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¡Aleluya, Aleluya! ¡El Señor resucitó!

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Hech. 10, 34. 37-43.

«En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: “Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de cuanto él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que él, de antemano, había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos.

Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que cuantos creen en él reciben, por su medio, el perdón de los pecados’’».

SEGUNDA LECTURA:

1Cor. 5, 6-8.

«Hermanos: ¿No saben ustedes que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Tiren la antigua levadura, para que sean ustedes una masa nueva, ya que son pan sin levadura, pues Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado.

Celebremos, pues, la fiesta de la Pascua, no con la antigua levadura, que es de vicio y maldad, sino con el pan sin levadura, que es de sinceridad y verdad».

EVANGELIO

Jn. 20, 1-9.

«El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos».

¡Aleluya, Aleluya! ¡El Señor resucitó!

Este es el día que hizo el Señor. Es el núcleo, es la piedra angular del cristianismo. En este acontecimiento se funda toda esta religión. En este acontecimiento se funda toda nuestra fe. El cristiano cree en Cristo resucitado, sí, que murió, resucitó y vive para siempre.

La cuaresma fue el camino para ascender a esta cumbre. El pueblo de la Antigua Alianza, guiado por Moisés, pasó el Mar Rojo y caminó cuarenta años por el desierto para llegar a la tierra prometida. Ese fue su paso, que es el significado de su Pascua. La Pascua del creyente es Cristo. En esta semana Santa, con días de oración, de contemplación, ante los fieles cristianos fueron renovándose los grandes misterios de la redención. Con fe, con devoción, el pueblo cristiano miró absorto a Cristo rodeado de sus discípulos en torno a una mesa. Alli, fieles a la ley, celebraron la Pascua Judía, tal como lo prescribió Moisés. Cenaron el cordero’ y cantaron los himnos de libertad y alabanza, y terminada la Pascua Judía siguió la Pascua Cristiana.

Desde esa noche Cristo se entregó: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo y será entregado por vosotros” y luego: “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.

En esa cena de despedida, al instituir Cristo el sacrificio perdurable de la Eucaristía, anticipa su pasión. Se recuerda el anuncio del ángel a Maria y la respuesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra”. y el Verbo de Dios se hizo hombre. Dios hecho hombre mortal, subió a Jerusalén; condenado a muerte, fue levantado en la cruz, expiró y glorioso resucitó al tercer día.

Por la pasión, la cruz, la muerte, llegó a la gloria de la resurrección. La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, canta con regocijo la victoria de su cabeza, que es Cristo, y a la vez , es su propia victoria, su propia resurrección.

José Rosario Ramírez M

Fiesta por la vida nueva

Queridos hermanos: en este Domingo radiante de Vida, la Iglesia nos invita a participar del gozo de la Resurrección del Señor. A hacer nuestra esta alegría, como cuando se toma parte en una fiesta. Y esta es la fiesta más grande: es la Pascua, la del Señor y la nuestra. Pascua: paso de la muerte a la vida, a la vida gloriosa de los hijos de Dios, vida que ya se nos da en Cristo Resucitado. Pascua: paso de la oscuridad a la Luz del Señor, del caos de este mundo al orden de la Nueva Creación que Dios ya introdujo en Jesucristo Resucitado. Paso de la esclavitud a la libertad; del pecado a la amistad con Dios; del hombre viejo destinado a la muerte al hombre nuevo, hecho para el cielo. Paso de la incredulidad y la desesperación, a la alegría serena y profunda de la Fe, la Esperanza y el Amor.

Hoy resuena el eco del anuncio de la Resurrección del Señor. De boca en boca corre este rumor, que se prueba eficazmente por el testimonio del Espíritu en los corazones renovados. Cristo ha resucitado y se ha aparecido. Sin embargo, para entrar en esta fiesta, la Fiesta Eterna de los hijos de Dios, es necesario que nos vistamos con el traje de fiesta adecuado. Y ese traje es la Fe. 

De los hombres y mujeres que conocieron a Jesús, sólo los que tuvieron fe en Él encontraron la alegría de la salvación. Nosotros no hemos tenido oportunidad de ver a Jesús Resucitado, nuestra única respuesta quiere ser la Fe. La fe del discípulo amado, que no vio a Jesús; vio las vendas caídas y el sepulcro vacío, y creyó en Jesús, al que más tarde vería.

También hoy nosotros queremos contemplar con fe el testimonio inalterado de la Iglesia, que desde la Ascensión del Señor cree y celebra al Resucitado en cada Misa, hasta que Él vuelva. El signo para nosotros, como para el discípulo amado, es la misma Iglesia, que, a pesar de su debilidad y los defectos de sus miembros, permanece siempre estable a través de los siglos, para dar testimonio de la Palabra del Señor y llevar a todos los hombres la Buena Noticia de la Salvación. Este es el gran signo de que Jesús está vivo, pues de lo contrario el milagro viviente que es la misma Iglesia, no podría sostenerse. Se confirma así la Palabra de la Escritura: Jesucristo ha resucitado. Y si analizamos nuestra propia vida, encontraremos también muchos signos, que nos ha dado el Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo y viendo todo esto, queremos creer hoy aún más, crecer en la fe.

Así, al celebrar hoy llenos de alegría al Señor Resucitado, avivemos nuestra fe, acrecentemos nuestra esperanza, y dejemos que Cristo Resucitado renueve la fuerza de nuestro Amor.

La Pascua en tiempo de confinación

Estos días son idóneos para la reflexión: celebramos la Pascua de Jesús en medio de una jornada de permanencia en casa para mitigar la propagación del COVID-19. Confinados para cuidarse de la crueldad política y religiosa que provocó la muerte de Jesús, sus seguidores buscaban, llenos de temor, señales de esperanza. Una mujer, María de Magdala, busca en el sepulcro y se desconcierta por no saber dónde han puesto a quien buscaba. Sabe que no puede sola con esto y corre para comunicar su pesar. La comunidad, a su vez, responde volviendo a la tumba en cuyo interior están los lienzos que despiertan su fe, por la cual experimentan que la vida se levanta sobre la muerte.

La misma experiencia se narra en otros episodios donde destaca un llamado constante: no tengan miedo, vayan, cuenten lo que han visto y animen a quienes tienen desaliento. Al narrar su propia experiencia, al ponerla en común, los discípulos descubren que al abrir su casa para compartir el pan con quienes están decaídos, su corazón arde. 

El temor, la incertidumbre o el cinismo escéptico generados por la expansión de la pandemia pueden acentuarse si la distancia social se convierte en un pretexto para hacer avanzar los propios intereses. Por el contrario, podríamos optar por la vida si ante los signos del dolor y la vulnerabilidad nos acercamos para apoyarnos mutuamente a adoptar medidas que eviten el desastre.

Los relatos de la resurrección de Jesús se alejan del tono triunfalista y majestuoso. Lejos de la venganza y de la revancha, nos invitan a buscar la vida donde ella está: donde nos reunimos para cuidarla, en la vivencia comunitaria del amor que se expresa en obras y gestos que traducen las palabras. En estos momentos, los gestos deben llevarnos a no exponer a las personas y a no colocar los grandes intereses económicos o políticos sobre los de nuestras sociedades azotadas por la violencia y la desigualdad. Es una ocasión oportuna para ejercer lo que Ignacio de Loyola llamó el oficio de consolar, “comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros”. Que así sea para todas y todos. 

Luis Arriaga, SJ - Rector del ITESO

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