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Adviento, mensajero de esperanza

Este tiempo es la espera de un mejor futuro gracias a la bondad de Dios Padre, que Jesús nos anuncia en el Evangelio; un Dios que nos ama y sigue creyendo en nosotros, aunque nos olvidemos de creer en Él

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Is 11, 1-10.

«En aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé,
un vástago florecerá de su raíz.
Sobre él se posará el espíritu del Señor,
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de piedad y temor de Dios.

No juzgará por apariencias,
ni sentenciará de oídas;
defenderá con justicia al desamparado
y con equidad dará sentencia al pobre;

herirá al violento con el látigo de su boca,
con el soplo de sus labios matará al impío.
Será la justicia su ceñidor,
la fidelidad apretará su cintura.

Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se echará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos
y un muchachito los apacentará.
La vaca pastará con la osa
y sus crías vivirán juntas.
El león comerá paja con el buey.

El niño jugará sobre el agujero de la víbora;
la creatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.
No harán daño ni estrago por todo mi monte santo,
porque así como las aguas colman el mar,
así está lleno el país de la ciencia del Señor.
Aquel día la raíz de Jesé se alzará
como bandera de los pueblos,
la buscarán todas las naciones
y será gloriosa su morada»
.

SEGUNDA LECTURA

Rm 15, 4-9.

«Hermanos: Todo lo que en el pasado ha sido escrito en los libros santos, se escribió para instrucción nuestra, a fin de que, por la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza.

Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, les conceda a ustedes vivir en perfecta armonía unos con otros, conforme al espíritu de Cristo Jesús, para que, con un solo corazón y una sola voz alaben a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Por lo tanto, acójanse los unos a los otros como Cristo los acogió a ustedes, para gloria de Dios. Quiero decir con esto, que Cristo se puso al servicio del pueblo judío, para demostrar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas y que por su misericordia los paganos alaban a Dios, según aquello que dice la Escritura: Por eso te alabaré y cantaré himnos a tu nombre».

EVANGELIO

Mt 3, 1-12.

«En aquel tiempo, comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea, diciendo: “Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca”. Juan es aquel de quien el profeta Isaías hablaba, cuando dijo: Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.

Juan usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Acudían a oírlo los habitantes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región cercana al Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río.

Al ver que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abraham. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego.

Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han convertido; pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego. Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”».

Adviento, mensajero de esperanza

Vivimos en medio de una guerra constante entre los habitantes de la tierra. La historia es testigo del sufrimiento de la humanidad. Se vuelve necesario abrir nuestro corazón a la esperanza. Hacen falta las buenas noticias. 

Algunos quisieran oír el anuncio de paz entre las naciones, que brotará el diálogo y la comprensión en los pueblos provocando que todos los seres humanos nos veamos como hermanos. Que ya nadie tendrá que pasar hambre, sed, necesidad. Que todos tendrán asegurada una fuente de ingreso a través de trabajos bien remunerados y, por lo tanto, ya nadie tendrá que dejar su tierra, su familia, para ir en busca de un sueño que tal vez nunca llegue. Que el acceso a la salud, la educación y la vivienda serán pan comido. Que terminarán los problemas de contaminación y el deterioro de la capa de ozono provocando una estabilidad en el clima y recuperación de bosques, ríos y mares.

¿Se podría creer todo esto? ¿Acaso la historia de la humanidad hace posible creer en estas noticias? Más bien parecería un mal chiste o una de tantas promesas que se hacen en medio de una campaña política pero que nunca se llevan a cabo. ¿Puede, el mundo actual, vivir con la esperanza de un mejor mañana?

Precisamente de eso se trata el Adviento, de vivir en la espera de un mejor futuro gracias a la bondad de Dios Padre que Jesús nos anuncia en el Evangelio. Un Dios que nos ama y sigue creyendo en nosotros, aunque nos olvidemos de creer en Él. El Adviento debe mantener viva nuestra espera y llevarnos a sembrar esperanza en el corazón del hombre. De la mano de Juan el Bautista, y en la vivencia del Adviento, debemos buscar renovar nuestro compromiso al llamado a la conversión. Urge, a quienes nos llamamos cristianos, un cambio en el corazón.

El proceso de conversión comienza cuando, a pesar de nuestras limitaciones, nos hacemos conscientes del amor incondicional de Dios, que es quien más y mejor nos conoce y quien más y mejor nos ama. Solo quien llega a experimentar la ternura de Dios puede ablandar de verdad su corazón y vivir con la esperanza que Cristo nos ofrece.

Solamente desde la experiencia de la conversión, la llamada de la Iglesia en el Adviento a vivir en clave de esperanza no nos olerá a propaganda vacía, sino a buena noticia. Quienes escuchaban a Juan recibían el bautismo de agua, señal de arrepentimiento y de penitencia. Nosotros hemos recibido el bautismo del Espíritu Santo, que nos lleva a alabar gozosos a Dios con nuestra vida. ¡Dejemos que la próxima venida de Jesús nos transforme profundamente!

A Dios sólo vamos por atracción

Cuando oramos, meditamos o reflexionamos sobre el amor de Dios, es muy importante comprender que tenemos que usar la voz pasiva en esa relación: “No es que yo ame a Dios, sino que Él nos amó primero” (1 Jun 4,10). Es una experiencia de atracción, de fascinación. Así lo dice claramente el evangelio: “Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre” (Jn 6,44). Con lo cual Jesús invita a cambiar nuestra manera de relacionarnos con Dios, porque nos han transmitido la idea de conquistar, de comprar el amor del Señor con nuestras buenas obras. Tal manera es contraria al mensaje de Jesús.

Los discípulos -educados en la religión de ley y de los sacrificios, en la que solo se agradaba a Dios en el cumplimiento de la regla y en lograr una santidad casi comprada- tuvieron que asombrarse con el mensaje de amor y misericordia proclamado por Jesús; debieron tener un proceso de conversión ante lo que veían y oían.

Pedro se llevó tremenda regañada al tratar de disuadir al Maestro acerca de que la doctrina que predicaba era muy difícil porque era totalmente contraria a lo que se acostumbraba. Todavía acercándose más la conflictividad del anuncio de la muerte del Maestro, los apóstoles discuten quién es el más importante, quién ocupará los puestos de honor, y Jesús los reprende con fuerza y les dice que quien quiera ser el mayor, sea el que sirva. Jesús insiste a tiempo y a destiempo en la nueva manera de agradar a Dios, no a través de la ley ni del templo, sino en el amor, en servicio, en dar la vida por los otros. Finalmente, la muerte y resurrección de Jesús los transforma y, seducidos por el Espíritu del Resucitado, se lanzan a predicar esa novedad nunca antes oída o vista de una experiencia de Dios basada en amor y servicio. Este tiempo de adviento es una invitación a preparar el corazón para dejarnos seducir por ese amor tan gratuito del Dios que se hace humano como nosotros.

José Martín del Campo, SJ - ITESO

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