNDA LECTURA

Hb 4, 14-16.

«Hermanos: Puesto que Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo, mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado.

Acerquémonos, por lo tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno».

EVANGELIO:

Mc 10, 35-45.

«En aquel tiempo, Jesús reunió entonces a los Doce y les dijo: “Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”».

Amar y servir

En la expresión “en todo amar y servir” se reconoce la presencia de una práctica generosa en cada pedacito de todos los días de la vida de las personas que se saben habitadas, amadas gratuitamente y favorecidas por los dones recibidos por el Dios de Jesús. “Pedir conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo, enteramente reconociéndolo, pueda en todo amar y servir” (EE.EE 233) es un fruto que el ejercitante obtiene en los Ejercicios Espirituales (EE) de san Ignacio. Este conocimiento interno de gran impacto en la espiritualidad ignaciana aparece en los contextos de petición, donde Ignacio plantea “lo que quiero y deseo” (EE, n. 48). La persona ha de estar totalmente convencida de que ese conocimiento no lo tiene ni lo puede alcanzar por mérito propio, le es dado gratuitamente; es un don que no es asunto de voluntarismos, y mucho menos de economías de puntos.

Hoy el evangelio, según lo escribió y lo contó San Marcos (10, 35-45), pone de manifiesto lo que en aquel allá y entonces, como aquí y ahora, era práctica frecuente: creer que por nuestros méritos y todo lo que nos es dado, nos lo merecemos: riquezas, famas, honores y “el mejor puesto”, el de poder. Un ego que está comprometido con un dios meritocrático, lejano, fiscal, opresor, que solo sabe castigar, condenar a unas personas y recompensar a otras privilegiadas, que produce divisiones, enconos, polarizaciones que dan como resultado escenarios de rebatingas, violencias y muertes. Esta creencia enraizada en vanidades y en lo efímero que gobierna la vida de personas se aleja del Dios, que es enteramente gratuito.

Darnos cuenta de tanto bien recibido, desde, con y a pesar de lo vivido en estos tiempos, es un ejercicio auténtico de amor a nuestra persona y a la de las demás. Los tiempos actuales exigen una nueva narrativa: pasar del mérito a lo gratuito y del uso del poder que abusa al que da servicio en beneficio de las demás.  El mundo necesita más personas que se sepan amadas gratuitamente, cuya respuesta a tanto Don recibido sea en todo Amar y Servir.

Javier Escobedo, SJ - ITESO

“Los propósitos de Cristo”

La liturgia de la palabra que este Domingo se propone de parte de la Iglesia nos invita a reflexionar, nos hablan de manera muy particular al servicio y nos exhortan a seguir a Jesús a través de la vía de la humildad y de la cruz.

En un primer momento, el profeta Isaías nos describe la figura del «Siervo de Yahveh» y su misión de salvación. Se trata de un personaje que no ostenta una genealogía ilustre: es despreciado, evitado de todos, acostumbrado al sufrimiento. Uno del que no se conocen empresas grandiosas, ni célebres discursos, pero que cumple el plan de Dios con su presencia humilde y silenciosa y con su propio sufrimiento.

Su misión, nos invita en efecto, a recomprender el sufrimiento, es volver a comprender a los que sufren, a llevar el peso de las culpas de los demás y a aprender a expiarlas.

La tradición de la Iglesia nos enseña que Jesús es este Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del «servicio», son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios (Cf. Flp 2, 7). Y todos nosotros estamos invitados a este mismo cometido, ser para la demás oportunidad de salvación y de reencuentro con Dios.

Por su parte, la narración de San Marcos nos describe la escena de Jesús con los discípulos Santiago y Juan, los cuales se evidencian que son sostenidos y promovidos por su madre, querían sentarse a su derecha y a su izquierda en el reino de Dios.

El planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena. Con la imagen del «cáliz» que han de beber, el Maestro les da la posibilidad de asociarse a su destino, sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban.

En este caso y frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario, ya que en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es la entrega servicial y generosa. Y que por supuesto nosotros hemos de descubrirnos interpelados en nuestro día a día. Decir que ya hemos vencido sería ademas de improbable, soberbio.

Hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús, «acostumbrado a sufrir». Nos lo recuerda formidablemente la Carta a los Hebreos, que presenta a Cristo como el sumo sacerdote que comparte en todo nuestra condición humana, menos en el pecado. Es Jesús quien realiza esencialmente un «sacerdocio» de misericordia y de compasión. Su gloria está en asumir y compartir su debilidad y en ofrecernos la gracia que nos restaura. Su gloria está en acompañarnos con su ternura infinita.

Por ello pidamos a Dios nos conceda esa gracia que más necesitamos, para aprender a cristificar nuestros propósitos, confiando en que su ayuda nos ayude a perseverar con alegría en todo y para mayor gloria suya.

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